Las relaciones entre América Latina y el mundo árabe datan del siglo XIX, cuando inmigrantes, especialmente de origen sirio-libanés, llegaron al continente.
Sus descendientes superan los 17 millones. Sólo Brasil tiene 12 millones de habitantes de origen árabe, un número más alto que el de la población de Túnez, Jordania o Líbano. Sin embargo, las relaciones formales entre las dos regiones eran hasta hace poco fragmentadas y parciales.
En nuestros días hay intercambios comerciales renovados y sostenidos. Esto se materializa en el creciente número de misiones diplomáticas entre las dos regiones. Brasil y Venezuela son países observadores de la Liga Árabe, mientras que siete países árabes son observadores ante la Organización de Estados Americanos (OEA).
Los países de ambas regiones han confluido en espacios políticos importantes, como el Grupo de los 77 y el Movimiento de los No Alineados, en los que han buscado tener una voz común y por tanto más fuerte frente a las grandes potencias. Líbano y Egipto tienen más de 12 embajadas acreditadas en América Latina y, así mismo, Brasil, Venezuela, Cuba y Argentina tienen 10 o más embajadas en el mundo árabe.
En el campo económico los datos son aún más relevantes. El comercio total de mercancías entre 2000 y 2008 se triplicó. Pero dentro del total de exportaciones e importaciones los números todavía son bajos: de América Latina proviene apenas el 2,18% de las importaciones de Oriente Medio, mientras que América Latina sólo importa de Oriente Medio el 0,95% de sus compras externas.
La escasez de alimentos en Oriente Medio y la capacidad latinoamericana de producirlos hacen que exista un entorno posible para desarrollar un mercado latinoamericano de productos agrícolas, fuerte y sostenido, para ofrecer a esa región, que tiene como contrapartida la posibilidad de los países árabes de suplir necesidades de hidrocarburos a América Latina.
Los países de las dos regiones comparten preocupaciones que van desde la paz en Oriente Medio hasta los temores por la crisis económica, pasando por la democratización del sistema internacional y la agenda del desarrollo. Por esto, entre otros motivos, la búsqueda de nuevos mercados, los proyectos de intercambio de ciencia, información y tecnología, y la formulación de alianzas sur-sur, se convierten en alternativas ante el nuevo panorama mundial.
Problemas específicos, como la hambruna de Somalia, son asuntos que superan los límites nacionales y requieren del posicionamiento de toda la comunidad internacional. En el caso de Palestina, hay una tendencia general a buscar la paz para el conflicto árabe-israelí con base en el derecho internacional y en la propuesta de la Liga Árabe de paz por territorio.
Conflictos como el de Colombia y Sudán podrían hallar fórmulas en el intercambio de experiencias sobre gestión y resolución de otros conflictos en las dos regiones. Otros temas compartidos son el calentamiento global, la seguridad alimentaria, el tráfico de armas, el mercado justo y la búsqueda de formas de integración.
Ambas regiones comparten el deseo de avanzar en la democratización de las Naciones Unidas, por lo que países como Brasil y Egipto han aspirado a tener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad, como expresiones de sus intereses nacionales y regionales.
El paso de mayor relevancia ha sido la consolidación de un espacio de interlocución política entre las dos regiones: las cumbres de jefes de Estado y de Gobierno de América del Sur y Países Árabes (ASPA). La primera tuvo lugar en 2005 en Brasilia, con la presencia de delegaciones de 33 países, y la segunda en 2009, en Doha.
Los encuentros entre latinoamericanos y árabes permiten vislumbrar nuevas posibilidades hacia un mundo donde diferentes regiones jueguen un papel más relevante. Eso depende no sólo de las oportunidades que el panorama ofrezca sino también de la fortaleza para llegar, con esfuerzos coordinados, a actuar como bloque con intereses compartidos. El resultado será fruto de la capacidad creativa para sumar esfuerzos en todos los ámbitos posibles.
Las relaciones entre América Latina y el mundo árabe datan del siglo XIX, cuando inmigrantes, especialmente de origen sirio-libanés, llegaron al continente.
Sus descendientes superan los 17 millones. Sólo Brasil tiene 12 millones de habitantes de origen árabe, un número más alto que el de la población de Túnez, Jordania o Líbano. Sin embargo, las relaciones formales entre las dos regiones eran hasta hace poco fragmentadas y parciales.
En nuestros días hay intercambios comerciales renovados y sostenidos. Esto se materializa en el creciente número de misiones diplomáticas entre las dos regiones. Brasil y Venezuela son países observadores de la Liga Árabe, mientras que siete países árabes son observadores ante la Organización de Estados Americanos (OEA).
Los países de ambas regiones han confluido en espacios políticos importantes, como el Grupo de los 77 y el Movimiento de los No Alineados, en los que han buscado tener una voz común y por tanto más fuerte frente a las grandes potencias. Líbano y Egipto tienen más de 12 embajadas acreditadas en América Latina y, así mismo, Brasil, Venezuela, Cuba y Argentina tienen 10 o más embajadas en el mundo árabe.
En el campo económico los datos son aún más relevantes. El comercio total de mercancías entre 2000 y 2008 se triplicó. Pero dentro del total de exportaciones e importaciones los números todavía son bajos: de América Latina proviene apenas el 2,18% de las importaciones de Oriente Medio, mientras que América Latina sólo importa de Oriente Medio el 0,95% de sus compras externas.
La escasez de alimentos en Oriente Medio y la capacidad latinoamericana de producirlos hacen que exista un entorno posible para desarrollar un mercado latinoamericano de productos agrícolas, fuerte y sostenido, para ofrecer a esa región, que tiene como contrapartida la posibilidad de los países árabes de suplir necesidades de hidrocarburos a América Latina.
Los países de las dos regiones comparten preocupaciones que van desde la paz en Oriente Medio hasta los temores por la crisis económica, pasando por la democratización del sistema internacional y la agenda del desarrollo. Por esto, entre otros motivos, la búsqueda de nuevos mercados, los proyectos de intercambio de ciencia, información y tecnología, y la formulación de alianzas sur-sur, se convierten en alternativas ante el nuevo panorama mundial.
Problemas específicos, como la hambruna de Somalia, son asuntos que superan los límites nacionales y requieren del posicionamiento de toda la comunidad internacional. En el caso de Palestina, hay una tendencia general a buscar la paz para el conflicto árabe-israelí con base en el derecho internacional y en la propuesta de la Liga Árabe de paz por territorio.
Conflictos como el de Colombia y Sudán podrían hallar fórmulas en el intercambio de experiencias sobre gestión y resolución de otros conflictos en las dos regiones. Otros temas compartidos son el calentamiento global, la seguridad alimentaria, el tráfico de armas, el mercado justo y la búsqueda de formas de integración.
Ambas regiones comparten el deseo de avanzar en la democratización de las Naciones Unidas, por lo que países como Brasil y Egipto han aspirado a tener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad, como expresiones de sus intereses nacionales y regionales.
El paso de mayor relevancia ha sido la consolidación de un espacio de interlocución política entre las dos regiones: las cumbres de jefes de Estado y de Gobierno de América del Sur y Países Árabes (ASPA). La primera tuvo lugar en 2005 en Brasilia, con la presencia de delegaciones de 33 países, y la segunda en 2009, en Doha.
Los encuentros entre latinoamericanos y árabes permiten vislumbrar nuevas posibilidades hacia un mundo donde diferentes regiones jueguen un papel más relevante. Eso depende no sólo de las oportunidades que el panorama ofrezca sino también de la fortaleza para llegar, con esfuerzos coordinados, a actuar como bloque con intereses compartidos. El resultado será fruto de la capacidad creativa para sumar esfuerzos en todos los ámbitos posibles.