HE LEÍDO UNA NOTICIA donde se habla de una encuesta realizada en Gran
Bretaña: según parece, un cuarto de los ingleses piensa que Churchill
es un personaje de fantasía, y lo mismo sucede con Gandhi y Dickens.
Asimismo, muchos de los encuestados (aunque no se precisa cuántos)
habrían incluido entre las personas que realmente existieron a Sherlock
Holmes, a Robin Hood y a Eleanor Rigby.
Mi primer impulso sería no darle más importancia de la que tiene. Claro que me interesaría saber a qué franja social pertenece ese cuarto de encuestados que no tiene las ideas claras sobre Churchill y Dickens. Si hubieran entrevistado a los londinenses de los tiempos de Dickens, a esos que se ven en los grabados de las miserias de Londres de Doré o en las escenas de Hogarth, seguramente unos tres cuartos de ellos, sucios, embrutecidos y hambrientos, no habrían sabido quién era Shakespeare.
Tampoco me asombra que crean que Holmes o Robin Hood existieron realmente; en primer lugar, porque existe una industria holmesiana que promociona incluso una visita turística al pretendido piso de Baker Street en Londres; y en segundo lugar, porque el personaje que inspiró la leyenda de Robin Hood existió de veras (lo único que lo vuelve irreal es que en los tiempos de la economía feudal se robaba a los ricos para dárselo a los pobres, mientras que tras el advenimiento de la economía de mercado se roba a los pobres para dárselo a los ricos). Por otra parte, yo de niño creía que Buffalo Bill era un personaje imaginario, hasta que mi padre me reveló que no sólo había existido, sino que él en persona lo había visto cuando pasó con su circo por nuestra ciudad, pues para sobrevivir vino a dar con sus huesos a la provincia piamontesa desde el mítico Oeste.
Pero también es verdad, y lo notamos cuando se les hacen preguntas a nuestros jóvenes italianos (por no hablar, qué sé yo, de los norteamericanos), que las ideas sobre el pasado, aun próximo, son muy vagas. He leído algo sobre un test que arrojaba que hay quien piensa que Aldo Moro era un terrorista de las Brigadas Rojas, Alcide De Gasperi un jerarca fascista, el general Badoglio un partisano, etcétera. Uno dice: ha pasado tanto tiempo, ¿por qué deberían saber unos chicos de 18 años quién estaba en el gobierno 50 años antes que ellos nacieran? Bueno, será que la escuela fascista era muy rígida, pero el caso es que yo a mis diez años sabía que el primer ministro en los tiempos de la marcha sobre Roma (20 años antes) era Facta, y a mis 18 años sabía también quiénes habían sido Rattazzi o Crispi, que eran asunto del siglo anterior.
El hecho es que ha cambiado nuestra relación con el pasado, probablemente también en el colegio. Alguna vez nos interesaba mucho el pasado porque las noticias sobre el presente no eran muchas; baste pensar que un diario lo contaba todo en ocho páginas. Con los medios de masas se ha difundido una inmensa información sobre el presente, en internet se pueden encontrar noticias sobre millones de acontecimientos que están pasando en este momento (incluso los más irrelevantes).
El pasado del que nos hablan los medios de masas, como por ejemplo las vicisitudes de los emperadores romanos o de Ricardo Corazón de León, e incluso las de la primera Guerra Mundial, pasan (a través de Hollywood e industrias afines) junto al flujo de información sobre el presente, y es muy difícil que un usuario de películas capte la diferencia temporal entre Espartaco y Ricardo Corazón de León. E igualmente, la diferencia entre imaginario y real se aplasta o, en cualquier caso, pierde toda consistencia: díganme ustedes por qué un chico que ve películas en la tele debe considerar que Espartaco sí existió y Vinicio de Quo Vadis, no; que Iván el Terrible era real y Ming, tirano de Mongo, no, si se parecen muchísimo.
En la cultura estadounidense este aplastamiento del pasado sobre el presente se vive con mucha desenvoltura y puede ocurrir que un profesor de filosofía comente lo irrelevante que es saber lo que dijo Descartes, cuando lo que nos interesa es lo que hoy en día están descubriendo las ciencias cognitivas. Se está olvidando que si las ciencias cognitivas han llegado a donde han llegado ha sido porque con los filósofos del siglo XVII se empezó un determinado discurso, pero lo más grave es que se renuncia a extraer del pasado una lección para el presente.
Muchos piensan que el viejo dicho de que la historia es maestra de vida es una trivialidad de maestro decimonónico, pero es verdad que si Hitler hubiera estudiado con atención la campaña de Rusia de Napoleón no habría caído en la trampa en la que cayó, y si Bush hubiera estudiado bien las guerras de los ingleses en Afganistán en el siglo XIX (pero qué me digo, bastaría la ultimísima guerra de los soviéticos contra los talibanes) habría planteado de forma distinta su campaña afgana.
Puede parecer que entre el memo inglés que cree que Churchill era un personaje imaginario y Bush que va a Irak convencido de lograrlo en 15 días hay una diferencia abismal, pero no es así. Se trata del mismo fenómeno de ofuscamiento de la dimensión histórica.
*Novelista y semiólogo italiano.
HE LEÍDO UNA NOTICIA donde se habla de una encuesta realizada en Gran
Bretaña: según parece, un cuarto de los ingleses piensa que Churchill
es un personaje de fantasía, y lo mismo sucede con Gandhi y Dickens.
Asimismo, muchos de los encuestados (aunque no se precisa cuántos)
habrían incluido entre las personas que realmente existieron a Sherlock
Holmes, a Robin Hood y a Eleanor Rigby.
Mi primer impulso sería no darle más importancia de la que tiene. Claro que me interesaría saber a qué franja social pertenece ese cuarto de encuestados que no tiene las ideas claras sobre Churchill y Dickens. Si hubieran entrevistado a los londinenses de los tiempos de Dickens, a esos que se ven en los grabados de las miserias de Londres de Doré o en las escenas de Hogarth, seguramente unos tres cuartos de ellos, sucios, embrutecidos y hambrientos, no habrían sabido quién era Shakespeare.
Tampoco me asombra que crean que Holmes o Robin Hood existieron realmente; en primer lugar, porque existe una industria holmesiana que promociona incluso una visita turística al pretendido piso de Baker Street en Londres; y en segundo lugar, porque el personaje que inspiró la leyenda de Robin Hood existió de veras (lo único que lo vuelve irreal es que en los tiempos de la economía feudal se robaba a los ricos para dárselo a los pobres, mientras que tras el advenimiento de la economía de mercado se roba a los pobres para dárselo a los ricos). Por otra parte, yo de niño creía que Buffalo Bill era un personaje imaginario, hasta que mi padre me reveló que no sólo había existido, sino que él en persona lo había visto cuando pasó con su circo por nuestra ciudad, pues para sobrevivir vino a dar con sus huesos a la provincia piamontesa desde el mítico Oeste.
Pero también es verdad, y lo notamos cuando se les hacen preguntas a nuestros jóvenes italianos (por no hablar, qué sé yo, de los norteamericanos), que las ideas sobre el pasado, aun próximo, son muy vagas. He leído algo sobre un test que arrojaba que hay quien piensa que Aldo Moro era un terrorista de las Brigadas Rojas, Alcide De Gasperi un jerarca fascista, el general Badoglio un partisano, etcétera. Uno dice: ha pasado tanto tiempo, ¿por qué deberían saber unos chicos de 18 años quién estaba en el gobierno 50 años antes que ellos nacieran? Bueno, será que la escuela fascista era muy rígida, pero el caso es que yo a mis diez años sabía que el primer ministro en los tiempos de la marcha sobre Roma (20 años antes) era Facta, y a mis 18 años sabía también quiénes habían sido Rattazzi o Crispi, que eran asunto del siglo anterior.
El hecho es que ha cambiado nuestra relación con el pasado, probablemente también en el colegio. Alguna vez nos interesaba mucho el pasado porque las noticias sobre el presente no eran muchas; baste pensar que un diario lo contaba todo en ocho páginas. Con los medios de masas se ha difundido una inmensa información sobre el presente, en internet se pueden encontrar noticias sobre millones de acontecimientos que están pasando en este momento (incluso los más irrelevantes).
El pasado del que nos hablan los medios de masas, como por ejemplo las vicisitudes de los emperadores romanos o de Ricardo Corazón de León, e incluso las de la primera Guerra Mundial, pasan (a través de Hollywood e industrias afines) junto al flujo de información sobre el presente, y es muy difícil que un usuario de películas capte la diferencia temporal entre Espartaco y Ricardo Corazón de León. E igualmente, la diferencia entre imaginario y real se aplasta o, en cualquier caso, pierde toda consistencia: díganme ustedes por qué un chico que ve películas en la tele debe considerar que Espartaco sí existió y Vinicio de Quo Vadis, no; que Iván el Terrible era real y Ming, tirano de Mongo, no, si se parecen muchísimo.
En la cultura estadounidense este aplastamiento del pasado sobre el presente se vive con mucha desenvoltura y puede ocurrir que un profesor de filosofía comente lo irrelevante que es saber lo que dijo Descartes, cuando lo que nos interesa es lo que hoy en día están descubriendo las ciencias cognitivas. Se está olvidando que si las ciencias cognitivas han llegado a donde han llegado ha sido porque con los filósofos del siglo XVII se empezó un determinado discurso, pero lo más grave es que se renuncia a extraer del pasado una lección para el presente.
Muchos piensan que el viejo dicho de que la historia es maestra de vida es una trivialidad de maestro decimonónico, pero es verdad que si Hitler hubiera estudiado con atención la campaña de Rusia de Napoleón no habría caído en la trampa en la que cayó, y si Bush hubiera estudiado bien las guerras de los ingleses en Afganistán en el siglo XIX (pero qué me digo, bastaría la ultimísima guerra de los soviéticos contra los talibanes) habría planteado de forma distinta su campaña afgana.
Puede parecer que entre el memo inglés que cree que Churchill era un personaje imaginario y Bush que va a Irak convencido de lograrlo en 15 días hay una diferencia abismal, pero no es así. Se trata del mismo fenómeno de ofuscamiento de la dimensión histórica.
*Novelista y semiólogo italiano.