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La locura y el método

William Ospina
02 de marzo de 2025 - 05:05 a. m.
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La primera impresión que tuvimos fue que Trump venía a abusar de los débiles, pero ahora resulta que también ha venido a abusar de los fuertes. No solo se atreve a maltratar a Panamá y a amenazar a Colombia sino que menosprecia a Dinamarca, ofende a México, mortifica a Canadá y ningunea a la Unión Europea y a Zelensky sentándose solo a negociar con los rusos.

Dirán que está loco, pero tal vez nos toca decir como el personaje de Shakespeare que “hay método en su locura”. Las cosas que dice son escandalosas o espantosas, pero la diferencia está en que Biden, quien tuvo hasta hace mes y medio todo el poder que Trump tiene ahora, en vez de decirlas las ha hecho.

Trump chantajea con el arrasamiento de Gaza y la expulsión de los gazatíes, pero Biden permitió el arrasamiento de Gaza y la expulsión de los gazatíes. Y extrañamente Trump habla de detener la guerra de Ucrania, que ha costado la vida de cientos de miles de muchachos ucranianos y rusos, mientras que todo el tiempo Putin y Biden la han alentado. Pero si la malignidad de Putin es innegable, como lo demuestra esta guerra, tampoco puede negarse la malignidad de una industria militar a la que siempre le convino la teoría del enemigo absoluto.

Hay toda una leyenda sobre la agresividad rusa, pero más agresivos que los rusos y los chinos han sido los franceses y los ingleses, los alemanes, los japoneses y los italianos, para no hablar de los Estados Unidos. China nunca salió a masacrar a nadie, en cambio a China la invadieron y la esclavizaron con opio y con cañones. Rusia, invadida dos veces, salvó dos veces la democracia de Occidente, porque al mundo no había que salvarlo solo de Hitler sino de Napoleón. Alguien dirá que también había que salvarlo de Stalin y de su comunismo de cartilla y terror, y yo estoy completamente de acuerdo.

Lo que esto parece demostrar es que Rusia avanza sobre todo cuando la atacan: sepultó a las tropas de Napoleón, devoró a las tropas de Hitler, y llevada por el impulso guerrero no se detuvo hasta tomarse el cuartel general de los nazis, plantar su bandera en el Reichstag, y al calor de una doctrina feroz apoderarse de Europa Oriental.

Curiosamente Occidente no odia a Italia por haber tenido a Mussolini, ni odia a Alemania por haber tenido a Hitler, ni odia a España por haber tenido a Franco, pero en cambio no le perdona a Rusia el régimen comunista que imperó en ella por setenta años, y hasta nos hace pensar que odia a Rusia. La odió durante la guerra por ser bolchevique, en la posguerra por ser comunista, en la primera guerra fría por ser estalinista, pero la siguió odiando después de que cayeron el Muro de Berlín y la Cortina de Hierro.

Europa y Estados Unidos, que se aliaron con Stalin para detener a Hitler, no dejaron de desconfiar de Rusia ni siquiera cuando les estaba ayudando a salvarse. Por eso al final de la guerra no llegó la paz sino la guerra fría. La OTAN nació contra la Unión Soviética; contra la OTAN nació el Pacto de Varsovia; los dos bloques siguieron armándose como si la guerra no hubiera terminado, y a la sombra de ese conflicto monstruoso y de sus arsenales nucleares nacimos todos nosotros. “Porque hace mucho tiempo ocurrió el fin del mundo”, ha dicho Chesterton.

Pero cuando hace 35 años cayó el comunismo, se desintegró la Unión Soviética, las naciones se independizaron y el Pacto de Varsovia se deshizo, la OTAN siguió en pie, como ese soldado japonés que seguía en pie de guerra solo en una isla porque no había recibido del emperador la orden de alto al fuego. La OTAN siguió siendo la encarnación de ese recelo de Occidente, de ese odio de Europa que también, intentando comprenderlo, podríamos llamar ese miedo de Europa, que no es un miedo angustiado y pasivo sino un miedo activo y hostil.

De modo que aunque la Unión Soviética contribuyó a la salvación de Europa, Europa la siguió viendo como una peste, siguió temiendo al hegemonismo imperial ruso a pesar de que si algo hizo ese imperio fue desintegrarse, y muchas de sus repúblicas estrecharon sus lazos con la Unión Europea.

Lo que está por resolverse ahora es qué tanto los rusos quieren recuperar su imperio desintegrado, qué tanto quiere Putin de verdad apoderarse de Europa, o qué tanto ese temor o esa crispación paranoide es apenas un mal sueño europeo, la dificultad de superar los traumas de una larga historia de fronteras violadas, invasiones brutales y carnicerías sin nombre.

¿Por qué pueden hoy abrazarse los antiguos contendores de Verdún, y no pueden abrazarse los de Stalingrado? ¿Cuánto tiempo tiene que durar ese trauma? ¿Por qué el Japón es amigo de los Estados Unidos y Europa no puede ser amiga de Rusia? ¿Es esa discordia apenas una obsesión traumática, o tiene alguna explicación más activa, por ejemplo la industria militar, para la que esta tensión de ocho décadas, este chantaje de ocho décadas contra la humanidad, ha sido una inagotable mina de oro?

Todas esas preguntas saltan ahora, cuando el aparentemente sosegado tablero del mundo se sacude, cuando del cubilete de Donald Trump parecen brotar tensiones, conflictos y crímenes que en realidad ya estaban activos, y eran estremecedores y atroces: la guerra de Ucrania, con su millón de muertos; la venganza oprobiosa pero modélicamente bíblica del Estado judío, que no cobra ojo por ojo como hace milenios sino que cobra 1.200 muertos judíos con 50.000 víctimas palestinas; la pugna de Rusia por Crimea que está tan viva como en los tiempos de Tolstoi; la pugna de China por Taiwán; la guerra minuto a minuto por el petróleo mundial.

Y lo que estamos viendo en Ucrania es como si un hombre hubiera sido asaltado en un bosque por unos matones, y el aliado justiciero que viene a salvarlo se le queda con la cartera. Estamos viendo también la evidencia de que la causa de las guerras periódicas está toda en la tabla periódica: ya pasamos del hierro al cobre y del oro al uranio, pero lo que hoy cuesta tanta sangre son el lantano, el cerio, el praseodimio, el neodimio, el prometio, el samario, el europio, el gadolinio, el terbio, el disprosio, el holmio, el erbio, el tulio, el iterbio y el lutecio. Es la avidez por las tierras raras lo que ahora moviliza terroristas, mueve divisiones, instala misiles y arroja nubes de drones sobre el mundo.

Y lo que hay en el fondo es que la tensión de la guerra fría fue llevando a Rusia a reconciliarse con China, y cuando llegó la guerra de Ucrania, la unión de esas dos superpotencias se convirtió en la mayor amenaza para el poder de los Estados Unidos. Trump, que conoce la fiebre amarilla que le corre pierna arriba a la economía mundial, está tratando de entenderse con Rusia, no para lograr lo imposible, que es frenar a China, sino para evitar que la decadencia de Estados Unidos -de la que él es el mejor ejemplo- se vea agravada por la alianza de sus grandes rivales.

Y como estamos en plena edad del nihilismo, Trump se permite mostrarle al mundo sin escrúpulos que en los reinos del poder nadie está luchando por la libertad, por la dignidad o por la justicia, sino invirtiendo capitales en los negocios que pueden asegurarle la supremacía tecnológica. Es verdad que está loco, pero no cabe duda de que “hay método en su locura”.

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Juan Moreno(wofr4)03 de marzo de 2025 - 09:25 p. m.
Excelente, William!
MARIA PATRICIA BUENAHORA OCHOA(35958)03 de marzo de 2025 - 06:16 p. m.
Excelente columna, mucho tiempo sin leer algo así de usted!!!!
Manuel Gilberto Rosas diaz(85839)03 de marzo de 2025 - 04:19 p. m.
Si ,parece que quiere alianza con su principal contradictor político para de esta forma lograr supremacía.Luego Europa necesita salir de su letargo y pensar en su desarrollotecnolo’gico y cienti’fico así como en fortalecer su intercambio con el mundo en general para lograr un desarrollo que implique la mejoría de sus gentes y exporte conocimiento a tantas naciones que lo requieren.Algo similar les toca a los países en desarrollo como el nuestro y toda latinoame’rica.
LYEM(22892)03 de marzo de 2025 - 02:43 p. m.
Excelente, Maestro.
JURISCONSULTO(23532)03 de marzo de 2025 - 02:17 p. m.
Excelente columna
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