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Cada venezolano que encontramos fuera de su patria tiene una historia dramática que contarnos. Son dolorosos relatos individuales o grupales de la diáspora que parecen no interesarle a nadie. Los transeúntes sudamericanos se acostumbran al nuevo paisaje urbano lleno de individuos mendicantes y los miran con la empatía que sentimos hacia un farol o una valla publicitaria. Cuando los protagonistas de este gigantesco y doloroso éxodo despiertan alguna emoción es la de la estigmatización colectiva o la indignación xenofóbica. Ello es el reflejo de la devaluada imagen de un país otrora grande y hoy caído en desgracia.
Miro en un modesto y laborioso anaquel los libros de la preciosa Colección Ayacucho que Venezuela auspició en sus momentos de gloria y que divulgó las obras de grandes autores latinoamericanos, desde Los sertones, del brasilero Euclides da Cunha, hasta la poesía completa del puertorriqueño Luis Palés Matos. No muy lejos encuentro los tomos amarillos de la memorable Biblioteca de la Academia Nacional de Historia, que podían adquirirse entre los experimentados libreros del Pasaje Zingg en Caracas, y allí encuentro las indagaciones históricas del español Demetrio Ramos, del francés Jules Humbert y del alemán Enrique Otte. Venezuela acogió y publicó las obras de grandes etnólogos europeos como Johannes Wilbert y Michel Perrin, norteamericanos como Lawrence Watson y Benson Saler, y canadienses como Jean-Guy Goulet. Todo ello se hizo por parte de una comunidad académica desprendida y admirable.
Hoy cerca de 3,8 millones de ciudadanos venezolanos se encuentran dispersos en más de 90 países y 300 ciudades, según lo registra el Observatorio de la Diáspora Venezolana. Más de la mitad de ellos tomaron como destino diversos países de América. Estas cifras podrían aumentar en la medida en que se profundice esta tragedia humana. Por ello el problema no debe entenderse como de carácter bilateral, sino que su solución compete a la comunidad internacional entera. Estas personas huyen de una gran catástrofe humanitaria que no se deriva solo de una crisis económica sin precedentes, sino del desmantelamiento institucional de su república. Es ilusorio pensar que la totalidad de ellos regresará a su país cuando mejoren las condiciones para la vigencia de la democracia en Venezuela. Gran parte se quedará en el lugar en donde encuentre un nicho económico o afectivo. Por ello, a pesar de las limitaciones de recursos y oportunidades en nuestros países, hay que pensar en cómo incorporar a los migrantes en lo económico y en lo social.
Una joven mujer cuenta cómo llegó desde la Isla de Margarita a Colombia con una niña en brazos, dejando atrás a su marido en un país en donde se agota toda esperanza. Por muchos años los países latinoamericanos vieron la migración de sirios y africanos a Europa con la indiferencia de un drama ajeno y lejano. Hoy lo tenemos en nuestro propio patio y con nuestra propia gente. La gran lección consistirá en no olvidar que el infortunio actual de Venezuela no se deriva de un imprevisible desastre natural ni de un infortunado evento bélico, sino del fracaso de un proyecto político rústico y delirante.