En la Segunda Guerra Mundial los húngaros quedaron atrapados entre los nazis y los soviéticos.
En Hungría los rebeldes perdieron, pero resulta difícil mirar la historia y decir que no debieron siquiera intentar luchar, simplemente porque siempre hubo alguien al acecho dispuesto a aprovecharse de su lucha y a manipular sus banderas, y porque efectivamente fueron derrotados.
Cambiando de contexto, hace más de cuatro años en Siria se levantaron unas banderas amplias en términos de justicia y libertad que fueron duramente reprimidas, abriendo la puerta al conflicto armado que ahora sufre el país. Al comienzo era más fácil tener esperanzas de un triunfo militar, pero esa posibilidad se ha ido disolviendo ante la presencia de muchos grupos y el dolor de tantas masacres. Como en Budapest, la oposición siria no es homogénea y había a veces más sentimiento que cabeza. Las marchas de protesta en ambos casos terminaron en violencia.
Ya Siria no es la de 2012, cuando las banderas más o menos consensuadas seguían pesando en la agenda de la acción militar. Hoy, además de los rebeldes que dieron comienzo a la revuelta, hay milicias salafistas, grupos de espías, mercenarios que tratan de repartirse Siria y el temible Estado Islámico. Los saudíes están detrás de las milicias suníes, Irán y Hizbollah apoyan al Gobierno, y la CIA y el Mosad tratan de pescar en río revuelto.
Pasaron muchos años desde los levantamientos de Hungría para que dicho país superara la larga noche del nazismo y del estalinismo. Es posible que en la guerra de los años cuarenta alguien haya sugerido que era mejor no luchar contra Hitler porque eso favorecería a Stalin o viceversa.
Vale recordar que allí había un partido pronazi que tuvo temporalmente el poder y un partido comunista aupado después por la Unión Soviética, pero esos dos partidos no eran toda Hungría. Es posible que en 1956 alguien haya sugerido que lo mejor era no apoyar a los rebeldes porque Hungría podría caer en manos de Estados Unidos.
También es posible que en algunas décadas le demos un puesto justo a los rebeldes sirios de hoy, reducidos por unos a “agentes del imperialismo”, a “títeres de los saudíes”, y por otros a “miembros de Al Qaeda y del Estado Islámico”. Mientras eso pasa, el número de muertos, torturados, desplazados y refugiados crece y nada indica que haya opción alguna.
Tampoco se veía esperanza alguna al final de 1956 en Budapest, y no por eso su lucha era menos meritoria. Las guerras no se dan solamente porque se puedan ganar sino que, independientemente del pronóstico, hay algo dentro de los pueblos que los hace levantarse aún con la certeza del fracaso ante sus ojos.
En la Segunda Guerra Mundial los húngaros quedaron atrapados entre los nazis y los soviéticos.
En Hungría los rebeldes perdieron, pero resulta difícil mirar la historia y decir que no debieron siquiera intentar luchar, simplemente porque siempre hubo alguien al acecho dispuesto a aprovecharse de su lucha y a manipular sus banderas, y porque efectivamente fueron derrotados.
Cambiando de contexto, hace más de cuatro años en Siria se levantaron unas banderas amplias en términos de justicia y libertad que fueron duramente reprimidas, abriendo la puerta al conflicto armado que ahora sufre el país. Al comienzo era más fácil tener esperanzas de un triunfo militar, pero esa posibilidad se ha ido disolviendo ante la presencia de muchos grupos y el dolor de tantas masacres. Como en Budapest, la oposición siria no es homogénea y había a veces más sentimiento que cabeza. Las marchas de protesta en ambos casos terminaron en violencia.
Ya Siria no es la de 2012, cuando las banderas más o menos consensuadas seguían pesando en la agenda de la acción militar. Hoy, además de los rebeldes que dieron comienzo a la revuelta, hay milicias salafistas, grupos de espías, mercenarios que tratan de repartirse Siria y el temible Estado Islámico. Los saudíes están detrás de las milicias suníes, Irán y Hizbollah apoyan al Gobierno, y la CIA y el Mosad tratan de pescar en río revuelto.
Pasaron muchos años desde los levantamientos de Hungría para que dicho país superara la larga noche del nazismo y del estalinismo. Es posible que en la guerra de los años cuarenta alguien haya sugerido que era mejor no luchar contra Hitler porque eso favorecería a Stalin o viceversa.
Vale recordar que allí había un partido pronazi que tuvo temporalmente el poder y un partido comunista aupado después por la Unión Soviética, pero esos dos partidos no eran toda Hungría. Es posible que en 1956 alguien haya sugerido que lo mejor era no apoyar a los rebeldes porque Hungría podría caer en manos de Estados Unidos.
También es posible que en algunas décadas le demos un puesto justo a los rebeldes sirios de hoy, reducidos por unos a “agentes del imperialismo”, a “títeres de los saudíes”, y por otros a “miembros de Al Qaeda y del Estado Islámico”. Mientras eso pasa, el número de muertos, torturados, desplazados y refugiados crece y nada indica que haya opción alguna.
Tampoco se veía esperanza alguna al final de 1956 en Budapest, y no por eso su lucha era menos meritoria. Las guerras no se dan solamente porque se puedan ganar sino que, independientemente del pronóstico, hay algo dentro de los pueblos que los hace levantarse aún con la certeza del fracaso ante sus ojos.