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Cañaveral marino es uno de los poemas más profundos del escritor caribeño Derek Walcott. En este aborda el insondable tema de la amistad. “La mitad de mis amigos ha muerto/ Te haré unos nuevos, dijo la tierra/ No, grité. Devuélvemelos/ tal como eran, con sus fallas y todo”. Al final el poeta reclama el lacerante balance que nos deja el flujo incontenible del tiempo en las vidas humanas. “Oh tierra, el número de amigos que tú guardas/ excede en mucho al de aquellos que quedan por amar”. Evoco este poema al enterarme de que mi amiga entrañable Josefina Castro Daza ha muerto en su Valledupar natal. Fina, poseía un espíritu delicado y un sentido generoso y sutil de la amistad que honraba su nombre.
Fueron muchas las nobles causas que Fina asumió a lo largo de su vida. Hacia 1984 convocó a los vecinos de la Quebrada La Vieja, en el norte de Bogotá, para emprender su ardua recuperación pues esta corriente de agua se había convertido en un canal lleno de basuras y grises aguas malolientes. Ella impulsó la conformación de una asociación de vecinos llamada-AQUAVIEJA, que con el apoyo de los gobiernos distritales alcanzaron su recuperación. Esa voluntad ciudadana se convertiría en un modelo para la recuperación de otras corrientes de agua en la capital de la república. Al recordar su contagioso altruismo pienso en la frase del literato español Baltasar Gracián “cada uno muestra le que es en los amigos que tiene”.
La vida al lado de amigos como ella se tornaba en una grata, enriquecedora y prolongada conversación. Su trayectoria vital está llena de anécdotas que dibujaban un alma Caribe carente de incomodas rigideces. En alguna oportunidad en Aracataca se exhibieron fotografías de Gabriel García Márquez y sus amigos. En una de ellas aparecía Fina en compañía del Nobel de literatura. Algún curador despistado al saber su apellido concluyó apresuradamente que dada su cercanía con el escritor debía tratarse de la hija de una figura muy importante de la izquierda hispanoamericana y escribió como pie de foto: “Fina Castro, la hija de Fidel Castro”. Al enterarse de semejante equívoco ella no se indignó, como todos esperaban, solo advirtió de manera inequívoca que quien se atreviese a corregir el texto tendría que vérselas con ella.
Muchos de sus esfuerzos se desarrollaron en el campo de la gestión cultural. Dirigió el programa de estímulos del Ministerio de Cultura y fue Agregada Cultural de la Embajada de Colombia en Lima. Al lado de su gran amiga Albaluz Luque se esforzó por la preservación del patrimonio arquitectónico del Viejo Valledupar por medio de la organización Aviva. Concibió proyectos de jardines botánicos para Riohacha y Valledupar, a pesar de que en varias ocasiones sus proyectos colisionaron con la desidia de los gobernantes locales. Sus sueños e ideales sobreviven en cada uno de sus amigos
La última vez que nos vimos hablamos gratamente junto con Jaime Palmera de la vida social de las plantas, de la noción del tiempo entre los pueblos indígenas, de los caminos de Francisco El Hombre, de una carta que le envió Rafael Escalona años atrás y de las ballenas que nadan en las aguas del Pacifico Norte en el Estado de Washington. Al despedirnos caían suavemente las hojas de los árboles en los jardines de Casa Rosalía. Le prometí volver. No sabía entonces que el adiós era para siempre. Hoy es diciente y oportuna la frase de Albert Camus: “Lo que importa entre los amigos no es lo que se dice sino lo que no hace falta decir”.