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                                                                                                                                  Leo


                                                                                                                                  Hace apenas tres semanas vivimos un viaje hermoso que no habría sido posible sin la generosidad de Leo. Yo quería presentar mis libros recientes en el norte del Tolima y el oriente de Caldas. Mi primo Gilberto Ruiz se puso en contacto con entusiastas lectores que lo organizaron todo para que esa romería se lograra. Pero ya otras veces he ido a presentar mis libros a lugares donde no hay librerías, de modo que al final la gente no tiene la posibilidad de leerlos.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Leo era uno de esos innumerables colombianos a los que la vida les ofreció sobre todo obstáculos y dificultades. Pero nació con un corazón grande, capaz de encontrar luz hasta en la mayor oscuridad. Viajando por esas carreteras del páramo descubrí que todavía era un niño. Le gustaba avanzar por esas rutas sinuosas a gran velocidad, pero le sugerí que disfrutáramos de la mayor lentitud, y Leo nos fue contando su vida a Mónica, su gran amiga, a Gilberto y a mí, sus acompañantes.

                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  Íbamos en un carro lleno de libros hacia los sitios más ocultos de las montañas, y el hombre que nos llevaba había vivido más vidas que nadie, porque trabajó como jornalero desde la infancia por el país entero. Yo le conté que mi primera crónica, a los veinte años, había sido sobre los jornaleros que recorrían a Colombia en los años 70 de cosecha en cosecha, recogiendo algodón en la costa, banano en Urabá, café en el Quindío, soya en el Tolima, caña en el valle del Cauca.

                                                                                                                                  El niño Leo había seguido a esa masa de migrantes anónimos; iba entre la multitud aprendiendo a ser adulto desde temprano, pero guardando en el alma una infancia hecha de curiosidad y de asombro. Vio asaltos, vio prodigios, vio crueldades, vio crímenes. Todo eso que yo describía en mi crónica del año 75, lo estaba viviendo él en ese mismo momento, en camiones y buses, en trenes y camperos, a caballo y a pie, con todo el esplendor de los paisajes de Colombia en el fondo, mientras sonaba en las radios afónicas de los campesinos esa canción de Piero que parecía describir su vida: “Aprendí a crecer/ por la ciudad vacía,/ ganándome el pan, pan, pan,/ de cada día./ El mundo me dolía por dentro,/ viajaba la noche hasta el silencio”.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Tenía algo ascético como de monje budista y miles de historias a punto de brotar de sus labios. Si alguien se detenía a escucharlo, podía descubrir que había más historias vividas en la memoria de este hombre que en todos los libros que ofrecía en sus anaqueles y que repartía por los caminos. Le dije que tenía que escribir sus memorias, pero se dedicaba tanto a divulgar y difundir los libros de otros que no le quedaba tiempo para contar sus propias historias. Tenía el alma llena de recuerdos de aventura, de peligro y dolor, pero yo creo que era feliz. Tal vez había aprendido de la adversidad a atrapar la flor del instante.

                                                                                                                                  Una tarde en Ibagué, en el panóptico, que ahora es un bello museo de la memoria tolimense, le conté que me proponía seguir la ruta de Humboldt por Colombia presentando mi novela desde el Sinú, pasando por Cartagena, Turbaco y Mompox, y que incluso me gustaría embarcarme río arriba hasta Honda. Leo se mostró decidido a seguirme con sus cajas de libros en ese viaje. Pero luego enfermó, la vida se interpuso, y yo hice solo mi viaje a Cartagena y a Mompox, apenas con el fantasma de Humboldt en el puesto de al lado.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Pero hace tres semanas Gilberto habló con Érika Arango en Herveo, con el rector del colegio de Padua, con Francisco Zuluaga en Manzanares, con Nicolás y con Manuel en Pensilvania, con Enrique Martínez y Andrea González en La Dorada, con Sergio Galeano y Uriel Miranda de la alcaldía de Fresno, y emprendimos el viaje con Leo al volante y hablando de todo por la niebla de las cordilleras y por la luz de las llanuras abiertas. Y en La Dorada conocimos a don Elí, que empuja hace décadas una carreta cargada de libros, la única librería de la ciudad. Días enormes de soles y lluvias, de ríos y plazas y regalos, de amistad y generosidad y de una sola, larga y cambiante conversación salpicada de libros y de autores. En el último tramo, finalmente, cantábamos.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  PD. Ministro Juan David, en recuerdo de Leo: hay que llevar los libros a los pueblos y a los barrios. ¡Por miles!

                                                                                                                                  Hace apenas tres semanas vivimos un viaje hermoso que no habría sido posible sin la generosidad de Leo. Yo quería presentar mis libros recientes en el norte del Tolima y el oriente de Caldas. Mi primo Gilberto Ruiz se puso en contacto con entusiastas lectores que lo organizaron todo para que esa romería se lograra. Pero ya otras veces he ido a presentar mis libros a lugares donde no hay librerías, de modo que al final la gente no tiene la posibilidad de leerlos.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Leo era uno de esos innumerables colombianos a los que la vida les ofreció sobre todo obstáculos y dificultades. Pero nació con un corazón grande, capaz de encontrar luz hasta en la mayor oscuridad. Viajando por esas carreteras del páramo descubrí que todavía era un niño. Le gustaba avanzar por esas rutas sinuosas a gran velocidad, pero le sugerí que disfrutáramos de la mayor lentitud, y Leo nos fue contando su vida a Mónica, su gran amiga, a Gilberto y a mí, sus acompañantes.

                                                                                                                                  Read more!

                                                                                                                                  Íbamos en un carro lleno de libros hacia los sitios más ocultos de las montañas, y el hombre que nos llevaba había vivido más vidas que nadie, porque trabajó como jornalero desde la infancia por el país entero. Yo le conté que mi primera crónica, a los veinte años, había sido sobre los jornaleros que recorrían a Colombia en los años 70 de cosecha en cosecha, recogiendo algodón en la costa, banano en Urabá, café en el Quindío, soya en el Tolima, caña en el valle del Cauca.

                                                                                                                                  El niño Leo había seguido a esa masa de migrantes anónimos; iba entre la multitud aprendiendo a ser adulto desde temprano, pero guardando en el alma una infancia hecha de curiosidad y de asombro. Vio asaltos, vio prodigios, vio crueldades, vio crímenes. Todo eso que yo describía en mi crónica del año 75, lo estaba viviendo él en ese mismo momento, en camiones y buses, en trenes y camperos, a caballo y a pie, con todo el esplendor de los paisajes de Colombia en el fondo, mientras sonaba en las radios afónicas de los campesinos esa canción de Piero que parecía describir su vida: “Aprendí a crecer/ por la ciudad vacía,/ ganándome el pan, pan, pan,/ de cada día./ El mundo me dolía por dentro,/ viajaba la noche hasta el silencio”.

                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  Tenía algo ascético como de monje budista y miles de historias a punto de brotar de sus labios. Si alguien se detenía a escucharlo, podía descubrir que había más historias vividas en la memoria de este hombre que en todos los libros que ofrecía en sus anaqueles y que repartía por los caminos. Le dije que tenía que escribir sus memorias, pero se dedicaba tanto a divulgar y difundir los libros de otros que no le quedaba tiempo para contar sus propias historias. Tenía el alma llena de recuerdos de aventura, de peligro y dolor, pero yo creo que era feliz. Tal vez había aprendido de la adversidad a atrapar la flor del instante.

                                                                                                                                  Una tarde en Ibagué, en el panóptico, que ahora es un bello museo de la memoria tolimense, le conté que me proponía seguir la ruta de Humboldt por Colombia presentando mi novela desde el Sinú, pasando por Cartagena, Turbaco y Mompox, y que incluso me gustaría embarcarme río arriba hasta Honda. Leo se mostró decidido a seguirme con sus cajas de libros en ese viaje. Pero luego enfermó, la vida se interpuso, y yo hice solo mi viaje a Cartagena y a Mompox, apenas con el fantasma de Humboldt en el puesto de al lado.

                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  No ad for you

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                                                                                                                                  PD. Ministro Juan David, en recuerdo de Leo: hay que llevar los libros a los pueblos y a los barrios. ¡Por miles!

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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