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Mario Chorlito

La clave para recordar la clave

Tola y Maruja
22 de septiembre de 2024 - 05:05 a. m.

Berrionditas, como seguimos en vacas (así le dicen los pipiolos a las vacaciones) le dejamos el campo a Mario Chorlito pa que cuente cómo sufrimos los viejos con la tenología:

Los de la tercera edad nos sacamos un ojo con el Internet y añoramos cuando íbamos a una oficina física, hacíamos física fila y nos atendía una persona de carne y hueso.

Ahora no: para pagar unos pinches servicios públicos te obligan a registrarte y abrir una cuenta de usuario con una clave que debe contener al menos ocho caracteres con una mayúscula, una minúscula, un número y un símbolo… y un emoticón.

En este paseo con mi esposa por España a lo V.V. (Vamos Viendo) nos ha tocado usar mucho las tales aplicaciones apepés para comprar tiquetes de buses o trenes y hospedaje en Airbnb y Booking.

Pues bien, íbamos para Mérida, en Extremadura, y nos metimos a Booking a buscar dormida, y cuando dimos click en el hostal Mérida Imperial y ya nos disponíamos a dar click en pagar (muertos del susto pues se podría tratar de una estafa), vimos que era la Mérida de México.

Después de tres intentos finalmente nos salió la Mérida española y pagamos. Al ratico nos sonó el móvil (así le dicen aquí al celular) y contesté y me dijeron: “Le hablamos del Mérida Imperial, ¿es usted Mario Chorlito?”, con un acento mejicano que me hizo morir las lombrices: ¡Díos mío, pagué en México!

Afortunadamente era la Mérida española y nos pudimos alojar. El muchacho peruano que me llamó nos contó que pasaba cada rato con turistas norteamericanos que iban para la Mérida mejicana y pagaban la Mérida extremeña.

Mérida está situado al pie de un bonito río donde un emperador romano decidió afincar su palacio de recreo y adonde se retiraban a vivir sabroso los soldados del Imperio.

Como vamos en un paseo sin planes, no teníamos idea de que estaban celebrando los 70 años del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y que esa noche era la última función de Medusa, con la veterana Victoria Abril y en pleno teatro romano. ¡Casi nada!

Cuando corrimos a comprar las boletas la señorita nos dijo que estaban agotadas hacía meses, pero que dejaban unas poquísimas para última hora, que volviéramos al momento de la función por si acaso.

Le rogamos que nos las vendiera ya mismo, por favor, que éramos visitantes y era nuestra última noche en Mérida, pero ella “que NO”. Entonces le dije que éramos colombianos y le conté quiénes eran la terna para procurador… y le dio tanto pesar de nosotros que nos vendió las boletas sin chistar.

Los viejos nos cagamos de miedo comprando por internet, nos hace mucha falta el contacto humano y poder pedir rebaja. Y enseguida tenemos que llegar al bus con un QR en el celular, con el pánico de que por alguna razón inexplicable se borre el bendito código.

Y si tuvimos la fortuna de coronar con el teléfono prendido, cuando el chofer está chuliando los QR con su lector no podemos encontrar el nuestro y formamos taco en la fila que se sube al bus y damos sincera lástima.

Y cuando al fin topamos el famoso QR, después de buscarlo en el correo, en las fotos, en el guasá y en descargas recientes, el chofer no lo puede leer porque a nuestro celu le falta brillo. ¡Y vaya usted a saber de dónde diablos se le pone brillo! Y la fila mirándonos.

Mi consejo para la tercera edad es no viajar y quedarse en la casita bien rico, coloreando mandalas, llenando sudokus, aprendiendo suajili por Duolingo y oyendo por radio las noticias del ELN.

Ay, Gaza, ya te olvidamos…

 

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