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Además de las peleas de las grandes potencias por controlar el Medio Oriente, los poderes regionales muestran los dientes, tratando de poner la casa en orden.
Ya pasó el momento en que las marchas prodemocráticas inundaban las calles de Egipto, de Túnez y hasta de Siria, escenario en el cual Turquía se erigió como un referente de conciliación entre el Islam y la democracia, y Erdogán fue aplaudido en Túnez y Cairo. El momento de quiebre fue el conflicto de Siria, donde la diplomacia fracasó, tanto la propuesta por la Liga Árabe como del mismo sistema de Naciones Unidas para poner orden en el país.
La superioridad regional de Israel depende del apoyo de los Estados Unidos y de su campaña contra la carrera nuclear de Irán, campaña que no ha logrado ningún fruto concreto, haciendo que la retórica sionista caiga en un lugar común e incapaz de meter a Irán en cintura.
Pero hay dos poderes regionales enfrentados en lo que se conoce como la Guerra Fría de Oriente Medio: Irán y Arabia Saudita. Irán ha logrado imponerse política y militarmente a favor de su aliado, el régimen de Siria, tanto mediante su apoyo logístico, como con su presencia militar directa, así como el sustento a su aliado libanés Hizbollah. Y, además, está detrás de dos de las tres grandes derrotas del Estado Islámico: la recuperación de la región de Diyala y el avance en la región de Tikrik, ambos en territorio iraquí.
Es de suponer que la negociación nuclear del Consejo de Seguridad con Irán sobre su carrera nuclear esté mediada por el gran papel de contención frente al Estado Islámico, tarea que ninguna potencia ajena a la región podría garantizar.
El otro es Arabia Saudita, que decidió intervenir en Yemen para, también, poner orden en la región; esto con el apoyo de la Liga Árabe. Ya en el curso de las revueltas árabes, los saudíes habían desplegado tropas en Bahréin para aplastar las protestas y recientemente trataron de liderar una propuesta de ejércitos árabes para contener al Estado Islámico, lo que suena paradójico porque este se ha alimentado de la política exterior saudí.
En Bahréin, Arabia Saudita apoyaba un lado (el gubernamental) e Irán el otro (los manifestantes). Lo mismo es aplicable al choque de milicias tanto en Irak como en Siria. La intervención de Arabia Saudita en Yemen tiene dos objetivos: atacar a los Houthi, que tienen simpatías con el eje Hizbollah-Irán y, además, hacer una demostración de fuerza donde la fuerza iraní gana adeptos y da resultados.
Más allá de las identidades religiosas, hay una pugna por el poder regional contaminado por un mar de alianzas y de oportunismos políticos y militares en un Oriente Medio descuadernado, en el que nadie sabe qué pasará.
*PhD, @DeCurreaLugo