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Los que tejieron este desastre se están preparando para hacernos creer que el problema de Colombia es Petro, pero los colombianos sabemos que esos problemas que Petro no ha sido capaz de resolver ya existían antes de él. La violencia nacional es fruto de muchos gobiernos sucesivos, que solo la enfrentaron con más violencia y con truculentos procesos de diálogo y solo consiguieron agrandarla. Gobiernos mezquinos y mediocres que nunca trabajaron por la grandeza nacional y que se beneficiaron siempre de poner al país a odiarse y a subestimarse.
Como Petro es un rebelde sin imaginación, solo combate los males que advierte con fórmulas que ya fracasaron: en vez de una mesa de negociación, monta cinco, y corre el riesgo de terminar sosteniendo cinco guerras distintas.
El problema de los cultivos de coca como el principal recurso de supervivencia de muchos campesinos pobres existe hace décadas. En el mundo globalizado solo compiten los productos que tienen mercado, y el mercado de la cocaína es uno de los más prósperos. Aquí se destruyó la agricultura de subsistencia y se desmontó la industria, ¿cómo quieren que un producto exitoso en el mercado mundial no prospere? Esos cultivos llevan mucho tiempo y crecieron considerablemente desde los gobiernos de Santos y de Iván Duque.
Pero si no queremos envenenar más el territorio y acabar definitivamente con nuestros ríos, la única solución posible, mientras llega una política mundial que de verdad ponga a la droga bajo el control del Estado y al Estado bajo el control de la sociedad, es crear una economía legal en grande, una agroindustria competitiva y fuerte, un vigoroso mercado interno, una sociedad fundada en el trabajo y no en el delito. Y Petro no sabe hacer eso: Petro sabe repartir, pero no producir.
El asfixiante problema de la corrupción, de la politiquería y del Estado extorsivo, viene de mucho antes de Petro, y se ha ido ramificando y agrandando hasta convertirse en la hidra que hoy todos padecemos. Lo que pasa es que Petro, viviendo tanto tiempo entre los lobos del Congreso, terminó creyendo que al país se lo arregla por la vía más desgastada y tradicional: transando con los políticos para que le aprueben en largos forcejeos unas leyes que al final salen a la luz sin uñas y sin dientes. Y lo más grave es que el precio de que se aprueben esas leyes es mantener vivas la politiquería y la corrupción. El exceso burocrático, su culto del despilfarro, y su laberinto de trámites y de requisitos existe desde mucho antes de Petro, pero me temo que lo único que ha conseguido el presidente es lograr que de todo ese entramado paralizante entren a formar parte sus amigos. Como lo resumía bien el Corrido de Juan sin Tierra: “Mi padre fue peón de hacienda/ y yo un revolucionario/ mis hijos pusieron tienda/ y mi nieto es funcionario”.
Hay un dialecto del poder que no deja de ser repulsivo. Siempre me pareció escandaloso oír a los viejos gobernantes envanecerse de que habían sacado de la pobreza a millones de personas solo porque cambiaban los métodos de medición de la pobreza o porque les daban unos centavos adicionales, pero oírselo decir con la boca llena a los que siempre denunciaron la pobreza de los colombianos, es más indignante.
En 2022, la inmensa mayoría del país votó con la esperanza de cambios en grande, contra la politiquería y la corrupción. Petro puede presumir que votaron por él, pero votaron contra el pasado, contra las maquinarias, contra el Estado corrupto y mezquino que se gasta lo que nos quita a todos solo en su propio funcionamiento y para enriquecer a unos cuantos. En vez de actuar contra la corrupción, Petro la ha fortalecido, no ha desmontado la violencia, sino que le ha dado más protagonismo, y no ha liberado a los pobres, sino que los ha vuelto más dependientes.
La corrupción sigue siendo el mal de Colombia, la violencia sigue siendo el mal de Colombia, la pobreza sigue siendo el mal de Colombia, y es la política tradicional la que engendró todos esos males. Ni Gaviria, cuya torpe apertura económica arruinó la industria; ni Uribe, que no acabó la violencia, sino que le cambió su dinámica; ni Santos, que terminó haciendo de la paz una manzana de la discordia; ni Vargas Lleras, cuyo indudable conocimiento del Estado nunca sirvió para corregir nada, porque siempre prefirió la politiquería, ninguno de ellos va a arreglar los problemas de Colombia, porque son ellos los que los engendraron.
Ahora todos saldrán en coro a decir que el problema de Colombia es Petro, y que este país será un paraíso si Petro se va. Querrán hacernos creer que el desastre comenzó en agosto de 2022. Pero si el político que más recuerda Colombia sigue siendo Jorge Eliécer Gaitán, es porque estos males son muy viejos, aunque siempre se renuevan y empeoran, y ninguno de los que vino después a gobernar resolvió nada, todos a su modo agravaron la situación.
Gaviria nos dio la bienvenida a este futuro. Uribe le mejoró un poco el país a la vieja oligarquía que lo tenía vuelto pedazos, y después se lo entregó de nuevo a esas dinastías para que lo volvieran a despedazar. Y Petro, que en la víspera afirmaba que iba a cambiarlo todo, ahora solo usa el micrófono para decir que no lo dejan hacer nada y que en un país de víctimas él es la principal.
Y de repente toda la vieja politiquería se está haciendo ilusiones con el desastre que a Petro le está tocando administrar, y espera que pronto pueda contar sus ganancias. Pero ni los candidatos de siempre, ni los herederos de las dinastías viejas y nuevas parecen tener nada que ofrecer, creen que basta con odiar a Petro y acusarlo de todo, y detrás de las nubes del 2026 quién sabe si para hacerse elegir bastará la plata.
Colombia habló hace dos años y medio, y estaba indignada y esperanzada. Yo creo que ahora ya no está esperanzada, ahora ya solo está indignada, y va a volver a hablar. No creo que sea para postrarse a los pies de los Gavirias y los Uribes y los Santos que la profanaron, ni de Petro, que cada día la defrauda más. Las nubes no dejan ver todavía el 2026. Pero ahí vienen el general mordisco, y la general pobreza, y el general invierno.