Tola y Maruja aprenden sobre el preinfarto precuenta
Berrionditas, nuestro sobrino Mario Chorlito ya volvió de España y nos contó el cacharro que le pasó: resultó comiendo en un restaurante “callos Michelín” porque un amigo lo llevó de gancho-ciego.
“Un amigo en Santiago de Compostela estaba de cumpleaños y lo invité a comer callos a la gallega, pensando que nos zamparíamos dos raciones baratas en el mercado de abastos
Al momentico mi amigo me llamó y me dijo: Buenas noticias, Mario, logré reservar en un restaurante que se acaba de ganar el Campeonato Mundial de Callos 2024.
No fue fácil -siguió mi amigo, feliz de la pelota-, no había mesa, pero el dueño resultó conocido y hará una excepción con nosotros y nos servirá los callos en la barra, pero que no le cuente a nadie.
Restaurante donde haya que reservar mesa, es caro -pensé para mis pobres adentros, pero ya no tenía presentación que me quitara de la invitación a mi querido amigo.
Con mi esposa revisamos mi billetera y salieron tres polillas y un billete de dos mil pesos colombianos, y nos miramos como va al matadero la res sin que nadie le diga un adiós.
Pero faltaba la sorpresa: al llegar al bendito restaurante vimos que ostentaba en su puerta una estrella Michelín. A mí se me nubló la vista y sentí un mareíto, pero ya no había vuelta atrás: ¡Alea iacta est!
Un mesero muy atildado nos preguntó qué queríamos de beber y antes de que yo pidiera dos cañas mi amigo se adelantó y pidió una botella de vino… yo sentí que mi billetera se estremeció.
En unas coquitas pirringas nos trajeron los callos y le susurré a mi esposa: eso se me queda enredado en una muela… va a tocar que ahorita requintemos en una tapería.
Mi amigo se relamía comiendo los callos y dictaminó: ¡alucinantes! Y la verdad estaban deliciosos, con sus rodajas de chorizo y morcilla, su toque de garbanzos y una coqueta florecita de tajete… y el vino también rico, pero yo no tuve vida pensando en la cuenta.
Cuando acabamos hicimos los consabidos chistes: Salgamos de a uno y arrancamos a correr. Cuánto le debemos y por qué tan caro. ¿Tiene devuelta pa fiar? Por favor la cuenta y un policía.
En cuanto divisé que el mesero traía la factura empecé a sudar frío, sentí que el mundo se me fue y me desgoncé en la butaca. Después supe que sucede a menudo en los restaurantes Michelín y que técnicamente se le llama preinfarto precuenta.
Mi esposa pegó un alarido y de inmediato apareció un enfermero de blanco impecable, con el logo del restaurante en la gorrita y trayendo el desfibrilador con el cual me revivió.
El alquiler del desfibrilador me costó 300 euros del alma, a lo que mi amigo comentó: ellos no ganan mucho con la comida, que les sale operativamente costosa, ellos se desquitan es con el desfibrilador. Como Cine Colombia, que su negocio son las crispetas.
Si Dios quiere para finales del 2025 estaré terminando de pagar la tarjeta de crédito, y mi amigo me prometió que si Petro entrega el poder me convida a chunchurria Michelín”.
Volviendo a lo nuestro, Tola y yo estamos güetes con la reforma laboral pues traería una cosa muy galleta: El programa de último empleo, pa que las empresas contraten cuchos.
Sería una gran oportunidá pal dotor Álvaro Leyva, que podría regresar al gobierno como adulto responsable y danos tranquilidá.
Ñapa: ¿Pa cuándo el Nobel de Economía a una madre soltera cabeza de familia que gana el mínimo y su niño estudia?
Ñapita: César Lorduy le habría pedido un favor sexual a una congresista pa ayudarle como magistrado. Él se defiende: Al menos pedí el favor…
Ay, Gaza.
Berrionditas, nuestro sobrino Mario Chorlito ya volvió de España y nos contó el cacharro que le pasó: resultó comiendo en un restaurante “callos Michelín” porque un amigo lo llevó de gancho-ciego.
“Un amigo en Santiago de Compostela estaba de cumpleaños y lo invité a comer callos a la gallega, pensando que nos zamparíamos dos raciones baratas en el mercado de abastos
Al momentico mi amigo me llamó y me dijo: Buenas noticias, Mario, logré reservar en un restaurante que se acaba de ganar el Campeonato Mundial de Callos 2024.
No fue fácil -siguió mi amigo, feliz de la pelota-, no había mesa, pero el dueño resultó conocido y hará una excepción con nosotros y nos servirá los callos en la barra, pero que no le cuente a nadie.
Restaurante donde haya que reservar mesa, es caro -pensé para mis pobres adentros, pero ya no tenía presentación que me quitara de la invitación a mi querido amigo.
Con mi esposa revisamos mi billetera y salieron tres polillas y un billete de dos mil pesos colombianos, y nos miramos como va al matadero la res sin que nadie le diga un adiós.
Pero faltaba la sorpresa: al llegar al bendito restaurante vimos que ostentaba en su puerta una estrella Michelín. A mí se me nubló la vista y sentí un mareíto, pero ya no había vuelta atrás: ¡Alea iacta est!
Un mesero muy atildado nos preguntó qué queríamos de beber y antes de que yo pidiera dos cañas mi amigo se adelantó y pidió una botella de vino… yo sentí que mi billetera se estremeció.
En unas coquitas pirringas nos trajeron los callos y le susurré a mi esposa: eso se me queda enredado en una muela… va a tocar que ahorita requintemos en una tapería.
Mi amigo se relamía comiendo los callos y dictaminó: ¡alucinantes! Y la verdad estaban deliciosos, con sus rodajas de chorizo y morcilla, su toque de garbanzos y una coqueta florecita de tajete… y el vino también rico, pero yo no tuve vida pensando en la cuenta.
Cuando acabamos hicimos los consabidos chistes: Salgamos de a uno y arrancamos a correr. Cuánto le debemos y por qué tan caro. ¿Tiene devuelta pa fiar? Por favor la cuenta y un policía.
En cuanto divisé que el mesero traía la factura empecé a sudar frío, sentí que el mundo se me fue y me desgoncé en la butaca. Después supe que sucede a menudo en los restaurantes Michelín y que técnicamente se le llama preinfarto precuenta.
Mi esposa pegó un alarido y de inmediato apareció un enfermero de blanco impecable, con el logo del restaurante en la gorrita y trayendo el desfibrilador con el cual me revivió.
El alquiler del desfibrilador me costó 300 euros del alma, a lo que mi amigo comentó: ellos no ganan mucho con la comida, que les sale operativamente costosa, ellos se desquitan es con el desfibrilador. Como Cine Colombia, que su negocio son las crispetas.
Si Dios quiere para finales del 2025 estaré terminando de pagar la tarjeta de crédito, y mi amigo me prometió que si Petro entrega el poder me convida a chunchurria Michelín”.
Volviendo a lo nuestro, Tola y yo estamos güetes con la reforma laboral pues traería una cosa muy galleta: El programa de último empleo, pa que las empresas contraten cuchos.
Sería una gran oportunidá pal dotor Álvaro Leyva, que podría regresar al gobierno como adulto responsable y danos tranquilidá.
Ñapa: ¿Pa cuándo el Nobel de Economía a una madre soltera cabeza de familia que gana el mínimo y su niño estudia?
Ñapita: César Lorduy le habría pedido un favor sexual a una congresista pa ayudarle como magistrado. Él se defiende: Al menos pedí el favor…
Ay, Gaza.