En junio de 2019, la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) le pidió a la Corte Constitucional que diera vía libre a la fumigación con glifosato para disminuir los cultivos ilícitos que afectan “al sector”. La iniciativa fue respaldada por la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite, cuyo presidente, Jens Mesa, afirmó que “en el país se ha creado un debate equivocado sobre el uso del glifosato. Los que trabajamos en el campo tenemos total claridad sobre su efectividad y que sería una herramienta muy útil para acabar con los cultivos de coca”.
Las declaraciones no deberían sorprender. En primer lugar, la agroindustria de la palma, como muchos monocultivos, usa pesticidas en cantidad, incluido el glifosato. Y en segundo, porque industriales detrás de la palma quisieran seguirse ensanchando y si campesinos y poblaciones indígenas y afrodescendientes se ven obligados a moverse entre lluvias de glifosato, tendrán más hectáreas a la vista.
“El glifosato es el herbicida de mayor uso en el mundo porque, primero, es sistémico, ataca la raíz; segundo, sirve para hoja ancha y hoja angosta; tercero, ataca las gramíneas. Aquí lo han tratado de satanizar”, opinó el expresidente de comerciantes, exministro de Defensa y hoy embajador Guillermo Botero. Explicó además que más de un millón de hectáreas de café, caña y palma se fumigan con glifosato en Colombia. “Es muy controvertido para la hoja de coca, pero no tiene controversia ninguna para los cultivos lícitos. No he visto a nadie oponerse al uso del glifosato en la caña o en la palma de aceite; aquí solo se le oponen a la fumigación con glifosato para las 209.000 hectáreas de coca”, sentenció.
Pero se equivoca. No sólo hay oposición al uso de pesticidas sin freno en monocultivos, sino que hay resistencias contra la avanzada del monocultivo como tal. “Tenemos seis millones de hectáreas en la Orinoquia, en sabanas, que podemos conquistar para biocombustibles”, declaró el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez en marzo de 2007. La frase resume muy bien el ritmo de la expansión del monocultivo, pues de acuerdo con investigaciones de Verdad Abierta y Memoria Histórica, detrás de la expansión (conquista) estuvo la acción de grupos paramilitares: cuando pudieron volver tras el desplazamiento, las comunidades negras del Pacífico encontraron sus territorios sembrados de palma aceitera. Las mismas comunidades tuvieron que hacer frente a la presión del Ministerio de Agricultura que bajo los periodos de Uribe trató de obligarlos a dedicar sus territorios colectivos a estos productos a través de alianzas empresariales. En su trabajo la profesora Yamile Salinas ha denunciado cómo “los afrocolombianos vinculados a plantaciones de palma, además de verse obligados a trabajar en sus propias tierras y en cultivos diferentes a los tradicionales, no reciben salario mínimo y deben endeudarse con cooperativas de los mismos propietarios de los cultivos”. Podemos añadir que, por el tipo de cultivos, se ven empujados a usar pesticidas que los están envenenando.
Y sin embargo son muchas las organizaciones e instituciones académicas que advierten sobre los riesgos de pensar el futuro en términos de monocultivos (palma aceitera, caña, pero también banano, higuerilla, acacia). En palabras del Instituto Humboldt, estas plantaciones son “ecosistemas uniformes que sustituyen los ecosistemas naturales y su biodiversidad”. Por ello, tienen “impactos sociales y ambientales negativos: decrece la producción de agua, se modifica la estructura y la composición de los suelos, se altera la abundancia y composición de especies de fauna y flora, se pierde la base del sustento de la población nativa y en algunos casos se produce el desplazamiento de las comunidades negras, indígenas y campesinas de las diferentes regiones”.
Así las cosas, primero hay que decir adiós al regreso de contratistas gringos y su aspersión aérea forzada de pesticidas. Adiós al envenenamiento del agua y las células de poblaciones enteras. Después vendrá la lucha por revelar los daños causados por el uso del mismo pesticida en las hectáreas de monocultivos.
En junio de 2019, la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) le pidió a la Corte Constitucional que diera vía libre a la fumigación con glifosato para disminuir los cultivos ilícitos que afectan “al sector”. La iniciativa fue respaldada por la Federación Nacional de Cultivadores de Palma de Aceite, cuyo presidente, Jens Mesa, afirmó que “en el país se ha creado un debate equivocado sobre el uso del glifosato. Los que trabajamos en el campo tenemos total claridad sobre su efectividad y que sería una herramienta muy útil para acabar con los cultivos de coca”.
Las declaraciones no deberían sorprender. En primer lugar, la agroindustria de la palma, como muchos monocultivos, usa pesticidas en cantidad, incluido el glifosato. Y en segundo, porque industriales detrás de la palma quisieran seguirse ensanchando y si campesinos y poblaciones indígenas y afrodescendientes se ven obligados a moverse entre lluvias de glifosato, tendrán más hectáreas a la vista.
“El glifosato es el herbicida de mayor uso en el mundo porque, primero, es sistémico, ataca la raíz; segundo, sirve para hoja ancha y hoja angosta; tercero, ataca las gramíneas. Aquí lo han tratado de satanizar”, opinó el expresidente de comerciantes, exministro de Defensa y hoy embajador Guillermo Botero. Explicó además que más de un millón de hectáreas de café, caña y palma se fumigan con glifosato en Colombia. “Es muy controvertido para la hoja de coca, pero no tiene controversia ninguna para los cultivos lícitos. No he visto a nadie oponerse al uso del glifosato en la caña o en la palma de aceite; aquí solo se le oponen a la fumigación con glifosato para las 209.000 hectáreas de coca”, sentenció.
Pero se equivoca. No sólo hay oposición al uso de pesticidas sin freno en monocultivos, sino que hay resistencias contra la avanzada del monocultivo como tal. “Tenemos seis millones de hectáreas en la Orinoquia, en sabanas, que podemos conquistar para biocombustibles”, declaró el entonces presidente Álvaro Uribe Vélez en marzo de 2007. La frase resume muy bien el ritmo de la expansión del monocultivo, pues de acuerdo con investigaciones de Verdad Abierta y Memoria Histórica, detrás de la expansión (conquista) estuvo la acción de grupos paramilitares: cuando pudieron volver tras el desplazamiento, las comunidades negras del Pacífico encontraron sus territorios sembrados de palma aceitera. Las mismas comunidades tuvieron que hacer frente a la presión del Ministerio de Agricultura que bajo los periodos de Uribe trató de obligarlos a dedicar sus territorios colectivos a estos productos a través de alianzas empresariales. En su trabajo la profesora Yamile Salinas ha denunciado cómo “los afrocolombianos vinculados a plantaciones de palma, además de verse obligados a trabajar en sus propias tierras y en cultivos diferentes a los tradicionales, no reciben salario mínimo y deben endeudarse con cooperativas de los mismos propietarios de los cultivos”. Podemos añadir que, por el tipo de cultivos, se ven empujados a usar pesticidas que los están envenenando.
Y sin embargo son muchas las organizaciones e instituciones académicas que advierten sobre los riesgos de pensar el futuro en términos de monocultivos (palma aceitera, caña, pero también banano, higuerilla, acacia). En palabras del Instituto Humboldt, estas plantaciones son “ecosistemas uniformes que sustituyen los ecosistemas naturales y su biodiversidad”. Por ello, tienen “impactos sociales y ambientales negativos: decrece la producción de agua, se modifica la estructura y la composición de los suelos, se altera la abundancia y composición de especies de fauna y flora, se pierde la base del sustento de la población nativa y en algunos casos se produce el desplazamiento de las comunidades negras, indígenas y campesinas de las diferentes regiones”.
Así las cosas, primero hay que decir adiós al regreso de contratistas gringos y su aspersión aérea forzada de pesticidas. Adiós al envenenamiento del agua y las células de poblaciones enteras. Después vendrá la lucha por revelar los daños causados por el uso del mismo pesticida en las hectáreas de monocultivos.