Flor Marina vive con siete familiares (dos tías abuelas, dos hermanas, dos hijos pequeños y un tío) en una casa al suroccidente de Barranquilla. Hasta “un día antes de la pandemia” trabajaba como empleada doméstica en una “casa de familia” y se despertaba a las cuatro de la mañana a “hervir el café”, vestirse y salir a agarrar transporte público. Horas después el tío salía a trabajar en una empresa de acarreos; los hijos, hacia el colegio; las hermanas, a hacer turnos en peluquería y una de las tías abuelas se quedaba en la casa cuidando a la otra.
Ahora, tras el remezón, se sigue despertando muy temprano pese a que perdió su trabajo. De hecho, el único que conservó el empleo fue el tío. Los hijos, que están a veces en actividades virtuales, ayudan con el aseo. Entre ella y sus hermanas les ayudan con las lecciones y las tareas, “con tal de que no se atrasen en el colegio”. Para acomodarse tratan de reducir los costos de servicios públicos, escatiman en gastos “innecesarios”. El tío, que ahora es el encargado de hacer siempre el mercado, decide qué se compra y cómo se cocina. También es él quien paga los servicios. Para rebuscarse y cubrir cualquier otro gasto personal o de los niños, Flor Marina y sus hermanas venden hielo y helados caseros. Como pocos en el barrio tienen buenas neveras, piensan empezar a vender otros tipos de bebidas frías.
Según el DANE, la brecha entre mujeres y hombres de la tasa de desempleo en junio fue de -7,2 puntos porcentuales: para los hombres fue del 17,4 % y para las mujeres, de 24,6 %. Entre las mujeres que perdieron el trabajo, el 63,6 % están consagradas a las tareas de aseo, lavado de ropas, cocina, cuidado de niños, enfermos y adultos mayores dentro del hogar. En Cali, según datos de la Alcaldía, las mujeres perdieron 21.000 puestos de trabajo más que los hombres, con una cifra total de 184.000 empleos perdidos. La tasa de desempleo de las mujeres de esa ciudad para el segundo trimestre de 2020 fue del 31,8 %. Durante los últimos días de julio, organizaciones, redes y colectivos feministas le pidieron al alcalde intervenir ante “la catástrofe humanitaria” que abarca no solo la precarización laboral de las mujeres de todas las edades, sino también los índices de violencia machista.
Las mujeres en las ciudades, y por todas partes del país, están amortiguando la devastación económica que al comienzo parecía momentánea, pero se ha vuelto cotidiana. A través de un aumento meticuloso en los trabajos que se piensan domésticos, logran que los hogares resistan los despidos y la desaparición de los ingresos estables. En ciudades como Quibdó y Buenaventura, donde el suministro de agua estable es una quimera, esto implica invertir más tiempo en almacenar agua lluvia en lugar de comprar agua embotellada. En capitales como San Andrés, donde la red pública hospitalaria es tan frágil, esto implica también tratar de forma casera enfermedades para evitar inversiones en medicamentos. En municipios con mal acceso a internet y pobres recursos en educación pública, esto significa pasar horas repasando lecciones con los hijos.
Ante la crisis, la Consejería Presidencial para la Equidad de Género promociona iniciativas para entrenar a las mujeres en marketing digital. El presidente Duque se preocupa por la carrera armamentística de Irán y la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez insinúa que para evitar ataques sexuales por parte de las tropas del Ejército Nacional en contra de las niñas hay que pensar en un servicio militar obligatorio para las mujeres. “En ese proyecto incluí la necesidad de contar con un servicio social obligatorio tanto para los hombres como para las mujeres de nuestro país, para que la defensa de las instituciones (...) no esté solo a cargo de unos pocos”, explicó.
Flor Marina vive con siete familiares (dos tías abuelas, dos hermanas, dos hijos pequeños y un tío) en una casa al suroccidente de Barranquilla. Hasta “un día antes de la pandemia” trabajaba como empleada doméstica en una “casa de familia” y se despertaba a las cuatro de la mañana a “hervir el café”, vestirse y salir a agarrar transporte público. Horas después el tío salía a trabajar en una empresa de acarreos; los hijos, hacia el colegio; las hermanas, a hacer turnos en peluquería y una de las tías abuelas se quedaba en la casa cuidando a la otra.
Ahora, tras el remezón, se sigue despertando muy temprano pese a que perdió su trabajo. De hecho, el único que conservó el empleo fue el tío. Los hijos, que están a veces en actividades virtuales, ayudan con el aseo. Entre ella y sus hermanas les ayudan con las lecciones y las tareas, “con tal de que no se atrasen en el colegio”. Para acomodarse tratan de reducir los costos de servicios públicos, escatiman en gastos “innecesarios”. El tío, que ahora es el encargado de hacer siempre el mercado, decide qué se compra y cómo se cocina. También es él quien paga los servicios. Para rebuscarse y cubrir cualquier otro gasto personal o de los niños, Flor Marina y sus hermanas venden hielo y helados caseros. Como pocos en el barrio tienen buenas neveras, piensan empezar a vender otros tipos de bebidas frías.
Según el DANE, la brecha entre mujeres y hombres de la tasa de desempleo en junio fue de -7,2 puntos porcentuales: para los hombres fue del 17,4 % y para las mujeres, de 24,6 %. Entre las mujeres que perdieron el trabajo, el 63,6 % están consagradas a las tareas de aseo, lavado de ropas, cocina, cuidado de niños, enfermos y adultos mayores dentro del hogar. En Cali, según datos de la Alcaldía, las mujeres perdieron 21.000 puestos de trabajo más que los hombres, con una cifra total de 184.000 empleos perdidos. La tasa de desempleo de las mujeres de esa ciudad para el segundo trimestre de 2020 fue del 31,8 %. Durante los últimos días de julio, organizaciones, redes y colectivos feministas le pidieron al alcalde intervenir ante “la catástrofe humanitaria” que abarca no solo la precarización laboral de las mujeres de todas las edades, sino también los índices de violencia machista.
Las mujeres en las ciudades, y por todas partes del país, están amortiguando la devastación económica que al comienzo parecía momentánea, pero se ha vuelto cotidiana. A través de un aumento meticuloso en los trabajos que se piensan domésticos, logran que los hogares resistan los despidos y la desaparición de los ingresos estables. En ciudades como Quibdó y Buenaventura, donde el suministro de agua estable es una quimera, esto implica invertir más tiempo en almacenar agua lluvia en lugar de comprar agua embotellada. En capitales como San Andrés, donde la red pública hospitalaria es tan frágil, esto implica también tratar de forma casera enfermedades para evitar inversiones en medicamentos. En municipios con mal acceso a internet y pobres recursos en educación pública, esto significa pasar horas repasando lecciones con los hijos.
Ante la crisis, la Consejería Presidencial para la Equidad de Género promociona iniciativas para entrenar a las mujeres en marketing digital. El presidente Duque se preocupa por la carrera armamentística de Irán y la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez insinúa que para evitar ataques sexuales por parte de las tropas del Ejército Nacional en contra de las niñas hay que pensar en un servicio militar obligatorio para las mujeres. “En ese proyecto incluí la necesidad de contar con un servicio social obligatorio tanto para los hombres como para las mujeres de nuestro país, para que la defensa de las instituciones (...) no esté solo a cargo de unos pocos”, explicó.