Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El momento más importante de la primera gran hazaña del fútbol colombiano pasó puertas adentro. La Unión Soviética, sevicia, estaba destrozando a Colombia en el Mundial de 1962: en los primeros 11 minutos ya ganaba 3-0. Adolfo Pedernera, entrenador de ese equipo, dio las palabras que tal vez inauguraron nuestra identidad, que más bien era una forma de sentir de otros, pero que en nuestro lienzo en blanco tomamos como propia. “No juguemos a lo soviético porque nos van a matar, toquen la pelota”. Así llegó el histórico empate 4-4 con el que nos alimentamos por 28 años.
El estilo argentino, con su falsa dicotomía entre belleza y resultado, llegó a Colombia en El Dorado siendo más arte que ciencia. En ese camino también nos nutrimos de escuelas como la de Osvaldo Zubeldía, quien se encargó, primero que todo, de profesionalizar nuestro fútbol. Un testigo que después tomó Carlos Bilardo, con su misma exigencia, obsesión por los detalles y un salto en la condición física de los jugadores.
Llegó a su Everest en la década del 70 con la pequeña Yugoslavia en Santa Fe por la llegada de Toza Veselinovic como entrenador y Dragoslav Sekularac como jugador. Más que futbolistas querían superatletas, unidades militares a 2.600 metros de altura. Después llegó Vladimir Popovic, el gran rival que tuvo en los banquillos el primer gran entrenador colombiano de un fútbol que era más bien un coctel de mil patrias menos la nuestra.
Hablamos de Gabriel Ochoa Uribe, un tipo adelantado que además antepuso la condición física de sus jugadores, la disciplina y el orden sobre la belleza. “Ganar es lo único”, escribía en los tableros de sus camerinos. Hasta que llegó el gran punto de quiebre: Francisco Maturana con su Nacional campeón de la Copa Libertadores 1989 y la selección colombiana que deleitó al mundo con sus pases cortos y técnica en el Mundial de Italia 1990.
Maturana, que había sido dirigido por Bilardo y Zubeldía, se matriculó en la escuela en la que identificó todo su pensamiento: la del uruguayo José Ricardo de León. Luis Cubilla, exentrenador de Atlético Nacional, uruguayo también y la persona con la que más habló de fútbol en su vida, era su principal discípulo. ¿La revolución de Maturana? La presión zonal en días en los que el debate era defender al hombre o en zona. De esa corriente surgió una fila de entrenadores como Hernán Darío Gómez y Luis Fernando Suárez.
“Se juega como se vive”, decía Maturana de esa selección que instaló ese imaginario de identidad de toques cortos con la pelota que seguimos persiguiendo como un fantasma tantos años después, sobre todo en el fracaso. Tras la salida de Carlos Queiroz de la selección colombiana, por temas secundarios al fútbol, de un equipo con un poco de heavy metal, pero que también respetaba el vallenato de nuestros jugadores, se alegó eso. Que era alérgico a nuestra identidad. Una tesis que amplificó el entrenador que lo reemplazó, pues lo repitió (populismo) desde su primera rueda de prensa. “Vengo a devolver la identidad del fútbol colombiano”. Como si habláramos de algo que nos habían quitado, que nos habían robado. Fueron siete partidos sin anotar gol en las eliminatorias. ¿Y cuál era esa supuesta identidad?
El motivo de este especial era responder esa pregunta. O, tal vez, darnos cuenta de que no puede ser respondida. “Cada pueblo juega al fútbol según su forma de ser”, dice también el exdeportista y periodista Martí Perarnau. Pero, también involuciona según ese pueblo. Y en esta tierra, donde sabemos de todo menos para dónde vamos, cualquier bus nos sirve.