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En medio de una Cali en ebullición por la celebración de la COP16 del Convenio de Biodiversidad, el Palenke Alto Cauca del Proceso de Comunidades Negras, “Enramada: espacios de acción” y el Forest Peoples Programme presentaron su investigación sobre los impactos del monocultivo de la caña de azúcar. La lucha contra la expansión del monocultivo de caña de azúcar es “por la vida con dignidad”, explicó Felix, un mayor del Alto Cauca, resumiendo algunos de los principales hallazgos. La presentación y la investigación encapsulan tres paradojas principales.
La primera, que la caña es verde pero destruye la diversidad biológica. No solo es exuberante (un paisaje espeso de hojas color esmeralda), sino que en las últimas décadas ha capitalizado su prestigio produciendo biocombustibles, energía verde, papel, bolsas plásticas y pitillos ecológicos. La contraparte de tanta dicha la constituye la contaminación de los ríos y los suelos, la desecación de humedales y la deforestación. El análisis de imágenes satelitales determinó que “el despojo de las rondas hídricas para la siembra de caña de azúcar es una práctica generalizada en el norte del departamento del Cauca”. Es decir: lo que antes eran tierras mojadas que abrazaban los ríos Palo, Paila, Desbaratado y Güengüé, hoy son más de 2.474 hectáreas de caña de azúcar. Los costos de las mentadas energías (y bolsas y pitillos) verdes incluyen la degradación de las rondas como hábitats complejos de flora y fauna diversos y de interacción entre los medios acuáticos y terrestres. Al reducir la ronda se erosionan cuerpos de agua, que quedan más expuestos a pesticidas y fertilizantes tóxicos.
La segunda, que la caña es verde, pero ha sembrado la región de injusticia. Esto porque ha devastado los modos de vida del pueblo negro en el valle del río Cauca mediante la ruina de sistemas finqueros de producción agroforestal (de cacao, plátano verde, limoncillo, verbena, chontaduro y yuca) y de pesca y minería artesanales. “Mire que ahora que han acabado la finca, la gente está más pobre, está más humillada” dice uno de los testimonios recogidos en la investigación. “La finca es una resistencia de uno vivir. ¡Es la libertad! Y esto lo hicieron nuestros antepasados que fueron esclavos. Siempre pegaban para el monte… iban sembrando para ellos… Y nos dimos cuenta que, cuando los ingenios se establecieron, la gente empezó a perder esa libertad”. Se perdieron los medios de vida y también los de goce. En los 80 era común que los niños hicieran las tareas y se fueran a las playitas del río. Hoy no hay playas y el río no se mira por estar contaminado. “Yo tuve la fortuna de nacer en una región rica en caños, en zanjones, en ríos… Agua buena, agua sana por todo lado” dice otro testimonio, “anduve mi vida en el agua y en la tierra... después del mediodía yo nadaba todo el resto del día”.
La tercera, que la Cali de la COP16 es la misma que se erige entre cañaduzales. La misma del alcalde Eder, heredero de empresarios y dirigentes cañicultores que expanden el monocultivo, ya no de caña, sino de palma para biocombustibles hacia Meta y Casanare. “Hay desconocimiento de la industria” dijo el alcalde la semana pasada. “No olvidemos que el Valle se debe a la industria azucarera, que es la única circular que hay en Colombia”. Por su parte, Asocaña resaltó que dirigentes cañicultores están habilitando un “corredor biodiverso en el Río Cauca que conectará con 80 humedales de Cauca, Valle y Risaralda”. La paradoja radica en que, pese a los esfuerzos de restauración, una industria que despoja y desplaza será siempre insostenible. Es decir: las comunidades deberán empezar en otra parte, malvivir en barrios informales o tumbar selva para volver a comenzar. No hay biodiversidad sin dignidad para la gente.
