El avance contra la mayor parte de la humanidad
En días pasados, Alejandro Gaviria criticó los argumentos expuestos por Gustavo Petro sobre la crisis climática y la pérdida de biodiversidad. De acuerdo con el excandidato a la presidencia, las oligarquías globales no son las culpables de la crisis y el capitalismo (o la codicia universal) no nos está llevando a la extinción como especie. La de Petro, piensa, es una visión equivocada que “no tiene sustento y no permite soluciones viables”.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
En días pasados, Alejandro Gaviria criticó los argumentos expuestos por Gustavo Petro sobre la crisis climática y la pérdida de biodiversidad. De acuerdo con el excandidato a la presidencia, las oligarquías globales no son las culpables de la crisis y el capitalismo (o la codicia universal) no nos está llevando a la extinción como especie. La de Petro, piensa, es una visión equivocada que “no tiene sustento y no permite soluciones viables”.
Gaviria se burla del presidente a quien llama “justiciero cósmico” y repite que la crisis climática no se debe a la acumulación de unos pocos, sino a el “avance de las mayorías”. La degradación ecológica, dice, es consecuencia de “la mejoría sustancial de las condiciones de vida de miles de millones… al gran escape… de la pobreza, el hambre, la ignorancia y la enfermedad de mucha gente”. Es decir, no hay responsabilidades individuales ni nacionales, pues la crisis es, un poco, culpa de todos (los más vulnerables se han beneficiado del crecimiento económico).
La economía fósil, sin embargo, no fue creada ni es sostenida por la humanidad en general. Andreas Malm narra cómo la transición a los combustibles fósiles en la Gran Bretaña del siglo XIX se basó en procesos globales sumamente inequitativos. Imperios invirtieron en tecnología de vapor para colonizar mejor al llamado Nuevo Mundo, para acelerar las economías basadas en la esclavitud y la explotación de la mano de obra en fábricas y minas. Las máquinas de vapor fueron adoptadas por una pequeñísima minoría dentro de la propia Gran Bretaña: “una camarilla de británicos blancos utilizó la energía del vapor como arma –en tierra y mar, en barcos y en trenes– contra la mejor parte de la humanidad, desde el delta del Níger hasta el delta del Yangtsé, desde el Levante hasta América Latina”.
Ya en 1986, el revolucionario panafricanista Thomas Sankara afirmó que el imperialismo era el principal impulsor de la destrucción del medio ambiente. “El saqueo colonial ha diezmado nuestros bosques sin pensar en reponerlos para el mañana”, dijo. “La lucha por la defensa de los árboles y los bosques es, ante todo, una lucha contra el imperialismo. Porque el imperialismo es el pirómano que prende fuego a nuestros bosques y sabanas”.
Gaviria se angustia porque siente que el presidente no sabe nada sobre soluciones. Argumenta que no hay que ensañarse con la mentada oligarquía pues “la más importante es la desigualdad entre las clases medias del mundo desarrollado y los pobres del mundo en desarrollo”. Sin embargo, más que la ampliación de las clases medias, presenciamos hoy un aumento significativo de las desigualdades en la mayoría de los países. La brecha de ingresos entre el 10 % más rico y el 50 % más pobre se ha duplicado.
Contrario a lo que predica Gaviria, el progresismo mundial (con Petro incluido) no odia la innovación. De hecho, propone innovaciones en la redistribución. El pasado abril, Brasil propuso ante el G20 un impuesto mínimo global para los alrededor de 3.000 multimillonarios en todo el mundo. “El impuesto”, explica el profesor Gabriel Zucman, “podría concebirse como un gravamen mínimo equivalente al 2 % de la riqueza de los superricos. No se aplicaría a los multimillonarios que ya contribuyen con una parte justa en impuestos sobre la renta. Sin embargo, aquellos que logren evitar pagar impuestos sobre la renta estarían obligados a contribuir más al bien común”.
Un impuesto mínimo coordinado y global para los multimillonarios contribuiría a la redistribución. Aseguraría inversión en bienes públicos (salud, educación, medio ambiente, infraestructura) y podría generar 250.000 millones de dólares adicionales de ingresos fiscales anuales a nivel mundial para combatir la crisis climática en lugares donde las “grandes mayorías” sobreviven a la pobreza, la lluvia y la sequía.