Una de las peores columnas que he leído en mi vida
Primero vino La Silla Vacía. “Ante la demora de su ministerio propio, Francia busca una cuota en el Ministerio de la Ciencia” tituló el artículo. Afirmó también que, detrás del deseo por cuotas, hay un documento de campaña “con la propuesta de Márquez para la ciencia”, y que este es de mala calidad. A esta conclusión no llegaron los periodistas a partir de una lectura propia, sino que consultaron a los sabios nacionales. “Argumentación pobre, débil, vaga y ambigua”, habría exclamado el médico Juan Anaya.
Horas después de la publicación de estas noticias, líderes de opinión e influenciadores manifestaron gran indignación con lo que consideraron una vuelta al pasado. “Ministerio de Ciencia y Tecnología pasará a manos de Francia Márquez” concluyeron varios y complementaron con distintas e hirientes ironías. “Bienvenidos a 1492” y “bienvenido el oscurantismo”, sentenciaron insinuando quizá que poblaciones afrodescendientes pertenecen a la época prehispánica y que, con la llegada de un supuesto clientelismo de Márquez, se removerán las enseñanzas blancas de la ciencia colombiana. “El asunto no es repartir las horas de clase entre distintas cosmologías”, argumentó en su columna semanal Moisés Wasserman, otro de los sabios, exrector de la Universidad Nacional.
La columna publicada en el diario El Tiempo es un ejercicio de deshonestidad intelectual. En lugar de conversar con el extenso trabajo de los varios académicos que firmaron el documento, Wasserman agarra selectivamente pedacitos del documento que en 16 páginas resumía algunas de las ideas de la campaña presidencial. Se burla, como tantísimos otros, de la consigna de “vivir sabroso”. Se burla y se queja y califica sus ideas de “tonterías” (que en español de la Real Academia de España hacen referencia a las ideas de personas con poca “razón” o con “deficiencia mental”).
“Es uno de los peores documentos que he leído en mi vida”, sentencia Wasserman. Y omite cómo este documento aborda la forma en que la ciencia y la tecnología “han propiciado relaciones de dominación de los cuerpos y territorios”. Para la muestra cualquier campaña militar. Cualquier fumigación con glifosato. Cualquier balance de los químicos que empresas como Dupont desecharon en el río Magdalena a través de los años 90. No dice nada tampoco sobre la propuesta (que más que un lineamiento de gobierno fue un compendio de campaña) de “profundizar en áreas del conocimiento moderno para comprender críticamente los procesos de contaminación de agua, hidrogeología y salud humana, pero dialogando de manera significativa con las comunidades locales”.
“¿Ciencia para qué?” se pregunta el documento que Wasserman ridiculiza. “Para que no haya hambre, ciencia para que no haya racismo, ciencia para erradicar la misoginia, ciencia para reducir la desigualdad, ciencia para conocer y preservar la biodiversidad, ciencia para el florecimiento comunitario, ciencia para superar este interminable ciclo de violencia”.
Wasserman y tantos otros se cierran a una conversación con una larga tradición colombiana de investigación participativa. Evitan también una conversación con décadas de trabajo de las humanidades y las ciencias sociales, que transpira dudas sobre la posibilidad de combinar el crecimiento económico con la conservación del medio ambiente. Que sabe que el desarrollo en algunos lugares se logró y se logra mediante el subdesarrollo en otros lugares. Que predica la necesidad de hacer los enfoques científicos más transparentes y accesibles para aumentar la relevancia de la ciencia para las necesidades de todos los grupos sociales y aumentar nuestra comprensión de cambios ecológicos complejos. Que sospecha de los sabios encaramados en jerarquías y prefiere el florecimiento de muchos tipos diferentes de conocimiento.
En lugar de tomarse en serio un debate global y contemporáneo, Wasserman opta por caricaturizarlo. Anda por el camino contrario a la curiosidad (que es finalmente la que hace que las ciencias se transformen).
Primero vino La Silla Vacía. “Ante la demora de su ministerio propio, Francia busca una cuota en el Ministerio de la Ciencia” tituló el artículo. Afirmó también que, detrás del deseo por cuotas, hay un documento de campaña “con la propuesta de Márquez para la ciencia”, y que este es de mala calidad. A esta conclusión no llegaron los periodistas a partir de una lectura propia, sino que consultaron a los sabios nacionales. “Argumentación pobre, débil, vaga y ambigua”, habría exclamado el médico Juan Anaya.
Horas después de la publicación de estas noticias, líderes de opinión e influenciadores manifestaron gran indignación con lo que consideraron una vuelta al pasado. “Ministerio de Ciencia y Tecnología pasará a manos de Francia Márquez” concluyeron varios y complementaron con distintas e hirientes ironías. “Bienvenidos a 1492” y “bienvenido el oscurantismo”, sentenciaron insinuando quizá que poblaciones afrodescendientes pertenecen a la época prehispánica y que, con la llegada de un supuesto clientelismo de Márquez, se removerán las enseñanzas blancas de la ciencia colombiana. “El asunto no es repartir las horas de clase entre distintas cosmologías”, argumentó en su columna semanal Moisés Wasserman, otro de los sabios, exrector de la Universidad Nacional.
La columna publicada en el diario El Tiempo es un ejercicio de deshonestidad intelectual. En lugar de conversar con el extenso trabajo de los varios académicos que firmaron el documento, Wasserman agarra selectivamente pedacitos del documento que en 16 páginas resumía algunas de las ideas de la campaña presidencial. Se burla, como tantísimos otros, de la consigna de “vivir sabroso”. Se burla y se queja y califica sus ideas de “tonterías” (que en español de la Real Academia de España hacen referencia a las ideas de personas con poca “razón” o con “deficiencia mental”).
“Es uno de los peores documentos que he leído en mi vida”, sentencia Wasserman. Y omite cómo este documento aborda la forma en que la ciencia y la tecnología “han propiciado relaciones de dominación de los cuerpos y territorios”. Para la muestra cualquier campaña militar. Cualquier fumigación con glifosato. Cualquier balance de los químicos que empresas como Dupont desecharon en el río Magdalena a través de los años 90. No dice nada tampoco sobre la propuesta (que más que un lineamiento de gobierno fue un compendio de campaña) de “profundizar en áreas del conocimiento moderno para comprender críticamente los procesos de contaminación de agua, hidrogeología y salud humana, pero dialogando de manera significativa con las comunidades locales”.
“¿Ciencia para qué?” se pregunta el documento que Wasserman ridiculiza. “Para que no haya hambre, ciencia para que no haya racismo, ciencia para erradicar la misoginia, ciencia para reducir la desigualdad, ciencia para conocer y preservar la biodiversidad, ciencia para el florecimiento comunitario, ciencia para superar este interminable ciclo de violencia”.
Wasserman y tantos otros se cierran a una conversación con una larga tradición colombiana de investigación participativa. Evitan también una conversación con décadas de trabajo de las humanidades y las ciencias sociales, que transpira dudas sobre la posibilidad de combinar el crecimiento económico con la conservación del medio ambiente. Que sabe que el desarrollo en algunos lugares se logró y se logra mediante el subdesarrollo en otros lugares. Que predica la necesidad de hacer los enfoques científicos más transparentes y accesibles para aumentar la relevancia de la ciencia para las necesidades de todos los grupos sociales y aumentar nuestra comprensión de cambios ecológicos complejos. Que sospecha de los sabios encaramados en jerarquías y prefiere el florecimiento de muchos tipos diferentes de conocimiento.
En lugar de tomarse en serio un debate global y contemporáneo, Wasserman opta por caricaturizarlo. Anda por el camino contrario a la curiosidad (que es finalmente la que hace que las ciencias se transformen).