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                                                                                                                                Contenido Patrocinado
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                                                                                                                                Dejando el hábito del teléfono celular

                                                                                                                                Recientemente leí acerca de un servicio no convencional ofrecido en el hotel Byron, un famoso balneario de la Riviera italiana frecuentado por los ricos y famosos.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                A principios de los años 90, cuando los teléfonos móviles aún no estaban en todas partes, escribí acerca de los “poseedores de teléfonos celulares” —un neologismo que acuñé, emulando a los “portadores de la antorcha”— que trataban de llamar la atención sobre sí mismos en los trenes y en los aeropuertos gritando a voz de cuello sobre el comercio de acciones, préstamos bancarios y otros negocios.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Sin duda, ya no es así. Justo el otro día noté a cinco personas que caminaban a mi lado: dos estaban haciendo llamadas, dos enviando mensajes de texto tan frenéticamente que corrían el riesgo de tropezar y caer, y una mujer caminando con su teléfono en la mano, lista a responder a cualquier tono o timbre que pudiera emitir.

                                                                                                                                Conozco a un hombre bastante culto y distinguido que se deshizo de su Rolex porque hoy en día, dijo, puede ver la hora con sólo mirar su Blackberry.

                                                                                                                                Tecnológicamente hablando, es obvio que esto representa un paso adelante —tener pequeños pero potentes computadoras a nuestro alcance en todo momento—, pero también un paso hacia atrás. Después de todo, el reloj de pulsera ofreció a la gente una alternativa a estar sacando constantemente el reloj de bolsillo de su chaleco (o, supongo, caminando con los relojes de caja atados a sus espaldas). Pero mientras el reloj de pulsera liberó nuestras manos, el teléfono inteligente las monopoliza. Mi amigo cambió su Rolex por un dispositivo que tiene una de sus manos constantemente ocupada.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Y en los días en que la gente utilizaba plumas de ganso para escribir, requería usar una sola una mano; pero hoy en día se necesitan dos para escribir en un teclado, por lo que el poseedor de un celular no puede utilizar el teléfono y su computadora al mismo tiempo.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por supuesto, y no soy el primero en señalarlo, otra manera de demostrar que la tecnología móvil es a la vez un paso adelante y un paso atrás es que, por mucho que nos conecte virtualmente, también interrumpe el tiempo que dedicamos a estar juntos, frente a frente. La película italiana L’Amore è eterno finchè dura (El amor es eterno mientras dura) ofrece un ejemplo extremo en una escena en la que una joven insiste en responder mensajes urgentes mientras tiene relaciones sexuales.

                                                                                                                                Una vez concedí una entrevista a una periodista española, una mujer con aire de culta e inteligente que, en su artículo, observó con asombro que nunca había interrumpido nuestra conversación para contestar el teléfono. Y por eso decidió que yo estoy muy bien educado. Tal vez nunca se le ocurrió que había apagado mi celular para evitar interrupciones —o que no tenía un teléfono celular—.

                                                                                                                                * Novelista y semiólogo italiano

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                2013 Umberto Eco/L’Espresso

                                                                                                                                Recientemente leí acerca de un servicio no convencional ofrecido en el hotel Byron, un famoso balneario de la Riviera italiana frecuentado por los ricos y famosos.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                A principios de los años 90, cuando los teléfonos móviles aún no estaban en todas partes, escribí acerca de los “poseedores de teléfonos celulares” —un neologismo que acuñé, emulando a los “portadores de la antorcha”— que trataban de llamar la atención sobre sí mismos en los trenes y en los aeropuertos gritando a voz de cuello sobre el comercio de acciones, préstamos bancarios y otros negocios.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Sin duda, ya no es así. Justo el otro día noté a cinco personas que caminaban a mi lado: dos estaban haciendo llamadas, dos enviando mensajes de texto tan frenéticamente que corrían el riesgo de tropezar y caer, y una mujer caminando con su teléfono en la mano, lista a responder a cualquier tono o timbre que pudiera emitir.

                                                                                                                                Conozco a un hombre bastante culto y distinguido que se deshizo de su Rolex porque hoy en día, dijo, puede ver la hora con sólo mirar su Blackberry.

                                                                                                                                Tecnológicamente hablando, es obvio que esto representa un paso adelante —tener pequeños pero potentes computadoras a nuestro alcance en todo momento—, pero también un paso hacia atrás. Después de todo, el reloj de pulsera ofreció a la gente una alternativa a estar sacando constantemente el reloj de bolsillo de su chaleco (o, supongo, caminando con los relojes de caja atados a sus espaldas). Pero mientras el reloj de pulsera liberó nuestras manos, el teléfono inteligente las monopoliza. Mi amigo cambió su Rolex por un dispositivo que tiene una de sus manos constantemente ocupada.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Y en los días en que la gente utilizaba plumas de ganso para escribir, requería usar una sola una mano; pero hoy en día se necesitan dos para escribir en un teclado, por lo que el poseedor de un celular no puede utilizar el teléfono y su computadora al mismo tiempo.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por supuesto, y no soy el primero en señalarlo, otra manera de demostrar que la tecnología móvil es a la vez un paso adelante y un paso atrás es que, por mucho que nos conecte virtualmente, también interrumpe el tiempo que dedicamos a estar juntos, frente a frente. La película italiana L’Amore è eterno finchè dura (El amor es eterno mientras dura) ofrece un ejemplo extremo en una escena en la que una joven insiste en responder mensajes urgentes mientras tiene relaciones sexuales.

                                                                                                                                Una vez concedí una entrevista a una periodista española, una mujer con aire de culta e inteligente que, en su artículo, observó con asombro que nunca había interrumpido nuestra conversación para contestar el teléfono. Y por eso decidió que yo estoy muy bien educado. Tal vez nunca se le ocurrió que había apagado mi celular para evitar interrupciones —o que no tenía un teléfono celular—.

                                                                                                                                * Novelista y semiólogo italiano

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                2013 Umberto Eco/L’Espresso

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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