Los análisis en medios europeos coincidieron en que la COP16 de Cali terminó en decepción. Aunque se logró un mayor reconocimiento de grupos afrodescendientes e indígenas, se acabó el tiempo de negociación sin que acuerdos financieros cruciales se precisaran. Los países ricos están retrasados en el cumplimiento de sus compromisos de aportar 20 mil millones de dólares anuales en financiación internacional para la biodiversidad hasta 2025. Y las promesas de contribuciones al mecanismo de financiación provisional, el llamado Fondo Marco Mundial para la Diversidad Biológica, fueron escasas. “Seguir las negociaciones sobre financiación de la biodiversidad aquí en Cali fue tan agradable como un tratamiento dental de conductos”, dijo, por ejemplo, Bernadette Fischler Hooper, una de las directivas de WWF-Reino Unido. “La discordia entre los países donantes y los países en desarrollo poco antes de la suspensión de la reunión no es, lamentablemente, sorprendente, pero es ciertamente decepcionante”, concluyó.
Tras la avalancha de noticias entre el evento y las elecciones estadounidenses, es fácil perder la perspectiva sobre las apuestas, enseñanzas y posibilidades que se cultivaron y cosecharon. En esas dos semanas lluviosas de la COP en Cali, asistimos a discusiones y alianzas entre países con todas las de perder. Es decir, países con poco margen de maniobra y todo en juego.
En su estudio sobre el efecto global de la temperatura sobre la producción económica, los profesores Marshall Burke, Sol Hsiang y Ted Miguel argumentan que el cambio climático hará que algunos países del norte sean un poco más ricos de lo que hubieran sido si el cambio climático no hubiera ocurrido (y causará pérdidas de al menos 10 %, 20 % y 50 % en otros lugares del sur global, como Colombia). Fueron estos últimos países los que aprovecharon el encuentro para mirar hacia un futuro compartido y similar.
Delegados de países del Caribe organizaron sus propios paneles, hablando en distintos idiomas mientras se transmitían traducciones simultáneas. Discutieron sobre las amenazas existenciales. Sobre plantas y animales de región que desaparecen, la paloma granadina, la tortuga carey, la serpiente corredora de Antigua o la serpiente corredora de Santa Lucía. Activistas y burócratas del Sureste asiático aprendieron sobre procesos colombianos de monocultivo de caña y de palma de aceite que se parecen a los que han vivido en carne propia.
En los pasillos de las negociaciones, funcionarias de países de África occidental caminaron con los aretes en forma de Colombia que usó Francia Márquez durante la campaña presidencial. Y veinte ministros de Medio Ambiente del Sur Global emitieron una declaración titulada “Buscando la rendición de cuentas en materia de financiación de la naturaleza”. Iziaq Kunle Salako, ministro de Medio Ambiente de Nigeria, dijo que la declaración era “un llamado a la acción” pues los países que más se benefician de la explotación de los recursos naturales de los países subdesarrollados no han tomado medidas concretas para mitigar los daños causados por esas ganancias.
A diferencia de los medios europeos, la prensa africana se muestra siempre cínica frente a las cumbres (en general), pero esperanzada frente a la posibilidad de alianzas entre países del sur global. En Cali se hicieron llamados a la unidad para conseguir reparaciones históricas. Estas, en palabras del profesor Olúfémi O. Táíwò, podrían ir desde transferencias de efectivo, poner dinero en fondos climáticos o de biodiversidad, transferencias bilaterales, o cancelación de las deudas. “Deberíamos intentar cualquier forma en que se pueda transferir recursos y poder político en dirección a la gente que no lo tiene”, afirma Táíwò. “Podría salir mal... pero al menos deberíamos salir peleando”.
Los análisis en medios europeos coincidieron en que la COP16 de Cali terminó en decepción. Aunque se logró un mayor reconocimiento de grupos afrodescendientes e indígenas, se acabó el tiempo de negociación sin que acuerdos financieros cruciales se precisaran. Los países ricos están retrasados en el cumplimiento de sus compromisos de aportar 20 mil millones de dólares anuales en financiación internacional para la biodiversidad hasta 2025. Y las promesas de contribuciones al mecanismo de financiación provisional, el llamado Fondo Marco Mundial para la Diversidad Biológica, fueron escasas. “Seguir las negociaciones sobre financiación de la biodiversidad aquí en Cali fue tan agradable como un tratamiento dental de conductos”, dijo, por ejemplo, Bernadette Fischler Hooper, una de las directivas de WWF-Reino Unido. “La discordia entre los países donantes y los países en desarrollo poco antes de la suspensión de la reunión no es, lamentablemente, sorprendente, pero es ciertamente decepcionante”, concluyó.
Tras la avalancha de noticias entre el evento y las elecciones estadounidenses, es fácil perder la perspectiva sobre las apuestas, enseñanzas y posibilidades que se cultivaron y cosecharon. En esas dos semanas lluviosas de la COP en Cali, asistimos a discusiones y alianzas entre países con todas las de perder. Es decir, países con poco margen de maniobra y todo en juego.
En su estudio sobre el efecto global de la temperatura sobre la producción económica, los profesores Marshall Burke, Sol Hsiang y Ted Miguel argumentan que el cambio climático hará que algunos países del norte sean un poco más ricos de lo que hubieran sido si el cambio climático no hubiera ocurrido (y causará pérdidas de al menos 10 %, 20 % y 50 % en otros lugares del sur global, como Colombia). Fueron estos últimos países los que aprovecharon el encuentro para mirar hacia un futuro compartido y similar.
Delegados de países del Caribe organizaron sus propios paneles, hablando en distintos idiomas mientras se transmitían traducciones simultáneas. Discutieron sobre las amenazas existenciales. Sobre plantas y animales de región que desaparecen, la paloma granadina, la tortuga carey, la serpiente corredora de Antigua o la serpiente corredora de Santa Lucía. Activistas y burócratas del Sureste asiático aprendieron sobre procesos colombianos de monocultivo de caña y de palma de aceite que se parecen a los que han vivido en carne propia.
En los pasillos de las negociaciones, funcionarias de países de África occidental caminaron con los aretes en forma de Colombia que usó Francia Márquez durante la campaña presidencial. Y veinte ministros de Medio Ambiente del Sur Global emitieron una declaración titulada “Buscando la rendición de cuentas en materia de financiación de la naturaleza”. Iziaq Kunle Salako, ministro de Medio Ambiente de Nigeria, dijo que la declaración era “un llamado a la acción” pues los países que más se benefician de la explotación de los recursos naturales de los países subdesarrollados no han tomado medidas concretas para mitigar los daños causados por esas ganancias.
A diferencia de los medios europeos, la prensa africana se muestra siempre cínica frente a las cumbres (en general), pero esperanzada frente a la posibilidad de alianzas entre países del sur global. En Cali se hicieron llamados a la unidad para conseguir reparaciones históricas. Estas, en palabras del profesor Olúfémi O. Táíwò, podrían ir desde transferencias de efectivo, poner dinero en fondos climáticos o de biodiversidad, transferencias bilaterales, o cancelación de las deudas. “Deberíamos intentar cualquier forma en que se pueda transferir recursos y poder político en dirección a la gente que no lo tiene”, afirma Táíwò. “Podría salir mal... pero al menos deberíamos salir peleando”.