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                                                                                                                                ¿Quién le teme a la paridad?

                                                                                                                                Desde finales del siglo XIX, la caricatura se convirtió en un vehículo para lidiar con la agitación que despertaban unos grupos de mujeres que se hacían llamar sufragistas. En la prensa surgieron imágenes burlescas. Pincelaban a mujeres feas, iracundas, exageradísimas, y por ende risibles - fabricadas según la medida de una imaginación que veía como despropósito pernicioso que las mujeres tuviesen la osadía de reclamar el voto político.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                A veces, cuando lo miro, lo encuentro cómico, risible - que el miedo hacia la libertad y la igualdad femenina sean tan viscerales. Por momentos es cómico verlo así. Que en aras de contener la inquietud que causa que esa libertad e igualdad sean posibles, sea la falsificación uno de los recursos que más se repitan. La distorsión. El estereotipo. Una cierta demonización. Pronto deja de ser risible. Es dolor lo que palpita cuando sea descubre la reincidencia de ese temor. No deja de ser increíble. El pavor que ha suscitado históricamente, en formas y circunstancias distintísimas, la voluntad femenina por existir en términos de igualdad.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                En la serie estadounidense Mrs. America, que narra parte de la travesía del movimiento de liberación femenina de comienzos de los 70 por hacer ratificar la Enmienda de Igualdad de Derechos en el Congreso, se muestra lo que sucede cuando esa misma ansiedad se instala en un segmento femenino. Capitaneadas por la conservadora Phyllis Schlafly, grupos de mujeres se adhieren a sabotear el prospecto de la ratificación. Apelan, con frecuencia, a la línea de caricaturas que se usaban en contra de las sufragistas. Las “libbers”, como se llamaba a las mujeres del movimiento, eran referidas como “lesbianas”, “odia-hombres”, “dictadoras totalitarias”, “comunistas”, “peligrosas”, que ante nada, suponían una amenaza a la sacralidad de la familia. Schlafly era asidua en pegarse a aspectos del discurso político feminista para distorsionarlo y sembrar desasosiego. Como por ejemplo vender la idea de que las feministas, al problematizar visiones del casamiento y la maternidad, estaban despreciando a las hacedoras del hogar o a las mujeres que conscientemente quisiesen permanecer en la esfera doméstica.

                                                                                                                                Porque la verdad es que la retórica que se opone a la libertad e igualdad femenina no se reduce o se limita a la mirada masculina. Sí tiene allí su punto primordial de origen. Pero es posible tener una misoginia tan internalizada como mujer que se recurra y se comparta el aparato discursivo que siembra distorsión para sostenerse antifeminista.

                                                                                                                                Es lo que sucede cuando en el poder político o en el discurso público se percibe la voz y la presencia femenina como intrusa. Es lo que sucede en el ámbito académico cuando un varón, habituado a creer que es él quien detenta el conocimiento, a veces con o sin malicia sienta el impulso de explicarle algo a una colega. En últimas, es la premisa que hemos heredado, el afán de mantener a las mujeres en su sitio. Es más fácil perpetuar el imaginario de las mujeres como usurpadoras del poder en vez de concebir la repartición de las posibilidades como una ganancia colectiva. Lo que genera ansiedad por lo general se resuelve mejor si se simplifica, si se reduce y se convierte en algo que rechazar sin mucha examinación.

                                                                                                                                Sí, señores, no se alebresten: los derechos y las condiciones entre hombres y mujeres han avanzado significativamente. Pero hay vestigios de creencias y percepciones que nos han adoctrinado durante siglos. La asimetría ha predominado. Es apenas lógico que sus rezagos persistan.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Ahora vamos a aquello que la racionalidad viril ha hecho una de sus banderas: la naturaleza “dura” de las cifras y los hechos. Las mujeres son el 52% de la población, y no ocupan ni el 30% de los espacios de representación que exige, en Colombia, la Ley de Cuotas. Sólo el 12% de las Alcaldías, 17% de los Concejos, un 6.25% de las Gobernaciones, y sólo un 19% del Congreso son ocupados por mujeres. Ah, otra distorsión frecuente en las retóricas que se oponen a la igualdad: es que la discriminación positiva de las cuotas es indebida, no es correcta, porque supone elegir mujeres sólo por ser mujeres. Son fórmulas para generar transformaciones. Son medidas provisionales para empezar a generar paisajes más balanceados. Las cifras y las estadísticas – el conocimiento “duro” una vez más – ha demostrado, en otras latitudes, que esta paridad adelanta bienestares colectivos que no

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por eso, hay coyunturas que cada tanto, al avivarse, nos recuerdan que esa ansiedad, aunque ampliamente conquistada, no se disipa. Que la igualdad sigue siendo fuente de zozobra. ¿Qué pasa cuando es el Congreso de la República el que le dice que no al prospecto de la paridad política? En Colombia, la institución dijo no a la oportunidad histórica de garantizar a las mujeres participación igualitaria. ¿Qué nos dice eso? Los argumentos para explicar la negativa se aferran a asuntos tangenciales, por ejemplo, lo que esa concesión de paridad haría supuestamente en los partidos. Argumentación de artificio. En realidad es la ansiedad añeja siseando.

                                                                                                                                Sin embargo, hay una fuerza despierta que ya nada extingue. Puede llamarse Organización Artemisas. Pueden ser las discusiones cotidianas mediáticas. Pueden ser las mujeres de todo tipo en las calles, protestando. Ni las hazañas de las derechas, los dogmatismos evangélicos, las oscuridades del populismo reaccionario, toda la retórica antifeminista, ninguna, podrá refrenarla.

                                                                                                                                El lema es Paridad Ya. La ansiedad enquistada intenta contenerla, pero la fuerza es indetenible.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                @vanessarosales_

                                                                                                                                Desde finales del siglo XIX, la caricatura se convirtió en un vehículo para lidiar con la agitación que despertaban unos grupos de mujeres que se hacían llamar sufragistas. En la prensa surgieron imágenes burlescas. Pincelaban a mujeres feas, iracundas, exageradísimas, y por ende risibles - fabricadas según la medida de una imaginación que veía como despropósito pernicioso que las mujeres tuviesen la osadía de reclamar el voto político.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                A veces, cuando lo miro, lo encuentro cómico, risible - que el miedo hacia la libertad y la igualdad femenina sean tan viscerales. Por momentos es cómico verlo así. Que en aras de contener la inquietud que causa que esa libertad e igualdad sean posibles, sea la falsificación uno de los recursos que más se repitan. La distorsión. El estereotipo. Una cierta demonización. Pronto deja de ser risible. Es dolor lo que palpita cuando sea descubre la reincidencia de ese temor. No deja de ser increíble. El pavor que ha suscitado históricamente, en formas y circunstancias distintísimas, la voluntad femenina por existir en términos de igualdad.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Porque la verdad es que la retórica que se opone a la libertad e igualdad femenina no se reduce o se limita a la mirada masculina. Sí tiene allí su punto primordial de origen. Pero es posible tener una misoginia tan internalizada como mujer que se recurra y se comparta el aparato discursivo que siembra distorsión para sostenerse antifeminista.

                                                                                                                                Es lo que sucede cuando en el poder político o en el discurso público se percibe la voz y la presencia femenina como intrusa. Es lo que sucede en el ámbito académico cuando un varón, habituado a creer que es él quien detenta el conocimiento, a veces con o sin malicia sienta el impulso de explicarle algo a una colega. En últimas, es la premisa que hemos heredado, el afán de mantener a las mujeres en su sitio. Es más fácil perpetuar el imaginario de las mujeres como usurpadoras del poder en vez de concebir la repartición de las posibilidades como una ganancia colectiva. Lo que genera ansiedad por lo general se resuelve mejor si se simplifica, si se reduce y se convierte en algo que rechazar sin mucha examinación.

                                                                                                                                Sí, señores, no se alebresten: los derechos y las condiciones entre hombres y mujeres han avanzado significativamente. Pero hay vestigios de creencias y percepciones que nos han adoctrinado durante siglos. La asimetría ha predominado. Es apenas lógico que sus rezagos persistan.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Sin embargo, hay una fuerza despierta que ya nada extingue. Puede llamarse Organización Artemisas. Pueden ser las discusiones cotidianas mediáticas. Pueden ser las mujeres de todo tipo en las calles, protestando. Ni las hazañas de las derechas, los dogmatismos evangélicos, las oscuridades del populismo reaccionario, toda la retórica antifeminista, ninguna, podrá refrenarla.

                                                                                                                                El lema es Paridad Ya. La ansiedad enquistada intenta contenerla, pero la fuerza es indetenible.

                                                                                                                                No ad for you

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