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Durante la primera mitad del siglo XX, liberales y conservadores tenían claras sus diferencias. A partir de la década de 1920 el liberalismo se preocupó por definirse como un partido legal, dado a las concesiones pragmáticas y alejado del apego doctrinario. Durante la Convención de Ibagué de 1922 se delineó el futuro del partido que, en cabeza de Alfonso López y Eduardo Santos, defendió la adaptabilidad y la flexibilidad doctrinaria. En el “Semanario Sábado”, Carlos Lozano y Lozano explicó que “el liberalismo no pretende… ofrecer a los hombres la imagen perfecta de una sociedad feliz ni pretende constituir tampoco un orden insuperable, satisfecho de no rectificar. Ofrece tan solo instrumentos de acción destinados a obtener que los pueblos estén siempre mejor que ayer”. En otras orillas, el Partido Conservador hizo alarde de su apego a la doctrina y a la razón. “Mentalmente soy conservador porque amo el orden, la jerarquía racional, el principio de autoridad y la acción de gobierno”, escribió Restrepo Jaramillo.
Entre ambas colectividades surgieron algunas pocas terceras fuerzas. El Partido Republicano surgió a comienzos del siglo XX y trató de consolidarse como un centro a la vez progresista y moderado. Parecido a lo que fue hace poco el Partido Verde, fue descrito por López Pumarejo como “una casta intermedia que pretendía hacer la felicidad colombiana imponiendo un sintético absurdo: la política apolítica.”
Surgió también en 1933 la Unión Nacional de Izquierdas Revolucionarias (UNIR), liderada por Jorge Eliécer Gaitán, quien en medio de un descontento con el Liberalismo aglomeró a sindicatos y a algunos comunistas y socialistas. El profesor Cristian Acosta Olaya narra cómo la “primera acción importante del grupo unirista fue construir símbolos de identidad” que lo distanciaran del liberalismo: “Un escudo y una bandera con los colores rojo y negro, acompañados del lema Muerte al pasado, revolución hacia el porvenir”. La ideología de la UNIR fue socialista, aspiró a ser “un poder fiscalizador dentro de la vida nacional”.
El profesor Charry-Joya destaca el rol de los periódicos “Gaitanistas”, “Unirismo” y “Pluma Libre” dentro de las esperanzas de la colectividad. Estos medios contaron con espacios dedicados “a tratar los temas de la clase obrera” y a “tocar los temas de los trabajadores agrícolas”. Además de obreros y campesinos, fueron muy relevantes los estudiantes, “de derecho, medicina o filosofía, que hablaban sobre las pésimas condiciones y el estado de atraso intelectual y científico que vivía la universidad colombiana”. Ocuparon también un rol importante las mujeres. “Feminismo y feminidad” se llamó una sección que abordó “el tema de cuál debería ser el rol de la mujer en el comercio y en el desarrollo económico de la nación”.
Campesinos, colonos que protagonizaban las tomas de tierras, tenderos, artesanos, obreros, trabajadores y servidores públicos descontentos con los partidos Liberal y Conservador se sumaron a la UNIR. Los simpatizantes fueron muchos en los departamentos de Cundinamarca, Tolima y Boyacá. Como todos sabemos, la Unión fue fugaz y las peleas internas e inconsistencias de Gaitán acabaron con la UNIR. “Ingreso al Partido Liberal a la manera del caballo de Troya, para hacer de él lo que me proponía dentro de la UNIR”, afirmó Gaitán tras volver a los toldos de López Pumarejo.
Aunque las fuerzas del Pacto Histórico se comparan a menudo con la Revolución en Marcha de López Pumarejo, quizá tengan mucho que aprender (también) de la efímera UNIR.