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Hay cosas detestables en Medusa de Netflix. Es detestable que las personas que no son blancas sólo aparezcan al fondo y carezcan de parlamento, en una placita de mercado colorida, como mujeres trabajadoras en el servicio doméstico, como mozos y mozas silenciosos de Juanita Acosta, o bailando en carnaval. Es aborrecible que la campaña de expectativa de la serie haya sido protagonizada por el abogado Abelardo de la Espriella. Y que Manolo Cardona repita “ca-ra-de-ña-me”, “mu-ñe-ca-de-bu-rro”, “ca-ri-ma-ño-la”.
Hay cosas falsas en Medusa de Netflix. Ni el Río Magdalena en la altura de Barranquilla es azul claro, o verde diáfano. Ni en su proximidad hay hongos que curan las enfermedades neurodegenerativas. Ni en sus orillas viven chamanes urbanos de bondad inmensa que curan a los ricos de las afecciones del alma.
Hay cosas ciertas y premonitorias en Medusa de Netflix. En especial retrata de manera iluminadora y acertada las naturalezas urbanas de la Barranquilla Metropolitana actual. Parte de estas naturalezas se entrelazan con cemento y con los desarrollos inmobiliarios que este posibilita. Cemento que se mezcla y se usa cada vez más en torno al Río, al mar y al manglar. Son parte de estas naturalezas, además, las piscinas de barrios acomodados, siempre sedientas de agua y de hipoclorito de sodio, que poco a poco libera cloro activo. Piscinas que permanecen iluminadas en las noches por focos que miran desde el fondo, pese a los problemas de energía de la región.
Medusa nos muestra la conservación de la biodiversidad en la región como lo que en realidad es. Una suma de esfuerzos por reverdecer unos espacios vacíos de gente. O bueno, vacíos de cierta gente. O de la mayoría de la gente. Juanita Acosta hace deporte en un Ecopark Mallorquín prístino, donde manglares y aguas se ven solitos, vacíos de pescadores. En una ciudad sostenida en gran medida por economías informales, no vemos ningún vendedor ambulante a la redonda. Se trata de una conservación en la que priman la seguridad privada y pública. Una conservación que desplaza y asegura un verdor exclusivo.
Digo exclusivo porque no se replica en todas partes. No podría correr la protagonista por las Ciénagas de Malambo, la Bahía y El Convento. Estos humedales boscosos, que formaron históricamente un sistema lagunar cundido de peces y dependiente del agua del Magdalena para su existencia, han ido muriendo, a merced del parque industrial de Barranquilla que les hereda una lista de químicos y desechos tóxicos. Ni tampoco por los terrenos que hoy plenos de polvo anuncian la densa Ciudad Mallorquín, con sus 16.000 viviendas y 7.936 parqueaderos.
Dice la radio y parece sugerir con chanza y desfachatez la propia campaña de expectativa, que Medusa está inspirada en los Char. No conozco los chismes internos de la familia, pero en cierta medida la serie toca un punto neurálgico sobre lo que ha sido su largo paso por los gobiernos de Barranquilla. En la serie los supuestos Char descubren que un hongo de propiedades médicas les hará mucha plata en el mercado de las farmacéuticas. En la vida real no descubrieron un hongo, pero sí entendieron muy temprano que en la biodiversidad y todo lo que suene verde (soluciones basadas en la naturaleza, desarrollo sostenible, etc), hay mucha plata. Préstamos, financiaciones y especulaciones se tejen entre manglares y zonas verdes. Detrás de la plata hay una mezcla de buenas intenciones de científicos, tecnologías de punta, matas muy bonitas, aporofobia y despojo.