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El flamante jefe de RTVC (Radio Televisión Vetadora de Colombia) don Jólman Morris nos llamó: Tías, necesito que me hagan un programa sobre Tirofijo y mostrar su parte humana.
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Llegates adonde era, Jólman de Jesús -le dije yo-, Tola fue sirvienta de Tirofijo y te puede hablar de semejante chusmero, al que “solo su madre lo recuerda con cariño”.
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¿Y cómo lo conoció? -preguntó Jólman alzando su típica ceja de periodista indómito, la misma ceja que se enfrentó valientemente al inmenso poder del que sabemos.
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Yo de novelera -empezó Tola- me antojé de ir a la “zona de distensión”, los 42.000 kilómetros (el tamaño de Suiza) que la tarambana de Pastrana le despejó a los bandidos de la Far.
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Fui porque no me quería perder el concierto de Marbel -siguió Tola empoderada- y la bellezura del Mono Jojoy me echó el ojo entre el público y me secuestró y me dejó al servicio de Tirofijo.
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Tirofijo me contó que se volvió guerrillero porque el presidente Guillermo Valencia, agüelo de la senadora Paloma, lo bombardió en Marquetalia y le mató las gallinas y los marranos.
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Y así principió la sesta guerra civil colombiana. Repasemos: la primera guerra fue entre los mismos indios, la segunda entre los indios y los conquistadores, la tercera entre los realistas y los patriotas, la cuarta entre los mismos patriotas, la quinta entre liberales y conservadores, la sesta entre el gobierno y la guerrilla, la sétima entre el gobierno y los traquetos, y estamos en la otava entre el gobierno y los guerrilleros traquetos (habrán notao que no hace falta el punto y coma).
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Yo le pediría, con todo respeto tía, que no le metamos sociología al asunto -dijo Jólman subiendo la ceja contestataria-. ¿Cómo fue su relación con el camarada Tirofijo?
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Muy difícil porque Tirofijo era muy hetero-patriarcal y falo-céntrico, y me obligaba a que le lavara las patas en una poncherada de agua tibia y que le espulgara las niguas y le puliera los jarretes con piedra pómez.
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Don Tiro era muy templao y una vez casi me hace fusilar: resulta y sucede que me puso a que le lavara los calzoncillos y se los rompí briegando a descurtilos… y no eran manchaos sino camuflaos.
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Entonces me hizo juicio revolucionario pa pasame al papayo, pero yo me conseguí de abogaos a los juriperitos Lombana y Granaos, que dilataron el proceso hasta que San Juan agachó el dedo.
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Esto lo vamos a quitar en la edición, tía, y le repito que me interesa es resaltar la parte humana del prócer Tirofijo -dijo Jólman subiendo la ceja progresista-. ¿Cómo era el día a día de nuestro Manuel?
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Don Tiro se levantaba tipo 9 y me decía: Ahora sí le recibo un tintico, misiá Tola, y se ponía a oír noticias, y viera cómo se le iluminaban los ojitos cuando informaban de atentaos, estorsiones y secuestros de sus pupilos.
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Enseguida le servía el desayuno y me ponía a planchale el uniforme y la toballa roja que no desamparaba y le lavaba con jabón Rey, bicarbonato, límpido, vinagre y veterina las botas pantaneras que güelían a pura valeriana.
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Don Tiro era muy humano con los secuestraos: la vez que Íngris Betancur hizo güelga de hambre él mismo le ponía suero a las malas. Y cuando un coronel del Ejército murió en cautiverio don Manuel le mandó a la familia un sufragio de pésame.
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Tía, finalmente cómo definiría sumercé al compañero Marulanda -preguntó Jólman subiendo la ceja izquierdista-. Y dijo Tola: Tirofijo aró en el mar y sembró quiebra patas en la tierra.
Ñapa: A Jólman le pasa lo mismo que a Pastrana, Viqui y demás periodistas que se meten en política: su independencia de antaño era puro activismo. ¡Gas!
Rimember Gaza.
