El grupo radical islamista Boko Haram, de Nigeria, decidió afiliarse al Estado Islámico para alegría de sus combatientes y temor de los nigerianos.
Las identidades entre estos dos grupos no son nuevas: ambos se alimentan de una lectura retorcida del Islam, de un modelo de sociedad totalitario y del uso de la violencia contra los que ellos consideren “infieles”. Los dos crecieron mirando el ejemplo de Al-Qaeda.
Uno de los primeros grupos islamistas en reconocer el Califato fue Boko Haram a través de su líder Abu-Bakr Shekau, declaración que ahora repite jurando “obediencia en la dificultad y en la prosperidad”.
Ese tipo de interacciones no son nuevas. En años anteriores, Al-Shabbab de Somalia decidió sumarse a Al-Qaeda, sin cambiar su nombre. El nacimiento de Al-Qaeda de la Península Arábiga y de Al-Qaeda del Magreb Islámico obedecía a la misma lógica, resaltando que funcionan más como franquicias, antes que como un ejército con una estructura vertical. Mientras Al-Qaeda internacionalizó un símbolo, las torres gemelas, el Estado Islámico internacionaliza una guerra concreta: con control territorial, formas de aterrorizar a la población, imposición de códigos culturales y asesinato de “kuffar” (infieles).
Hay también una similitud entre el fracaso de Estado en Somalia, la ausencia del Estado de Nigeria en el nororiente del país y un Estado excluyente en Irak y Siria en contra de comunidades suníes. A pesar de esta realidad, como en muchos conflictos, se impone una respuesta reducida a la acción militar. Ahora nace una coalición africana contra Boko Haram, donde está Chad y Níger, además de Nigeria. Camerón y Benín también prometieron tropas.
Tanto el Estado Islámico como Boko Haram han atacado escuelas, subyugado a mujeres, restringido la libertad de expresión, asesinado periodistas, decapitado personas, y un largo etcétera. Y también en ambos casos, las víctima han sido cristianos, pero también y de manera importante otros musulmanes que se oponen a su lógica.
Pero sería un error pensar que los grupos islamistas no tienen contradicciones entre ellos. Recientemente el líder el Estado Islámico arremetió contra el Mullah Omar, líder de los talibán, llamándolo “un ignorante príncipe de la guerra”. Y en febrero de 2014, Al-Qaeda expulsó al, en ese entonces, ISIS de sus filas.
La Unión Africana yerra al creer que la acción militar por sí sola dará resultados a largo plazo. Ese error lo vivió ya Estados Unidos en Somalia en 1993 y Nigeria desde 2002 en su propio territorio. Pero llamar a la guerra es más fácil que llamar a la justicia social, un frente descuidado y de cuyas falencias se nutre la guerra.
El grupo radical islamista Boko Haram, de Nigeria, decidió afiliarse al Estado Islámico para alegría de sus combatientes y temor de los nigerianos.
Las identidades entre estos dos grupos no son nuevas: ambos se alimentan de una lectura retorcida del Islam, de un modelo de sociedad totalitario y del uso de la violencia contra los que ellos consideren “infieles”. Los dos crecieron mirando el ejemplo de Al-Qaeda.
Uno de los primeros grupos islamistas en reconocer el Califato fue Boko Haram a través de su líder Abu-Bakr Shekau, declaración que ahora repite jurando “obediencia en la dificultad y en la prosperidad”.
Ese tipo de interacciones no son nuevas. En años anteriores, Al-Shabbab de Somalia decidió sumarse a Al-Qaeda, sin cambiar su nombre. El nacimiento de Al-Qaeda de la Península Arábiga y de Al-Qaeda del Magreb Islámico obedecía a la misma lógica, resaltando que funcionan más como franquicias, antes que como un ejército con una estructura vertical. Mientras Al-Qaeda internacionalizó un símbolo, las torres gemelas, el Estado Islámico internacionaliza una guerra concreta: con control territorial, formas de aterrorizar a la población, imposición de códigos culturales y asesinato de “kuffar” (infieles).
Hay también una similitud entre el fracaso de Estado en Somalia, la ausencia del Estado de Nigeria en el nororiente del país y un Estado excluyente en Irak y Siria en contra de comunidades suníes. A pesar de esta realidad, como en muchos conflictos, se impone una respuesta reducida a la acción militar. Ahora nace una coalición africana contra Boko Haram, donde está Chad y Níger, además de Nigeria. Camerón y Benín también prometieron tropas.
Tanto el Estado Islámico como Boko Haram han atacado escuelas, subyugado a mujeres, restringido la libertad de expresión, asesinado periodistas, decapitado personas, y un largo etcétera. Y también en ambos casos, las víctima han sido cristianos, pero también y de manera importante otros musulmanes que se oponen a su lógica.
Pero sería un error pensar que los grupos islamistas no tienen contradicciones entre ellos. Recientemente el líder el Estado Islámico arremetió contra el Mullah Omar, líder de los talibán, llamándolo “un ignorante príncipe de la guerra”. Y en febrero de 2014, Al-Qaeda expulsó al, en ese entonces, ISIS de sus filas.
La Unión Africana yerra al creer que la acción militar por sí sola dará resultados a largo plazo. Ese error lo vivió ya Estados Unidos en Somalia en 1993 y Nigeria desde 2002 en su propio territorio. Pero llamar a la guerra es más fácil que llamar a la justicia social, un frente descuidado y de cuyas falencias se nutre la guerra.