Hace exactamente un mes la Policía Nacional allanó plantaciones de coca en el municipio de Tumaco. “Vamos a endurecer la ofensiva militar para sacar a los criminales de sus madrigueras”, dijo entonces el ministro Carlos Holmes Trujillo. Expresó también que esta criminalidad, al expandir la frontera de siembra, sería la causante de la deforestación y la muerte de los ríos. Hace casi diez días no fue la Policía, sino la Armada Nacional la que hizo gran presencia en el municipio. “La Armada Nacional mantiene vigilancia las 24 horas para evitar el ingreso de personas hacia nuestro territorio”, dijo ese día María Emilsen Angulo, alcaldesa de Tumaco. Por su cuenta, los oficiales explicaron que la mentada vigilancia se concentraría en la carretera Tumaco-Espriella-Mataje, en algunas secciones del río Mira y en Puerto Palma.
Guerra contra las drogas que deja solo muertos y reedifica los pilares del racismo más estructural y respuestas militares rápidas, agresivas e improvisadas como la del cierre de frontera. Estos son los dos caminos por los que el Estado colombiano, con sus personas, símbolos, políticas y violencias, se construye en Tumaco.
En los dos primeros días de toque de queda se reportaron 183 ciudadanos infractores, un adolescente fue “entregado a sus padres” y se decomisaron 40 motos y un bus. En el quinto día, los habitantes se tomaron las calles a pie y en moto, y mientras escribo esta columna algunos barrios de Tumaco se declaran todavía en rebeldía ante la cuarentena. Por una parte caminaron grupos de adultos mayores que llegaron hasta la Alcaldía a reclamar los subsidios prometidos por el presidente. Por otra, hombres y mujeres beneficiarios de Jóvenes o Familias en Acción se apilonaron frente a bancos y demás oficinas a reclamar por sus otros subsidios. Como no se daba abasto ni se habían hecho las transferencias, se dirigieron también a la Alcaldía.
La alcaldesa salió al balcón de mal genio y dio tres declaraciones. “Ustedes no deberían estar aquí, a mí no me han mandado mercados, a mí no me han mandado plata”, explicó mientras alertaba a los manifestantes (en especial a los adultos mayores) sobre los peligros de estar en la calle y entre el gentío. Cuando corresponsales de la prensa bogotana le preguntaron en reclamo sobre los incumplimientos a la cuarentena nacional, Angulo se defendió: “Consideramos que todos estos pagos debió haberlos previsto el Gobierno Nacional antes de decretar el aislamiento preventivo obligatorio”. Y añadió que en los días que vienen se instalará un sistema de turnos para acceder a las filas, y así al efectivo.
La segunda declaración fue un pronóstico. “Si llega el coronavirus a Tumaco”, advirtió, “la situación va a ser catastrófica, ya estamos pensando cómo vamos a atender a toda la gente”. Al hablar de catástrofe, la alcaldesa (que proviene de las casas políticas más tradicionales y acomodadas, y está repitiendo período) se refiere quizás a la falta de presión en el suministro de agua, ocasionada a su vez por fallas en el sistema eléctrico que impiden el correcto funcionamiento de las motobombas. O al hecho de que el hospital San Andrés de Tumaco, intervenido en 2017 por malos manejos y deudas impresionantes, está en proceso de ser devuelto a la Gobernación. Tal vez simplemente esté pensando en que la región ahora tiene una tasa de homicidios cuatro veces mayor que el promedio nacional, la tasa más alta de violencia sexual en el país y ha atravesado todo el último año por crisis de desplazamiento masivo.
La tercera declaración en el balcón fue la más devastadora, ante un público que había madrugado en su angustia por respuestas. “No sabemos tampoco cómo vamos a enterrar a la gente, porque no tenemos siquiera un cementerio”.
Hace exactamente un mes la Policía Nacional allanó plantaciones de coca en el municipio de Tumaco. “Vamos a endurecer la ofensiva militar para sacar a los criminales de sus madrigueras”, dijo entonces el ministro Carlos Holmes Trujillo. Expresó también que esta criminalidad, al expandir la frontera de siembra, sería la causante de la deforestación y la muerte de los ríos. Hace casi diez días no fue la Policía, sino la Armada Nacional la que hizo gran presencia en el municipio. “La Armada Nacional mantiene vigilancia las 24 horas para evitar el ingreso de personas hacia nuestro territorio”, dijo ese día María Emilsen Angulo, alcaldesa de Tumaco. Por su cuenta, los oficiales explicaron que la mentada vigilancia se concentraría en la carretera Tumaco-Espriella-Mataje, en algunas secciones del río Mira y en Puerto Palma.
Guerra contra las drogas que deja solo muertos y reedifica los pilares del racismo más estructural y respuestas militares rápidas, agresivas e improvisadas como la del cierre de frontera. Estos son los dos caminos por los que el Estado colombiano, con sus personas, símbolos, políticas y violencias, se construye en Tumaco.
En los dos primeros días de toque de queda se reportaron 183 ciudadanos infractores, un adolescente fue “entregado a sus padres” y se decomisaron 40 motos y un bus. En el quinto día, los habitantes se tomaron las calles a pie y en moto, y mientras escribo esta columna algunos barrios de Tumaco se declaran todavía en rebeldía ante la cuarentena. Por una parte caminaron grupos de adultos mayores que llegaron hasta la Alcaldía a reclamar los subsidios prometidos por el presidente. Por otra, hombres y mujeres beneficiarios de Jóvenes o Familias en Acción se apilonaron frente a bancos y demás oficinas a reclamar por sus otros subsidios. Como no se daba abasto ni se habían hecho las transferencias, se dirigieron también a la Alcaldía.
La alcaldesa salió al balcón de mal genio y dio tres declaraciones. “Ustedes no deberían estar aquí, a mí no me han mandado mercados, a mí no me han mandado plata”, explicó mientras alertaba a los manifestantes (en especial a los adultos mayores) sobre los peligros de estar en la calle y entre el gentío. Cuando corresponsales de la prensa bogotana le preguntaron en reclamo sobre los incumplimientos a la cuarentena nacional, Angulo se defendió: “Consideramos que todos estos pagos debió haberlos previsto el Gobierno Nacional antes de decretar el aislamiento preventivo obligatorio”. Y añadió que en los días que vienen se instalará un sistema de turnos para acceder a las filas, y así al efectivo.
La segunda declaración fue un pronóstico. “Si llega el coronavirus a Tumaco”, advirtió, “la situación va a ser catastrófica, ya estamos pensando cómo vamos a atender a toda la gente”. Al hablar de catástrofe, la alcaldesa (que proviene de las casas políticas más tradicionales y acomodadas, y está repitiendo período) se refiere quizás a la falta de presión en el suministro de agua, ocasionada a su vez por fallas en el sistema eléctrico que impiden el correcto funcionamiento de las motobombas. O al hecho de que el hospital San Andrés de Tumaco, intervenido en 2017 por malos manejos y deudas impresionantes, está en proceso de ser devuelto a la Gobernación. Tal vez simplemente esté pensando en que la región ahora tiene una tasa de homicidios cuatro veces mayor que el promedio nacional, la tasa más alta de violencia sexual en el país y ha atravesado todo el último año por crisis de desplazamiento masivo.
La tercera declaración en el balcón fue la más devastadora, ante un público que había madrugado en su angustia por respuestas. “No sabemos tampoco cómo vamos a enterrar a la gente, porque no tenemos siquiera un cementerio”.