A Guadalupe Salcedo lo mató la ingenuidad. Más exactamente lo mató la perversión. Guadalupe, al igual que Carlos Pizarro, Ernesto Rojas, Óscar William Calvo, y un largo etcétera, no los mató la guerra por la que optaron sino la paz que intentaron construir. No discuto que su apuesta por la paz no fuera plausible, sino la ingenuidad que los acompañó.
Y a todos estos líderes rebeldes también los mató la perversión del gobierno: la que tuvo Rojas Pinilla al negociar con las guerrillas liberales; la que tuvo Belisario Betancur frente al Palacio Justicia; la que tuvo Gaviria cuando ordenó bombardear Casa Verde al tiempo que se formulaba una nueva Constitución; la que tuvo Samper para negar, no tres sino muchas más veces, la financiación del narcotráfico en su campaña; la que tuvo Pastrana mientras modernizaba las Fuerzas Armadas y fingía hacer la paz en el Caguán. La perversión en Colombia no es un defecto sino una forma de hacer política.
Después de estos presidentes tuvimos ocho años de la perversión de Uribe: tratar de hacernos creer que todo lo malo en el país era culpa de las Farc, que no hubo falsos positivos, que la violencia disminuyó durante su gobierno y que el Estado Social se reducía a consejos comunitarios. El presidente Santos no ha sido menos: el asesinato de Alfonso Cano mientras que de manera discreta iniciaba conversaciones con las Farc, Isagen se vende para beneficio del país y decir que el tal paro agrario no existe.
Soy un convencido de la paz y de que hay un sector de las elites que sí quiere llegar a un acuerdo para el fin del conflicto armado, así como también estoy convencido que las insurgencias han cometido errores políticos y crímenes de guerra por los que tienen que darle la cara al país.
Reconozco también que la ingenuidad que acompañó a otros procesos de negociación ahora ha sido reemplazada por la desconfianza. Es altamente significativo el gran número de guerrilleros desmovilizados asesinados, así como de líderes políticos que optaron por las vías legales, resaltando el genocidio contra la Unión Patriótica. Así las cosas, la desconfianza en Colombia tampoco es un defecto sino una forma de negociar.
La paz con las Farc está casi hecha, aunque nada en política es irreversible. Hay quienes ingenuamente creen que es imposible que se repita el genocidio de la Unión Patriótica, y hay quienes perversamente lo desean.
De la negociación preliminar con el Eln luego de tres años, tenemos pocas cosas ciertas, tanto por la confidencialidad que se impone como por la carga de mentiras en las pocas cosas que se han filtrado. Sabemos que se han sentado en más de 20 ocasiones, que ya tienen una agenda de siete puntos cerrada en todos sus detalles, que el Gobierno unilateralmente alteró el texto del primer y único comunicado conjunto, y que sin el Eln la paz sería incompleta.
Pero hay demasiados supuestos, que el Gobierno refuerza y el Eln no desmiente: durante estos años muchos le han apostado a que el proceso de La Habana “naturalmente” arrastre a los elenos; durante 15 meses el Eln estuvo esperando en vano la llegada de la comisión del Gobierno, y durante las rondas prevaleció la actitud despectiva de que el Eln es una guerrilla de segunda que merece entonces una negociación de tercera.
De las pocas que se han filtrado y que sí son ciertas, vale mencionar la tensión ya superada en torno a las sedes y a los acompañantes, el levantamiento de la mesa en noviembre de 2015 sin fecha ni sitio para el siguiente encuentro, las presiones en tono de ultimátum de Frank Pearl y la presentación en la última reunión bilateral, de febrero de 2016, de un nuevo requisito por parte del Estado que (casi) echó al traste los tres años de negociaciones.
El Eln es consciente (y el Gobierno lo sabe) de lo que significa el proceso de negociación de La Habana, pero de nuevo aparecen más malentendidos provocados por el Gobierno: ni la paz es un tren, ni el Eln ha cerrado la puerta. Al parecer en el Gobierno existen dos maneras de entender al Eln: una que reconoce que la paz sin el Eln no es posible y otra que quiere solo la anexión o, como dicen, que se suba al tren de La Habana.
Así, el Gobierno, como si fuera la diosa Eris, vota sobre la mesa de la paz manzanas de oro envenenadas, al plantear requisitos de última hora y hacerles creer a intelectuales cercanos, académicos acuciosos, religiosos preocupados y periodistas agudos, que es un problema simplemente de madurez política del Eln. El proceso preliminar de paz con el Eln no puede ser un árbol de navidad al que le cuelgan lo que le da la gana.
De hecho, hay quienes proponen un legalismo ingenuo y perverso: perverso porque atiza la guerra e ingenuo por echar mano de falacias jurídicas ridículas: insistir en que La Habana es la paz, que el posacuerdo es el posconflicto y presentar al país al Eln como una nueva Bacrim.
Las personas que creemos en la paz la exigimos a las Farc, le demandamos al Eln, pero no por ello deberíamos ser complacientes con el Gobierno. Santos y el equipo negociador con el Eln deberían ser honestos con el país y, si su táctica es otra, hacerla pública. Tengo el derecho a saber, como ciudadano, si las decisiones políticas que se han tomado incluyen la guerra con el Eln.
Según algunas fuentes, pareciera que se impone la línea de paz con las Farc y guerra con el Eln, para lo cual sí está funcionando una progresiva y eficiente estrategia de medios (que no ha sido para nada eficiente en enseñar el proceso de La Habana). Ojalá algún día la historia nos muestre las dos caras de Jano, ese que ahora invocan para comenzar una nueva guerra.
* Profesor, Universidad Nacional de Colombia.
@DeCurreaLugo
A Guadalupe Salcedo lo mató la ingenuidad. Más exactamente lo mató la perversión. Guadalupe, al igual que Carlos Pizarro, Ernesto Rojas, Óscar William Calvo, y un largo etcétera, no los mató la guerra por la que optaron sino la paz que intentaron construir. No discuto que su apuesta por la paz no fuera plausible, sino la ingenuidad que los acompañó.
Y a todos estos líderes rebeldes también los mató la perversión del gobierno: la que tuvo Rojas Pinilla al negociar con las guerrillas liberales; la que tuvo Belisario Betancur frente al Palacio Justicia; la que tuvo Gaviria cuando ordenó bombardear Casa Verde al tiempo que se formulaba una nueva Constitución; la que tuvo Samper para negar, no tres sino muchas más veces, la financiación del narcotráfico en su campaña; la que tuvo Pastrana mientras modernizaba las Fuerzas Armadas y fingía hacer la paz en el Caguán. La perversión en Colombia no es un defecto sino una forma de hacer política.
Después de estos presidentes tuvimos ocho años de la perversión de Uribe: tratar de hacernos creer que todo lo malo en el país era culpa de las Farc, que no hubo falsos positivos, que la violencia disminuyó durante su gobierno y que el Estado Social se reducía a consejos comunitarios. El presidente Santos no ha sido menos: el asesinato de Alfonso Cano mientras que de manera discreta iniciaba conversaciones con las Farc, Isagen se vende para beneficio del país y decir que el tal paro agrario no existe.
Soy un convencido de la paz y de que hay un sector de las elites que sí quiere llegar a un acuerdo para el fin del conflicto armado, así como también estoy convencido que las insurgencias han cometido errores políticos y crímenes de guerra por los que tienen que darle la cara al país.
Reconozco también que la ingenuidad que acompañó a otros procesos de negociación ahora ha sido reemplazada por la desconfianza. Es altamente significativo el gran número de guerrilleros desmovilizados asesinados, así como de líderes políticos que optaron por las vías legales, resaltando el genocidio contra la Unión Patriótica. Así las cosas, la desconfianza en Colombia tampoco es un defecto sino una forma de negociar.
La paz con las Farc está casi hecha, aunque nada en política es irreversible. Hay quienes ingenuamente creen que es imposible que se repita el genocidio de la Unión Patriótica, y hay quienes perversamente lo desean.
De la negociación preliminar con el Eln luego de tres años, tenemos pocas cosas ciertas, tanto por la confidencialidad que se impone como por la carga de mentiras en las pocas cosas que se han filtrado. Sabemos que se han sentado en más de 20 ocasiones, que ya tienen una agenda de siete puntos cerrada en todos sus detalles, que el Gobierno unilateralmente alteró el texto del primer y único comunicado conjunto, y que sin el Eln la paz sería incompleta.
Pero hay demasiados supuestos, que el Gobierno refuerza y el Eln no desmiente: durante estos años muchos le han apostado a que el proceso de La Habana “naturalmente” arrastre a los elenos; durante 15 meses el Eln estuvo esperando en vano la llegada de la comisión del Gobierno, y durante las rondas prevaleció la actitud despectiva de que el Eln es una guerrilla de segunda que merece entonces una negociación de tercera.
De las pocas que se han filtrado y que sí son ciertas, vale mencionar la tensión ya superada en torno a las sedes y a los acompañantes, el levantamiento de la mesa en noviembre de 2015 sin fecha ni sitio para el siguiente encuentro, las presiones en tono de ultimátum de Frank Pearl y la presentación en la última reunión bilateral, de febrero de 2016, de un nuevo requisito por parte del Estado que (casi) echó al traste los tres años de negociaciones.
El Eln es consciente (y el Gobierno lo sabe) de lo que significa el proceso de negociación de La Habana, pero de nuevo aparecen más malentendidos provocados por el Gobierno: ni la paz es un tren, ni el Eln ha cerrado la puerta. Al parecer en el Gobierno existen dos maneras de entender al Eln: una que reconoce que la paz sin el Eln no es posible y otra que quiere solo la anexión o, como dicen, que se suba al tren de La Habana.
Así, el Gobierno, como si fuera la diosa Eris, vota sobre la mesa de la paz manzanas de oro envenenadas, al plantear requisitos de última hora y hacerles creer a intelectuales cercanos, académicos acuciosos, religiosos preocupados y periodistas agudos, que es un problema simplemente de madurez política del Eln. El proceso preliminar de paz con el Eln no puede ser un árbol de navidad al que le cuelgan lo que le da la gana.
De hecho, hay quienes proponen un legalismo ingenuo y perverso: perverso porque atiza la guerra e ingenuo por echar mano de falacias jurídicas ridículas: insistir en que La Habana es la paz, que el posacuerdo es el posconflicto y presentar al país al Eln como una nueva Bacrim.
Las personas que creemos en la paz la exigimos a las Farc, le demandamos al Eln, pero no por ello deberíamos ser complacientes con el Gobierno. Santos y el equipo negociador con el Eln deberían ser honestos con el país y, si su táctica es otra, hacerla pública. Tengo el derecho a saber, como ciudadano, si las decisiones políticas que se han tomado incluyen la guerra con el Eln.
Según algunas fuentes, pareciera que se impone la línea de paz con las Farc y guerra con el Eln, para lo cual sí está funcionando una progresiva y eficiente estrategia de medios (que no ha sido para nada eficiente en enseñar el proceso de La Habana). Ojalá algún día la historia nos muestre las dos caras de Jano, ese que ahora invocan para comenzar una nueva guerra.
* Profesor, Universidad Nacional de Colombia.
@DeCurreaLugo