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El término curador es usado para referirse a la persona responsable de “mantener y preservar la colección de objetos, cuadros, esculturas y otras piezas de un museo”. Curador, sin embargo, es también sinónimo de sanador; la “persona que ayuda a otra a curarse (es decir, a recuperar su salud)”. Así, “curar” el pasado es hacer algo con él. Transportarlo y ordenarlo en el presente, en lugar de renunciar a él. Pero ¿cómo se “cura” un pasado que está sembrado con experiencias muy difíciles?
Las profesoras Erica Lehrer y Cynthia Milton nos han hablado sobre el desafío que representa para curadores, activistas, sobrevivientes y descendientes, el dar espacio a las personas, objetos y culturas ausentes y el presentar un conflicto violento sin perpetuar su lógica. Igualmente nos han invitado a pensar la curaduría de un museo de la memoria no sólo como ejercicio de selección, diseño e interpretación de objetos y vivencias, sino además como curación y cuidado: “como un tipo de obligación íntima” que plantea preguntas éticas. Por ejemplo: ¿cuál es nuestra responsabilidad ante las historias de sufrimiento que heredamos?
Precisamente esta pregunta es la que se hace desde hace más de una década Soraya Bayuelo, una de las gestoras de El Mochuelo: Museo Itinerante. Nacida en los Montes de María, Bayuelo ha dedicado una parte importante de su vida a invocar el pasado difícil para hacerle frente a sus legados. “Esta es una iniciativa de las organizaciones sociales y víctimas; son relatos y memorias con un sentido: la no repetición de los hechos victimizantes” dijo sobre el museo. “Es a la vez una obra de arte, es el relato en videos, fotografías, dibujos donde nuestra gente narra lo que fue el paso de la violencia por nuestra región”. El camino del museo empezó a andarse antes de ayer, en el Carmen de Bolívar, y pasará por los 16 municipios que conforman la región Montemariana, entre los bordes de Sucre y Bolívar. Pese a que empieza con ciertas colecciones establecidas, el ejercicio no le rinde pleitesía a los curadores autoritarios, como suele ocurrir en los museos tradicionales. La comunidad involucrada es el museo. Por todas las calles en las que se detenga, las poblaciones podrán incorporar sus recuerdos, fotos y narraciones a la colección.
“Este es un museo movible, viajero, cuya base es una línea de tiempo donde narramos los hechos que afectaron a las comunidades campesinas y afro de los 16 municipios que conforman los Montes de María”, explicó Bayuelo. Así mismo, recordó que en esta, como en otras regiones de Colombia, la memoria de las víctimas de la guerra no puede separarse de los procesos y las luchas por la tierra, el agua y la autonomía. Estos, anclados en el pasado, continúan. Estamos ante un museo itinerante. El desplazamiento de la población campesina se dio en paralelo con la expansión de la palma de aceite y como ha documentado Verdad Abierta, el gobierno Uribe Vélez les entregó la administración del Distrito de Riego a los grandes empresarios de la palma (representados por Carlos Murgas Guerrero, el “zar de la palma” y dueño del Grupo Empresarial Oleoflores). Tras el proceso de paz con los paramilitares, las comunidades retornaron y resisten hoy en la tierra, pero no recuperaron el acceso al agua con que alimentar sus cultivos.
Como un lugar de cuidado para las heridas en la memoria de las comunidades y su entorno, el Mochuelo llega en un momento apremiante. Hace unas semanas se cumplieron 19 años de la masacre de El Salado. Por cuenta del gobierno nacional hubo silencio frente el aniversario de los tres días y tres noches en que un grupo de 480 paramilitares arremetieron contra la población por órdenes de Carlos Castaño y alias Jorge 40. El pasado 11 de enero se denunció que 13 líderes de la restitución han recibido amenazas de muerte. Una de las lideresas amenazadas confesó que “el pueblo está tomado por el miedo y la zozobra”. En el municipio solamente el 30 % del plan integral de reparación se ha cumplido.