La “línea roja” fijada por Obama y sus aliados de la OTAN para atacar Siria es clara: la amenaza o el uso de armas químicas. A diferencia de Iraq en 2003, donde los Estados Unidos se inventaron la presencia de armas de destrucción masiva, en Siria el propio régimen de Al Asad reconoció, en julio de 2012, la existencia de armas químicas, aclarando que sólo serían usadas en caso de una agresión extranjera.
El problema es que para Al Asad, el apoyo dado por otros Estados a los rebeldes sirios es visto como una “agresión extranjera”, con lo cual ya se cumpliría tal condición. Así, el eventual uso de dichas armas estaría supeditado a qué tan cercado se sienta el régimen.
Pero tal afirmación tiene más de especulación que de realidad, en la medida en que el régimen sabe que nadie puede controlar la expansión del impacto de un arma química, así que usarla equivaldría al suicidio. Además, el poder de fuego de Asad contra los rebeldes no sería más eficaz si se usan armas químicas, pues con armas convencionales ya ha arrasado pueblos enteros.
Un ataque por parte de los Estados Unidos y sus aliados a Siria dependería de muchos factores, siendo precisamente el alto margen de incertidumbre lo que ha frenado una acción militar. Vale tener en cuenta las posiciones de China y Rusia que ante el uso (real o creado) de armas químicas su rechazo a un ataque estadounidense tendría menos relevancia; el uso real de las armas químicas, lo que es posible pero improbable; las posiciones de poderes regionales como Turquía, Arabia Saudita e Irán, y, en menor medida, los pedidos que haga la oposición siria.
Ya Reino Unido dice que hay pruebas de fuentes de inteligencia de que el Gobierno sirio está preparándose para usar dichas armas (el mismo servicio de inteligencia que corroboró las armas de Hussein en 2003). Y según el diario británico Sunday Times, Israel estaría desarrollando operaciones encubiertas en Siria.
Para reforzar el riesgo de las armas químicas, se afirma que ya fueron empleadas en 1892, durante la masacre de Hama por el padre de Bashar, Hafez Al-Assad. Pero el veterano periodista Robert Fisk, quien cubrió tales hechos, reconoce que ningún soldado usaba máscaras de protección y que allí nadie usó armas químicas.
Lo triste de todo esto es que ya George Bush y Colin Powell le recordaron al mundo cómo hacer política exterior basándose en el miedo y la mentira. Fisk nos recuerda que el primero en usar armas químicas en Oriente Medio no fue Hussein, sino los británicos contra los turcos en Sinaí, en 1917.
El problema es que la presencia de armas químicas serviría de pretexto para cualquier tipo de acción por parte de los Estados Unidos y sus aliados en la región, con lo cual la causa de los rebeldes sirios quedaría reducida a un segundo plano.
La “línea roja” fijada por Obama y sus aliados de la OTAN para atacar Siria es clara: la amenaza o el uso de armas químicas. A diferencia de Iraq en 2003, donde los Estados Unidos se inventaron la presencia de armas de destrucción masiva, en Siria el propio régimen de Al Asad reconoció, en julio de 2012, la existencia de armas químicas, aclarando que sólo serían usadas en caso de una agresión extranjera.
El problema es que para Al Asad, el apoyo dado por otros Estados a los rebeldes sirios es visto como una “agresión extranjera”, con lo cual ya se cumpliría tal condición. Así, el eventual uso de dichas armas estaría supeditado a qué tan cercado se sienta el régimen.
Pero tal afirmación tiene más de especulación que de realidad, en la medida en que el régimen sabe que nadie puede controlar la expansión del impacto de un arma química, así que usarla equivaldría al suicidio. Además, el poder de fuego de Asad contra los rebeldes no sería más eficaz si se usan armas químicas, pues con armas convencionales ya ha arrasado pueblos enteros.
Un ataque por parte de los Estados Unidos y sus aliados a Siria dependería de muchos factores, siendo precisamente el alto margen de incertidumbre lo que ha frenado una acción militar. Vale tener en cuenta las posiciones de China y Rusia que ante el uso (real o creado) de armas químicas su rechazo a un ataque estadounidense tendría menos relevancia; el uso real de las armas químicas, lo que es posible pero improbable; las posiciones de poderes regionales como Turquía, Arabia Saudita e Irán, y, en menor medida, los pedidos que haga la oposición siria.
Ya Reino Unido dice que hay pruebas de fuentes de inteligencia de que el Gobierno sirio está preparándose para usar dichas armas (el mismo servicio de inteligencia que corroboró las armas de Hussein en 2003). Y según el diario británico Sunday Times, Israel estaría desarrollando operaciones encubiertas en Siria.
Para reforzar el riesgo de las armas químicas, se afirma que ya fueron empleadas en 1892, durante la masacre de Hama por el padre de Bashar, Hafez Al-Assad. Pero el veterano periodista Robert Fisk, quien cubrió tales hechos, reconoce que ningún soldado usaba máscaras de protección y que allí nadie usó armas químicas.
Lo triste de todo esto es que ya George Bush y Colin Powell le recordaron al mundo cómo hacer política exterior basándose en el miedo y la mentira. Fisk nos recuerda que el primero en usar armas químicas en Oriente Medio no fue Hussein, sino los británicos contra los turcos en Sinaí, en 1917.
El problema es que la presencia de armas químicas serviría de pretexto para cualquier tipo de acción por parte de los Estados Unidos y sus aliados en la región, con lo cual la causa de los rebeldes sirios quedaría reducida a un segundo plano.