El segundo Encuentro Nacional de Trabajo Doméstico que convocó a cientos de delegadas de las distintas ramas de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico en Colombia, Utrasd, y de la organización Intersindical de Trabajo Doméstico (Sintraimagra, Sintrahin y la Asociación de Mujeres Trabajadoras del Hogar, de Bucaramanga) se celebró hace algunos días en Medellín. La consigna de la reunión, que tenía como tarea analizar la implementación del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo en el país, fue “sacudir la indiferencia”.
Sacudir la indiferencia frente al hecho de que el trabajo doméstico es una trenza apretada de desigualdades. Por una parte, se trata de una labor eminentemente femenina (de acuerdo con cifras del Dane hay en Colombia 680.566 personas dedicadas al trabajo doméstico, de las que el 98 % son mujeres). El 3 % del total de las mujeres que trabajan hoy, lo hacen en esta profesión. Así mismo, se trata de un oficio pésimamente remunerado, que no fomenta de manera sostenida ni movilidad ni estabilidad cualquiera. Ana Teresa Vélez, vocera de la Escuela Nacional Sindical (ENS) afirmó que la población trabajadora doméstica está concentrada en un 90 % en estratos bajos: el 61 % gana menos de un salario mínimo legal mensual vigente, el 77 % recibe alimentos como pago en especie y el 99 % no recibe pago de horas extras. El 88,6 % de relaciones laborales de servicio doméstico se hacen todavía mediante un contrato verbal y hay baja afiliación a regímenes de salud y pensiones (del 39 % y 18% respectivamente, pese a todas las regulaciones introducidas en los últimos años).
Además de ser un oficio de mujeres pobres, es uno de mujeres afrodescendientes. Ladicel Mosquera, representante de la delegación Apartadó, Carepa y Chigorodó de Utrasd y María Roa, presidenta de Utrasd en Medellín, recordaron cómo en “los reclamos más constantes entre las trabajadoras asociadas figuran la falta de pago y la discriminación racial”. En su “diagnóstico de las condiciones de trabajo decente de las trabajadoras domésticas en la ciudad de Medellín”, la ENS recoge el testimonio de Erminda, tras una confrontación con su “patrona”. «Mire, yo le dije que me pagara mis días de trabajo que ya había trabajado todas las tres semanas, y ella me dijo que no me iba a pagar, que sólo me pagaba 50 mil pesos. Oiga, le dije: ‘¿y pa’ quién es ese poquito de plata? Me das mis doscientos mil pesos, que yo fue mucho lo que me maté y trabajé en esta casa’, y ella me contestó: ‘Esta negra sí es creída, ¿acaso antes no eras esclava?’».
Para María Roa este oficio no sólo refleja las discriminaciones e inequidades del país, sino que también las hace. Las refuerza. “Cuando hay reuniones especiales, matrimonios, primeras comuniones, nos tenemos que acostar a las dos de la mañana y luego a las cuatro de la mañana levantarnos porque sigue nuestra labor. Creen que no nos cansamos. Entonces por ser negra eres fuerte, eres resistente. Eso nos pasa” afirmó María Roa. Se comienza a trabajar muy temprano en la adolescencia o niñez (en zona rural existen 3.888 menores de edad en el sector) y la mayoría “tienen miedo” de ser despedidas después de los 60. Únicamente el 25,8 % de trabajadoras tiene actualmente derecho a vacaciones remuneradas en una labor pesada y fastidiosa con consecuencias claras sobre el cuerpo.
Al encuentro asistieron figuras políticas como Ángela Robledo y Angélica Lozano que impulsan iniciativas de reconocimiento a la economía del cuidado. Pues la feminización del sector no sólo hace referencia a que son mayoritariamente mujeres, sino a que sus oficios son considerados natural y biológicamente femeninos. Hay cada día más mujeres calificadas en la fuerza laboral colombiana, pero esto no implica que sus parejas hagan ahora más labores domésticas (de limpieza, alimentación o cuidado de los niños). Y es quizás el trabajo mal pago de las más de 660 mil empleadas y no la lealtad ni el enamoramiento, lo que salva a los matrimonios nacionales de clases medias y altas del divorcio inminente. Una mujer con modo delega en otra, con menos margen de maniobra, sus cargas.
El segundo Encuentro Nacional de Trabajo Doméstico que convocó a cientos de delegadas de las distintas ramas de la Unión de Trabajadoras Afrocolombianas del Servicio Doméstico en Colombia, Utrasd, y de la organización Intersindical de Trabajo Doméstico (Sintraimagra, Sintrahin y la Asociación de Mujeres Trabajadoras del Hogar, de Bucaramanga) se celebró hace algunos días en Medellín. La consigna de la reunión, que tenía como tarea analizar la implementación del Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo en el país, fue “sacudir la indiferencia”.
Sacudir la indiferencia frente al hecho de que el trabajo doméstico es una trenza apretada de desigualdades. Por una parte, se trata de una labor eminentemente femenina (de acuerdo con cifras del Dane hay en Colombia 680.566 personas dedicadas al trabajo doméstico, de las que el 98 % son mujeres). El 3 % del total de las mujeres que trabajan hoy, lo hacen en esta profesión. Así mismo, se trata de un oficio pésimamente remunerado, que no fomenta de manera sostenida ni movilidad ni estabilidad cualquiera. Ana Teresa Vélez, vocera de la Escuela Nacional Sindical (ENS) afirmó que la población trabajadora doméstica está concentrada en un 90 % en estratos bajos: el 61 % gana menos de un salario mínimo legal mensual vigente, el 77 % recibe alimentos como pago en especie y el 99 % no recibe pago de horas extras. El 88,6 % de relaciones laborales de servicio doméstico se hacen todavía mediante un contrato verbal y hay baja afiliación a regímenes de salud y pensiones (del 39 % y 18% respectivamente, pese a todas las regulaciones introducidas en los últimos años).
Además de ser un oficio de mujeres pobres, es uno de mujeres afrodescendientes. Ladicel Mosquera, representante de la delegación Apartadó, Carepa y Chigorodó de Utrasd y María Roa, presidenta de Utrasd en Medellín, recordaron cómo en “los reclamos más constantes entre las trabajadoras asociadas figuran la falta de pago y la discriminación racial”. En su “diagnóstico de las condiciones de trabajo decente de las trabajadoras domésticas en la ciudad de Medellín”, la ENS recoge el testimonio de Erminda, tras una confrontación con su “patrona”. «Mire, yo le dije que me pagara mis días de trabajo que ya había trabajado todas las tres semanas, y ella me dijo que no me iba a pagar, que sólo me pagaba 50 mil pesos. Oiga, le dije: ‘¿y pa’ quién es ese poquito de plata? Me das mis doscientos mil pesos, que yo fue mucho lo que me maté y trabajé en esta casa’, y ella me contestó: ‘Esta negra sí es creída, ¿acaso antes no eras esclava?’».
Para María Roa este oficio no sólo refleja las discriminaciones e inequidades del país, sino que también las hace. Las refuerza. “Cuando hay reuniones especiales, matrimonios, primeras comuniones, nos tenemos que acostar a las dos de la mañana y luego a las cuatro de la mañana levantarnos porque sigue nuestra labor. Creen que no nos cansamos. Entonces por ser negra eres fuerte, eres resistente. Eso nos pasa” afirmó María Roa. Se comienza a trabajar muy temprano en la adolescencia o niñez (en zona rural existen 3.888 menores de edad en el sector) y la mayoría “tienen miedo” de ser despedidas después de los 60. Únicamente el 25,8 % de trabajadoras tiene actualmente derecho a vacaciones remuneradas en una labor pesada y fastidiosa con consecuencias claras sobre el cuerpo.
Al encuentro asistieron figuras políticas como Ángela Robledo y Angélica Lozano que impulsan iniciativas de reconocimiento a la economía del cuidado. Pues la feminización del sector no sólo hace referencia a que son mayoritariamente mujeres, sino a que sus oficios son considerados natural y biológicamente femeninos. Hay cada día más mujeres calificadas en la fuerza laboral colombiana, pero esto no implica que sus parejas hagan ahora más labores domésticas (de limpieza, alimentación o cuidado de los niños). Y es quizás el trabajo mal pago de las más de 660 mil empleadas y no la lealtad ni el enamoramiento, lo que salva a los matrimonios nacionales de clases medias y altas del divorcio inminente. Una mujer con modo delega en otra, con menos margen de maniobra, sus cargas.