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Nuestra época está llena de consignas, axiomas que inundan la cuadrilla de Instagram, frases llamativas que también se acomodan a Twitter y a su brevedad emocional. Muchas de ellas hablan sobre opresión, libertad, la explotación de personas y de culturas, de igualdad para las mujeres, antirracismo, derechos y resistencias a estructuras dominantes de toda variedad. Su circulación es un índice del tiempo que vivimos. Algunas son los efectos de una experiencia mediática, agudamente visual, movida también por dinámicas mercantiles y por el afán de notoriedad. Pero la tendencia también es un signo de la auténtica inquietud por deshacer, en nuestros tiempos, modelos añejos de poder.
Porque la nuestra es una época donde también se ha hecho expansiva la protesta social. China, Chile, México, Estados Unidos. Y nuestra Colombia, atravesada por un remezón de expresión multitudinaria, inédita, masiva. Nuestra Colombia ensangrentada por la brutalidad policial. Nuestra Colombia en este estallido. Nuestra Colombia ante el exceso autoritarismo estatal. Dando el alarido de un largo hastío, mostrando la hondura vapuleada que lleva su pueblo herido.
Mientras la policía y el Esmad han disparado sin reparo, sin compasión, contra la población civil, mientras los videos desgarradores de escenas de ese tipo se han apilado, multiplicándose; mientras las cifras de brutalidad y muerte se alzaban, mientras personas eran masacradas en las calles con pasmosa cotidianidad, un oleaje empezó a hacerse macizo en las redes digitales. Pese a la represión, millones de personas persistieron en su digna rabia para marchar. Y conforme la protesta atravesó su octavo día, para algunos empezó a hacerse muy ruidoso un silencio particular. El de ciertos actores en la industria de la moda nacional. Una esfera que incluye, además, un acervo de figuras que cobija la influencia digital.
Unas anotaciones para contextualizar. En los últimos años la moda se ha vuelto un tema del entretenimiento masivo. Su ubicuidad en la esfera pública le ha merecido, además, un significativo esfuerzo de estudio académico. Se ha convertido en el fenómeno más visible del espectáculo contemporáneo. Puede ser visualmente consumida y compartida por cualquiera que disponga de acceso a medios visuales. Gracias al tiempo altamente visual en que vivimos, la moda se ha convertido en el espectáculo más visto del mundo actual.
La moda conecta rápidamente con la ropa. Con sus formas y apariencias. La moda está condicionada siempre por el tiempo y el espacio. Ha sido un foco de producción material. Pero la moda no sólo denota los aspectos estéticos de las ropas y sus estilos, sino que remite a la vida misma, al cuerpo, a la vida, a lo que se produce, se consume, a las formas en que se forja la identidad. Tengo por hábito preguntar cada vez que me enfrento a la categoría: ¿cuál moda? ¿Para quién, por qué, en qué lugar?
En 2017 el espíritu global decretó como gran tendencia “la moda política”. Desde entonces la moda parece haberse hecho un terreno de disputa politizada, y su aspecto espectacular también ha sido un terreno para el disenso. (Diseñadores usando pasarelas como sitios de resistencia, camisetas con arengas políticas, la estetización de la protesta feminista). Por eso, con la coyuntura como la que atravesamos, se cruzan otros dos grandes temas del espíritu de la época: la expresión política y la amplitud de la moda como espectáculo.
Pero la moda ¿es acaso política? Como una estudiosa crítica del tema desde hace más de una década –como escritora crítica, visitante de pasarelas, estudiosa teórica, periodista, mujer de la moda, como su objeto especular y también su analista– la he conocido todas sus dimensiones y sus aristas. Por ende, es preciso aclarar que la moda no es una categoría simple, ni monolítica. La moda es práctica, proceso, producto. Es objeto, imagen, texto, concepto, teoría. Y todas esas posibilidades se cruzan con las identidades, historias, y culturas del mundo contemporáneo.
Algunas académicas del campo en el que me formé y que enseño en el país, Fashion Studies, como Molly Rottman y Hazel Clark han declarado que la naturaleza misma de la moda bien puede ser política porque las formas en que se hacen y representan las ropas suelen involucrar un ejercicio de poder. Consideran que la moda está atravesada por las formas en que se forjan identidades, ya sea a nivel nacional, colectivo, o en el plano del sujeto o ciudadano individual. Su naturaleza puede ser considerada política porque la moda es producto y significado, y eso: vehículo para la articulación de la identidad. Pero sus dimensiones políticas también pueden manifestarse en las condiciones de su manufactura, la forma en que se intercambia la ropa, el cuerpo político individual o social.
Así que, sí, la moda puede, efectivamente, verse en su naturaleza política. Pero cuando miramos un término tan amplio, que significa tantas cosas, un término polisémico y heterogéneo en sus sentidos, es necesario aterrizarlo a su contexto específico. Hay que situar a la moda para definirla. Al hacerlo, sus posibilidades de significado se complican. Desde hace un tiempo, en Colombia, entre las consignas llamativas que circulan por las esferas de lo digital está la que reza justamente que “la moda es política”. Esta línea necesita abordarse también con un poco más de complejidad.
Porque el potencial de serlo no necesariamente afianza la característica en sí. En Colombia, la moda no ha sido política en sí misma, ni en el vacío. Lo cierto es que lo que sí ha sido la moda en Colombia es un tema de clase social. Y aquí, la clase social está emparentada con ciertas ideologías. Eso es lo que hemos estado viendo en estos días.
¿Pero por qué se pide o se espera que en Colombia sea política? En nuestro contexto, la moda ha gestado nuevos imaginarios de identidad colectiva. Lo que antes eran asociaciones casi automáticas con narcotráfico, guerrilla, terrorismo, fueron suplantadas por vínculos que se hicieron más cercanos al diseño nacional. A ciertos nombres que, hace unos años, empezaron a conquistar espacios de legitimación global que otrora habían sido impensables para el país. Los códigos de un esplendoroso caribeño chic se instalaron en espacios tradicionales como marcas de la colombianidad. Tanto, que la fórmula de vestir colombiano se empezó a hacer también un portal de orgullo hacia el país.
Pero el escenario en estos últimos años ha cambiado. Y como fenómeno de la cultura, la moda se ha ido politizando de maneras distintas. Incluso ha asimilado la protesta feminista y se ha encontrado con el feminismo. Como situarla en el tiempo y en el espacio, en las dimensiones precisas de su cultura y sociedad es tan definitivo, también es necesario mirar cómo llenar el término político cuando se trata de la moda local.
Conforme la moda se ha hecho más visible y más compleja, más amplios han tenido que hacerse sus estudios críticos e interdisciplinarios. En las últimas tres décadas el conocimiento académico que se le ha dedicado es vasto, amplísimo. Las discusiones y las epistemologías para estudiarla se han adaptado a sus propias fluctuaciones. Hoy, además, una de sus grandes tendencias culturales habla de acercar la brecha entre conocimiento académico e industria; de estimular una industria que piense en una revolución sistemática, en la inclusión, en la diversidad, en lo decolonial, en la justicia social y la equidad. (El nuevo decano de la escuela de moda en Parsons, en Nueva York, y una de las escuelas más renombradas del mundo ha sido un pionero de esta línea).
Sin embargo, la consigna “la moda es política” puede sentirse sosa, reduccionista, la maniobra de la notoriedad digital y mercantil. Pero nos llama a comprender el giro que las audiencias locales han tenido. Nos llama a comprender la buena fe que hay en consumidores para quienes las apariencias son deleitables, pero también portadoras de sentido y simbolismo. Nos llama a preguntar, qué es la moda, qué es un acto político. Nos llama a entender la buena fe y la intención de quienes proclaman que la moda es política. Quieren que asuma esa cualidad.
Ahora, la industria de la moda en Colombia tampoco es homogénea o monolítica. Y su creciente diversidad da cuenta de las tensiones que se están tan evidentes en estos días. En el mundo de la escritora barranquillera Marvel Moreno, muchas mujeres, “señoras bien” de los acomodados escalones del mundo social podían perder su propia voz ante figuras patriarcales de todo tipo. La complacencia es vital en los andamios de las burguesías. Sucede esto en el mundo de la moda nacional. Y sucede algo similar con la influencia digital, con ese abanico de figuras que se bordean con la moda porque sus roles conectan con el consumo, celebridad, y la actuación del yo en lo digital. Hay vértigo en enunciarse de manera nítida porque, además, late el subtexto del compromiso neoliberal y de perpetuar la convención que adula, que no inquieta, que se acoge a la homogeneidad de resortes sociales de las burguesías.
Por eso la tensión revela la multiplicidad de lo que significa moda en el país. Ciertas personas de la opinión, del mundo digital, del diseño, han querido, efectivamente, rellenar de sustancia la convicción de que la moda en Colombia sea política. Al mismo tiempo, hay una estela ineludible que ata y anuda a ciertos actores del contexto con la clase social. Y es la defensa de esa clase social lo que se ha perfilado también en la coyuntura de la protesta social. Es lo que reluce en las retóricas y los silencios que hemos visto en estos días.
Y si se espera que la moda y la influencia digital asuman posturas en momentos de singular inflexión política, cuando afrontamos medidas autoritarias, discursos que legitiman una lógica guerrerista y patriarcal, cuando vemos que hay voces que intentan endosar una protesta masiva a la burda explicación de una oposición “conspirativa”, es porque en Colombia, la moda ha sido un vector en los últimos años de identidad nacional. Sin embargo, la efervescencia de legitimación global se está viendo interpelada por esa corriente global que señala las consecuencias que hay cuando existe un abismo entre conocimiento crítico e industria.
No me alcanzan todas las ideas aquí. Me he extendido. Pero quisiera señalar, como anotación final, que la moda siempre está asociada al cambio. Y en ese sentido, actualmente, en nuestro país, la moda es maleable para la construcción política. Para eso se necesita entre otras cosas que la industria –ese sistema que produce ropa, espectáculo, imágenes, imaginarios de consumo, vehículos de legitimación– se acerque al conocimiento histórico, teórico y crítico. Y que la moda en Colombia sea una que busque sintonizarse con el espíritu del tiempo que vivimos, que busque incluir equidad, justicia social, antirracismo, diversidad, inclusión y esa gran promesa, esa que no puede permanecer como la retórica vacía de emojis, mensajes de oración, complacencia o apatía: la paz. Para ello, se necesita incomodidad. Mirarse más allá de la complacencia en cuyos silencios las voces se sacrifican. Se necesita recordar que es posible una vocación por la belleza, en su sentido espectacular, sin que eso implique la marginación de la conciencia histórica y política.