El modo asombro en que crece como espuma la candidatura de Rodolfo Hernández a la presidencia revela que el viejo país de la politiquería y de la corrupción está quedando atrás: en este momento no parece ya que nada pueda detener la indignación de los colombianos y su voluntad de cambiar.
Hernández, un empresario de provincia hecho a pulso, que evidentemente no pertenece a la casta centralista que ha mangoneado y devastado al país durante muchas décadas, es un santandereano impulsivo y valiente que se ha lanzado solo contra los hábitos tramposos e hipócritas de la vieja política, y ya demostró en Santander que se puede derrotar la corrupción solo con honestidad y con valentía.
Todos los candidatos del establecimiento están estupefactos. No entienden de dónde puede salir en Colombia alguien tan enemigo de las alianzas hipócritas, de la simulación, de la tartufería, alguien que solo dice: paren de robar, paren de vivir del tesoro público, pongamos dinero en el bolsillo de los pobres, reactivemos el campo, hagamos industria, respetemos a la gente, acabemos con los privilegios, paremos el derroche del ejército, el despilfarro del Estado, creemos riqueza y protejamos la producción nacional.
Yo sí sé de dónde ha salido: de este pueblo colombiano indignado, valiente, enemigo de la ceremonia y de la trampa; de ese pueblo al que siempre han despreciado las castas perfumadas; ese pueblo que sabe hablar claro, que no finge ser perfecto, que en un país donde personas muy compuestas financian masacres y pagan sicarios, es capaz de subir el tono, es capaz de indignarse con la mentira, y es capaz sin cálculos de darle una bofetada con su propia mano al que le tiende una trampa. Desde mi punto de vista eso no es ser violento, eso es ser humano. La violencia que ha desgarrado a Colombia es mucho más oscura y más cobarde.
Colombia no se engaña: el pueblo sabe quién habla claro y sabe quién vende humo. Colombia sabe quién mira a los ojos y quién oculta sus intenciones. Y las verdades de Colombia no son secretos: saltan a la vista. Decir que las castas y los políticos han condenado al país a la miseria, a la barbarie y a la mendicidad es como decir que hay un sol en el cielo. Decir que el presupuesto obtenido con el sudor de los colombianos nunca alcanza para las obras públicas porque se lo gastan la administración y la corrupción, es como decir que el agua corre. Decir que los endomingados políticos salidos de Harvard y de Oxford y de la Universidad de los Andes se venden como grandes tecnócratas pero solo han sabido arruinar al país con aperturas económicas mal diseñadas y con un sometimiento estúpido a las órdenes de la banca mundial, es como decir que la lluvia moja.
Rodolfo Hernández ha dicho una verdad universal que aquí a los poderosos les suena a blasfemia: que hay que poner dinero en el bolsillo de los pobres para que muevan la economía. Ha dicho una verdad que les tiene que doler mucho a los Gavirias y a los Pastranas, a los Santos y a los Uribes, que los gobiernos colombianos han entregado la economía del país por un plato de lentejas: sacrificaron el campo, sacrificaron la industria, vendieron los bienes públicos que eran fruto del trabajo de millones de personas honradas, y fueron construyendo un Estado mafioso, irresponsable y extorsionista, lleno de políticos ladrones, que se lo traga todo, los impuestos, el IVA, los peajes, las multas, para sostener una burocracia insaciable, y que por eso la plata no solo no alcanza sino que el déficit crece, de Santos en Santos y de Duque en Duque.
Y ha dicho que los gobiernos, en vez de crear por fin una economía productiva, cuando ven las arcas vacías ahondan el endeudamiento, que ya es insostenible, y descargan en el pequeño sector formal que trabaja todo el castigo, mediante reformas tributarias cada vez más descaradas y más odiosas. Eso es lo único que saben hacer nuestros sabios economistas, todos con su doctorado en el escritorio.
Lejos de las locuras del actual gobierno y de los rencores de Uribe, Rodolfo Hernández ha dicho que piensa restablecer relaciones con Venezuela el día mismo de su posesión: “Bastantes problemas tenemos aquí para pretender resolver los problemas de Venezuela, destruyendo la economía bilateral y descargando en los ciudadanos huérfanos de servicios consulares el odio de los políticos”. Afirmó que no solo va a cumplir los acuerdos de paz sino que les propondrá adherir a ellos a los otros grupos armados, y también ha dicho que respeta la JEP, y que el que no quiera acudir a ella es porque no quiere decir la verdad. Y ha tenido el valor de decir que le va a cortar el copete a los privilegios de los militares, algo de lo que no se atreve a hablar aquí ni la izquierda más temeraria.
Algunos orientadores de opinión de esos que se quejan todo el día de todo lo que ocurre, pero que ven con alarma cualquier cambio, han dicho que las propuestas de Rodolfo Hernández son demasiado simples, pero es que de verdad la solución de los problemas es más sencilla de lo que dicen los tecnócratas, a los que les interesa hacernos creer que la administración es una ciencia hermética, cuando en el fondo, como dice Hernández, solo hay que saber sumar y restar.
Hace tiempos no veíamos a alguien que sepa hacerse entender tan fácil por la gente y que deje callados tan fácil a los que pretenden saberlo todo. Rodolfo Hernández asombrosamente tiene todas las cifras en la cabeza, las cifras de la pobreza y las cifras del despilfarro, pero lo mejor de todo es que a diferencia de los estadísticos sabe que las cifras no son solo cifras, que las cifras son dolor, son sufrimiento, son conocimiento y pueden ser también esperanza. Y él hoy encarna la esperanza, una esperanza que había muerto en Colombia hace 74 años.
Pero Rodolfo Hernández ha hecho algo todavía más asombroso, se ha atrevido a decirle con franqueza santandereana en su propia cara al embajador de los Estados Unidos que el problema de la droga solo se resuelve asumiéndola como un asunto de salud pública y dándole gratuitamente al consumidor bajo vigilancia médica lo que necesita. Eso sí lo dicen los presidentes de Colombia: pero después de que dejan la presidencia. Solo alguien valiente es capaz de decirlo siendo candidato, y en el propio foso de los leones.
Los adversarios de Rodolfo Hernández, algunos de los cuales también están en contra de este sistema corrupto, han empezado a decir que Hernández es una ficha de Uribe. Creo haber mostrado cuán lejos está Hernández de toda esa vieja política, pero criticarlo así puede ser contraproducente para ellos, porque puede hacer que hasta los uribistas voten por él. Y eso sí podría hacerlo ganar en la primera vuelta.
El modo asombro en que crece como espuma la candidatura de Rodolfo Hernández a la presidencia revela que el viejo país de la politiquería y de la corrupción está quedando atrás: en este momento no parece ya que nada pueda detener la indignación de los colombianos y su voluntad de cambiar.
Hernández, un empresario de provincia hecho a pulso, que evidentemente no pertenece a la casta centralista que ha mangoneado y devastado al país durante muchas décadas, es un santandereano impulsivo y valiente que se ha lanzado solo contra los hábitos tramposos e hipócritas de la vieja política, y ya demostró en Santander que se puede derrotar la corrupción solo con honestidad y con valentía.
Todos los candidatos del establecimiento están estupefactos. No entienden de dónde puede salir en Colombia alguien tan enemigo de las alianzas hipócritas, de la simulación, de la tartufería, alguien que solo dice: paren de robar, paren de vivir del tesoro público, pongamos dinero en el bolsillo de los pobres, reactivemos el campo, hagamos industria, respetemos a la gente, acabemos con los privilegios, paremos el derroche del ejército, el despilfarro del Estado, creemos riqueza y protejamos la producción nacional.
Yo sí sé de dónde ha salido: de este pueblo colombiano indignado, valiente, enemigo de la ceremonia y de la trampa; de ese pueblo al que siempre han despreciado las castas perfumadas; ese pueblo que sabe hablar claro, que no finge ser perfecto, que en un país donde personas muy compuestas financian masacres y pagan sicarios, es capaz de subir el tono, es capaz de indignarse con la mentira, y es capaz sin cálculos de darle una bofetada con su propia mano al que le tiende una trampa. Desde mi punto de vista eso no es ser violento, eso es ser humano. La violencia que ha desgarrado a Colombia es mucho más oscura y más cobarde.
Colombia no se engaña: el pueblo sabe quién habla claro y sabe quién vende humo. Colombia sabe quién mira a los ojos y quién oculta sus intenciones. Y las verdades de Colombia no son secretos: saltan a la vista. Decir que las castas y los políticos han condenado al país a la miseria, a la barbarie y a la mendicidad es como decir que hay un sol en el cielo. Decir que el presupuesto obtenido con el sudor de los colombianos nunca alcanza para las obras públicas porque se lo gastan la administración y la corrupción, es como decir que el agua corre. Decir que los endomingados políticos salidos de Harvard y de Oxford y de la Universidad de los Andes se venden como grandes tecnócratas pero solo han sabido arruinar al país con aperturas económicas mal diseñadas y con un sometimiento estúpido a las órdenes de la banca mundial, es como decir que la lluvia moja.
Rodolfo Hernández ha dicho una verdad universal que aquí a los poderosos les suena a blasfemia: que hay que poner dinero en el bolsillo de los pobres para que muevan la economía. Ha dicho una verdad que les tiene que doler mucho a los Gavirias y a los Pastranas, a los Santos y a los Uribes, que los gobiernos colombianos han entregado la economía del país por un plato de lentejas: sacrificaron el campo, sacrificaron la industria, vendieron los bienes públicos que eran fruto del trabajo de millones de personas honradas, y fueron construyendo un Estado mafioso, irresponsable y extorsionista, lleno de políticos ladrones, que se lo traga todo, los impuestos, el IVA, los peajes, las multas, para sostener una burocracia insaciable, y que por eso la plata no solo no alcanza sino que el déficit crece, de Santos en Santos y de Duque en Duque.
Y ha dicho que los gobiernos, en vez de crear por fin una economía productiva, cuando ven las arcas vacías ahondan el endeudamiento, que ya es insostenible, y descargan en el pequeño sector formal que trabaja todo el castigo, mediante reformas tributarias cada vez más descaradas y más odiosas. Eso es lo único que saben hacer nuestros sabios economistas, todos con su doctorado en el escritorio.
Lejos de las locuras del actual gobierno y de los rencores de Uribe, Rodolfo Hernández ha dicho que piensa restablecer relaciones con Venezuela el día mismo de su posesión: “Bastantes problemas tenemos aquí para pretender resolver los problemas de Venezuela, destruyendo la economía bilateral y descargando en los ciudadanos huérfanos de servicios consulares el odio de los políticos”. Afirmó que no solo va a cumplir los acuerdos de paz sino que les propondrá adherir a ellos a los otros grupos armados, y también ha dicho que respeta la JEP, y que el que no quiera acudir a ella es porque no quiere decir la verdad. Y ha tenido el valor de decir que le va a cortar el copete a los privilegios de los militares, algo de lo que no se atreve a hablar aquí ni la izquierda más temeraria.
Algunos orientadores de opinión de esos que se quejan todo el día de todo lo que ocurre, pero que ven con alarma cualquier cambio, han dicho que las propuestas de Rodolfo Hernández son demasiado simples, pero es que de verdad la solución de los problemas es más sencilla de lo que dicen los tecnócratas, a los que les interesa hacernos creer que la administración es una ciencia hermética, cuando en el fondo, como dice Hernández, solo hay que saber sumar y restar.
Hace tiempos no veíamos a alguien que sepa hacerse entender tan fácil por la gente y que deje callados tan fácil a los que pretenden saberlo todo. Rodolfo Hernández asombrosamente tiene todas las cifras en la cabeza, las cifras de la pobreza y las cifras del despilfarro, pero lo mejor de todo es que a diferencia de los estadísticos sabe que las cifras no son solo cifras, que las cifras son dolor, son sufrimiento, son conocimiento y pueden ser también esperanza. Y él hoy encarna la esperanza, una esperanza que había muerto en Colombia hace 74 años.
Pero Rodolfo Hernández ha hecho algo todavía más asombroso, se ha atrevido a decirle con franqueza santandereana en su propia cara al embajador de los Estados Unidos que el problema de la droga solo se resuelve asumiéndola como un asunto de salud pública y dándole gratuitamente al consumidor bajo vigilancia médica lo que necesita. Eso sí lo dicen los presidentes de Colombia: pero después de que dejan la presidencia. Solo alguien valiente es capaz de decirlo siendo candidato, y en el propio foso de los leones.
Los adversarios de Rodolfo Hernández, algunos de los cuales también están en contra de este sistema corrupto, han empezado a decir que Hernández es una ficha de Uribe. Creo haber mostrado cuán lejos está Hernández de toda esa vieja política, pero criticarlo así puede ser contraproducente para ellos, porque puede hacer que hasta los uribistas voten por él. Y eso sí podría hacerlo ganar en la primera vuelta.