Egipto va a elecciones mientras Siria a las armas. Ben Alí cayó por las protestas pacíficas, Gadafi de manera violenta. Mubarak y Saleh por una mezcla de violencia y pacifismo.
En Siria ni las marchas pacíficas ni la lucha armada pueden cantar victoria todavía. La violencia no es menos violencia porque sea de masas, ni los caminos de la paz menos valiosos porque sean recorridos por unos pocos.
El líder decide en parte, con sus acciones, las opciones de la oposición. Ben Alí entendió a tiempo lo inevitable y evitó un baño de sangre. Mubarak se demoró un poco, lo que significó centenares de muertos.
En Yemen el presidente estuvo tres veces a punto de firmar un acuerdo de paz y finalmente viajó a Arabia Saudita, no por la presión de las calles, sino para buscar ayuda médica luego de que varios cohetes cayeran sobre su palacio. Regresó para tratar de perpetuarse en el poder, pero finalmente tuvo que ceder.
El camino para llegar al poder no garantiza la calidad de la democracia en el período posterior a una dictadura. En Egipto, el ejército que se erigió como el “guardián de la revolución” sigue cuestionado por violaciones de derechos humanos. No podemos decir que Libia será menos democrática que Egipto porque el cambio de gobierno se hizo por medios violentos. El problema es que tanto en la guerra como en la paz, el autoritarismo ha estado presente.
No es paz o violencia, es someterse o no a ciertos principios. Algunos pacifistas citan el caso de Túnez como paradigmático, olvidando que allí se asaltaron estaciones de policía y se quemaron edificios públicos. En Egipto hubo muchas jornadas violentas. Pero Libia fue otra cosa. Decir que “a lo mejor” por métodos pacíficos hubiera caído Gadafi es hacer “política ficción”. Lo cierto es que cayó por las armas.
Pero el ejemplo libio hubiera generado en Egipto una ruptura social innecesaria cuando había caminos para una salida negociada. La paz como dogma en Libia hubiera hecho que el dictador se eternizara; la guerra como dogma en Egipto hubiera justificado la represión militar.
La violencia triunfó en Libia en parte por el apoyo de las Naciones Unidas, la legitimidad de los rebeldes y el apoyo de la Liga Árabe a la ONU. La resolución 1973 recoge un consenso internacional considerable que no puede negarse. En Siria, Bashar al Asad seguirá masacrando al pueblo mientras no tenga un costo político o militar que lo haga cambiar de parecer.
Satanizar la guerra como la paz, es ingenuo. Cada pueblo y coyuntura fijan un camino que depende de muchas variables y no de fórmulas preconcebidas: ni gritos de guerra irresponsables, ni banderas de paz ingenuas.
Egipto va a elecciones mientras Siria a las armas. Ben Alí cayó por las protestas pacíficas, Gadafi de manera violenta. Mubarak y Saleh por una mezcla de violencia y pacifismo.
En Siria ni las marchas pacíficas ni la lucha armada pueden cantar victoria todavía. La violencia no es menos violencia porque sea de masas, ni los caminos de la paz menos valiosos porque sean recorridos por unos pocos.
El líder decide en parte, con sus acciones, las opciones de la oposición. Ben Alí entendió a tiempo lo inevitable y evitó un baño de sangre. Mubarak se demoró un poco, lo que significó centenares de muertos.
En Yemen el presidente estuvo tres veces a punto de firmar un acuerdo de paz y finalmente viajó a Arabia Saudita, no por la presión de las calles, sino para buscar ayuda médica luego de que varios cohetes cayeran sobre su palacio. Regresó para tratar de perpetuarse en el poder, pero finalmente tuvo que ceder.
El camino para llegar al poder no garantiza la calidad de la democracia en el período posterior a una dictadura. En Egipto, el ejército que se erigió como el “guardián de la revolución” sigue cuestionado por violaciones de derechos humanos. No podemos decir que Libia será menos democrática que Egipto porque el cambio de gobierno se hizo por medios violentos. El problema es que tanto en la guerra como en la paz, el autoritarismo ha estado presente.
No es paz o violencia, es someterse o no a ciertos principios. Algunos pacifistas citan el caso de Túnez como paradigmático, olvidando que allí se asaltaron estaciones de policía y se quemaron edificios públicos. En Egipto hubo muchas jornadas violentas. Pero Libia fue otra cosa. Decir que “a lo mejor” por métodos pacíficos hubiera caído Gadafi es hacer “política ficción”. Lo cierto es que cayó por las armas.
Pero el ejemplo libio hubiera generado en Egipto una ruptura social innecesaria cuando había caminos para una salida negociada. La paz como dogma en Libia hubiera hecho que el dictador se eternizara; la guerra como dogma en Egipto hubiera justificado la represión militar.
La violencia triunfó en Libia en parte por el apoyo de las Naciones Unidas, la legitimidad de los rebeldes y el apoyo de la Liga Árabe a la ONU. La resolución 1973 recoge un consenso internacional considerable que no puede negarse. En Siria, Bashar al Asad seguirá masacrando al pueblo mientras no tenga un costo político o militar que lo haga cambiar de parecer.
Satanizar la guerra como la paz, es ingenuo. Cada pueblo y coyuntura fijan un camino que depende de muchas variables y no de fórmulas preconcebidas: ni gritos de guerra irresponsables, ni banderas de paz ingenuas.