El peor escenario tiende a convertirse en el más probable: la acción militar de terceros países en Libia gana fuerza.
Obama ha dejado claro que Gadafi debe dejar ya el poder; el problema es cuál sería el modelo a usar para echarlo. El modelo de Irak en 1991 es una opción: Naciones Unidas dan mandato a unas fuerzas multinacionales para que actúen como fuerzas de paz, previa declaración de que la situación es una amenaza a la paz y a la seguridad internacional. China y Rusia se oponen.
El modelo Somalia 1993: desembarca un grupo de soldados de los Estados Unidos y, con cámaras de CNN, muestran al mundo su proeza liberadora. Pero los Estados Unidos no van a abrir en solitario un nuevo frente, teniendo Irak y Afganistán sin ser resueltos. El miedo a que Libia se convierta en una gran Somalia no debería provenir del conflicto actual sino de un escenario postinvasión fracasada, como el de Somalia en 1993. Desatar los odios tribales podría ser una de las consecuencias de una ocupación armada.
El modelo de Irak, posterior a 1991. Declarar una zona de exclusión aérea, medidas económicas y apoyo a los rebeldes. Dichas medidas no pudieron con Husein, quien aplastó a los rebeldes, mientras las consecuencias del embargo las pagó el pueblo.
El modelo Kosovo 1999: ante el bloqueo del Consejo de Seguridad por la falta de apoyo de Rusia y de China a una acción armada, otros miembros del Consejo de Seguridad decidieron entrar en el conflicto, alegando la necesidad de proteger a la población civil. Allí la OTAN jugó el papel de “mediador armado” entre el Elk (Ejército de Liberación de Kosovo) y el gobierno de Milosevic. El problema no fue sólo romper la legalidad internacional, sino que las heridas del conflicto no se han sanado.
El modelo Darfur 2004: que el Consejo de Seguridad remita el caso a la CPI (ya lo hizo), pero no entrar en acciones militares (excepto una misión de la ONU que no se protege ni a sí misma).
Libia no es ninguno de los casos anteriores. Una alternativa sería una acción militar dirigida por la ONU, pero con el respaldo de la Liga de Países Árabes (que apoya una zona de exclusión aérea) y de la Unión Africana. El problema es que los líderes de esas naciones están siendo cuestionados por sus propios pueblos. Además, esto daría lugar a un mal precedente, lo que significaría la posibilidad de usar un mismo mecanismo en Darfur, por ejemplo. Una operación militar extranjera ha sido rechazada por el Consejo Nacional Libio y le daría a Gadafi una excusa: la lucha nacionalista contra el invasor.
No se trata de una acción humanitaria, si así fuera no cerrarían las fronteras ni deportarían exiliados de África que piden protección en Europa. Si Libia tuviera sólo cabras y camellos (como Somalia) no habría amagos de invasión. Los Estados Unidos buscarían con tal acción, entre otras cosas, erigirse como el “brazo armado” de los rebeldes del mundo árabe, con lo cual gana en cualquier escenario, y por lo tanto con derecho a voz y voto en medio de las revueltas. Entrar en la guerra es fácil, lo difícil es salir.
El peor escenario tiende a convertirse en el más probable: la acción militar de terceros países en Libia gana fuerza.
Obama ha dejado claro que Gadafi debe dejar ya el poder; el problema es cuál sería el modelo a usar para echarlo. El modelo de Irak en 1991 es una opción: Naciones Unidas dan mandato a unas fuerzas multinacionales para que actúen como fuerzas de paz, previa declaración de que la situación es una amenaza a la paz y a la seguridad internacional. China y Rusia se oponen.
El modelo Somalia 1993: desembarca un grupo de soldados de los Estados Unidos y, con cámaras de CNN, muestran al mundo su proeza liberadora. Pero los Estados Unidos no van a abrir en solitario un nuevo frente, teniendo Irak y Afganistán sin ser resueltos. El miedo a que Libia se convierta en una gran Somalia no debería provenir del conflicto actual sino de un escenario postinvasión fracasada, como el de Somalia en 1993. Desatar los odios tribales podría ser una de las consecuencias de una ocupación armada.
El modelo de Irak, posterior a 1991. Declarar una zona de exclusión aérea, medidas económicas y apoyo a los rebeldes. Dichas medidas no pudieron con Husein, quien aplastó a los rebeldes, mientras las consecuencias del embargo las pagó el pueblo.
El modelo Kosovo 1999: ante el bloqueo del Consejo de Seguridad por la falta de apoyo de Rusia y de China a una acción armada, otros miembros del Consejo de Seguridad decidieron entrar en el conflicto, alegando la necesidad de proteger a la población civil. Allí la OTAN jugó el papel de “mediador armado” entre el Elk (Ejército de Liberación de Kosovo) y el gobierno de Milosevic. El problema no fue sólo romper la legalidad internacional, sino que las heridas del conflicto no se han sanado.
El modelo Darfur 2004: que el Consejo de Seguridad remita el caso a la CPI (ya lo hizo), pero no entrar en acciones militares (excepto una misión de la ONU que no se protege ni a sí misma).
Libia no es ninguno de los casos anteriores. Una alternativa sería una acción militar dirigida por la ONU, pero con el respaldo de la Liga de Países Árabes (que apoya una zona de exclusión aérea) y de la Unión Africana. El problema es que los líderes de esas naciones están siendo cuestionados por sus propios pueblos. Además, esto daría lugar a un mal precedente, lo que significaría la posibilidad de usar un mismo mecanismo en Darfur, por ejemplo. Una operación militar extranjera ha sido rechazada por el Consejo Nacional Libio y le daría a Gadafi una excusa: la lucha nacionalista contra el invasor.
No se trata de una acción humanitaria, si así fuera no cerrarían las fronteras ni deportarían exiliados de África que piden protección en Europa. Si Libia tuviera sólo cabras y camellos (como Somalia) no habría amagos de invasión. Los Estados Unidos buscarían con tal acción, entre otras cosas, erigirse como el “brazo armado” de los rebeldes del mundo árabe, con lo cual gana en cualquier escenario, y por lo tanto con derecho a voz y voto en medio de las revueltas. Entrar en la guerra es fácil, lo difícil es salir.