Publicidad

La parábola de Desquite

Tatiana Acevedo Guerrero
23 de marzo de 2025 - 05:05 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Un panfleto circulado en 1962 anuncia que “el día 18 de abril de 1961 en la vereda Piñones, municipio de Líbano, 12 bandoleros de la Cuadrilla de Desquite dieron muerte a 12 campesinos. El 2 de septiembre de 1961, en el sitio Cubana, municipio de Venadillo, 10 Bandoleros encabezados por Desquite, dieron muerte a 3 campesinos y secuestraron a una maestra de escuela”. El panfleto, que cuenta con tres páginas e incluye fotos, ofrece una recompensa de $25.000 a quien denuncie a José William Aranguren (alias Desquite) ante las autoridades.

Aranguren o “Desquite” fue abatido en 1964 por comandos del Ejército Nacional luego de que alguien informó su paradero. Tenía 29 años y llevaba diez dedicado al robo, secuestro y asesinato. Quienes han escrito la historia de este periodo cuentan que sus padres fueron asesinados durante su adolescencia. En su Elegía a Desquite, Gonzalo Arango nos dice que a Aranguren “lo mataron porque era un bandido y tenía que morir” y que “merecía morir sin duda, pero no más que los bandidos del poder”. “Siempre me pareció trágico el destino de ciertos hombres que equivocaron su camino, que perdieron la posibilidad de dirigir la Historia, o su propio Destino”, escribió Arango y afirmó que Desquite no tuvo escuela y aprendió una filosofía de muerte en la escuela de la violencia.

Desquite no fue el único bandolero matado a tiros por el Estado colombiano durante la última fase del periodo de la Violencia que tuvo lugar en los sesenta. Cuando no fueron soldados o policías, fueron los propios bandoleros, matones políticos a sueldo, los que apoyaron a las fuerzas represivas del Estado para matar a otros bandoleros.

No fue tampoco la última vez que el Estado usó fuerzas ilegítimas y extremas para reprimir a jóvenes criminales. El Centro Nacional de Memoria Histórica definió la limpieza social como “una acción en la cual grupos de personas encubiertas asesinan a otras personas... Les disparan sin mediar palabra alguna”. En la Bucaramanga de fin de los ochenta que vio llegar poblaciones desplazadas por enfrentamientos en el Magdalena Medio surgieron “parches” juveniles y se presentaron enfrentamientos con pandillas históricas por el control de barrios y redes de microtráfico. Acevedo Tarazona y otros profesores de la Universidad Industrial de Santander explican cómo entre el hastío de las comunidades con la delincuencia en los barrios y la incapacidad (y corrupción) de la fuerza pública aparecieron grupos de justicia por mano propia, como “Las Cobras” y “La Mano Negra”, que ayudaron a apresar a los pandilleros y a veces también los asesinaron y desaparecieron.

De estas historias en que hombres, dentro y fuera de las Fuerzas Armadas, “ajustician” a otros hombres en la delincuencia, está empedrada la historia de Colombia. Cada vez que se usó la fuerza en exceso para humillar y reducir a criminales y bandidos los resultados fueron los mismos. En un principio calma. Fin del bandolerismo y tranquilidad en las veredas o cese de la delincuencia en los barrios. Pero a mediano y largo plazo volvió la muerte a cada lugar que se creía seguro o liberado de criminalidad. Quizá porque, como escribió Arango, los niños que crecen en medio de los excesos del Estado aprenden una “lección amarga y mortal”.

Por todo esto Colombia tiene una lección que enseñar a quienes celebran la exuberancia de fuerza en las cárceles de El Salvador en que, sin garantías, se agrupan y torturan miles de hombres. A quienes se alegran de que pandilleros de nuestros países sean exportados por el gobierno Trump para ser despojados de su humanidad en el régimen Bukele. La lección la aprendimos tantas veces y está resumida en la Elegía de Arango: “¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas”.

Conoce más
Dorita Bilbao(37038)Hace 3 horas
Colombia, tierra fértil para el espiral de violencia. No podemos seguir regando la tierra con sangre, dolor y lágrimas. ¿Estamos condenados a una repetición de ciclos y siglos de violencia, cuándo la superaremos?
Maritza López de la Roche(18452)24 de marzo de 2025 - 10:20 p. m.
Espléndida reflexión basada en una metáfora, la de Desquite, completamente iluminadora sobre la carencia de justicia social en Colombia y de oportunidades para las nuevas generaciones.
Maribel Martinez(27840)24 de marzo de 2025 - 04:57 p. m.
Amén
Tomas 11(06010)24 de marzo de 2025 - 01:43 a. m.
Muy buena columna y excelente columnista. Sus analisis son muy oportunos y convenientes para un pais que parece extraviar decada tras decada su horizonte etico y desviarnos de un destino civilizatorio.
Tomas 11(06010)24 de marzo de 2025 - 01:43 a. m.
Muy buena columna y excelente columnista. Sus analisis son muy oportunos y convenientes para un pais que parece extraviar decada tras decada su horizonte etico y desviarnos de un destino civilizatorio.
Ver más comentarios
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar