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No podría entender mi vida en los últimos 20 años sin la presencia de Giovanny Gómez, un poeta grande, un amigo entrañable y solidario, un promotor cultural incansable, y un hombre comprometido con la cultura de su época como casi nadie, que se nos ha muerto a los 40 años en la plenitud de su vida y de su obra.
Vivió como hay que vivir, lo dio todo por su gente, por su vocación, por su ciudad. Ni dejaba nada para mañana, ni se privaba de vivir a la medida de sus fuerzas y de sus ilusiones. Tenía 20 años cuando lo conocí. Había ido a Medellín al Festival de Poesía y en una cafetería comenzamos una conversación que todavía no termina. Después entendí que había ido a aprender cómo se hace un festival de poesía porque ya tenía el propósito de fundar uno en Pereira, su tierra.
¿Cómo logró este joven discreto, sencillo, contagiarle sus sueños a una generación, publicar durante 20 años una bella revista de poesía, sostener un cine club, realizar por dos décadas un Festival Internacional de Poesía cada vez más importante y prestigioso, y echar a andar la gran Feria del Libro del Eje Cafetero?
Brotado de una infancia de privaciones, como la de tantos jóvenes colombianos, su destino habría tenido que ser la marginalidad y la violencia. Pero ahí estaba su madre, Luz Dary, que les enseñó a él y a sus hermanos a luchar y a tener sueños grandes. Y había en él una sed de belleza, un amor por el lenguaje, la convicción de que hay destinos nobles y admirables, una obstinación y una sed de ideal que sus maestros en el colegio supieron descubrir y alentar, y a sus 15 años ya publicaba con varios compañeros su primera antología.
Llena de revelaciones, su poesía es a la vez diáfana y profunda; cada vez que la leemos encontramos en ella algo nuevo. Si temió, como todos los poetas, que su obra no alcanzara la altura de sus sueños, fue una alegría enorme para él ganar el Premio de Poesía María Mercedes Carranza, que le recordó que no era solo el mayor promotor cultural de su región sino también un joven poeta lleno de méritos. Su libro Casa de humo fue publicado en Colombia, casi enseguida fue traducido al italiano y publicado en Roma por su entusiasta traductor, Emilio Coco.
No descansó un solo día en el esfuerzo de convertir en realidad sus proyectos: hacer de sí un poeta, hacer de los jóvenes de su generación protagonistas de grandes aventuras culturales, hacer de su ciudad el corazón de una cultura. Nunca se envaneció de lo que hacía, ni reclamó reconocimientos, se sentía empezando su tarea, pero cuando murió hace pocos días había cambiado la dinámica cultural de su región.
Yo no vengo a despedirlo, porque personas como Giovanny no se van nunca, y porque de mí, de mi vida, no se irá jamás. Pero tampoco se irá de la vida de los seres que tanto lo aman, de Luz Dary, su madre y su amiga, de Diana, su compañera de todas las luchas, de Juan Felipe y de Luciana, sus hijos, que eran la luz de su vida, de sus hermanos Andrés y Luis Carlos, con quienes formó en sus breves años una profunda alianza, de su hermana Ivonne, que en los últimos tiempos lo llenó de alegría. De sus incontables compañeros de aventura.
De repente todo aquello que estaba en proyecto se convierte en la obra terminada, y entonces podemos ver qué gran obra era esa: de talento, de audacia, de conocimiento, de amistad, de convicción y de carácter. Giovanny no solo es el autor de sus hermosos y renovadores poemas, el creador del Festival Internacional de Poesía de Pereira, el director de la memorable revista de poesía Luna de Locos, el fundador y director del Cine Club de la Cámara de Comercio, el gran alentador de la Feria del Libro del Eje Cafetero, el orientador de una generación en la literatura y en el cine, que hizo homenajes generosos a tantos artistas, escritores, pensadores y creadores en todos los campos, y el amigo de tantos poetas en el mundo entero: es alguien a quien hoy lloran con sinceridad, de un modo entrañable e íntimo, centenares de personas en varios continentes, no para despedirlo sino para acompañarlo a esa otra manera de vivir que es la memoria agradecida, el ejemplo laborioso, la lección admirable de cómo hay que hacer para mantener vivo el espíritu en estos tiempos de incertidumbre y en estos países de injusticia.
Ojalá los gobernantes fueran capaces de hacer una mínima parte de lo que hizo este joven con solo su imaginación, su voluntad y su sensibilidad. Hoy alguien ha escrito: “Con Giovanny la poesía llegó a donde no llegan la luz ni el agua”. Es verdad que vamos a llorar, pero también es verdad que esta es ocasión para mucho más que lágrimas de amor: es ocasión para celebrar una vida, para asombrarnos de un destino y para agradecer por un ejemplo que todos tenemos el deber de honrar y de perpetuar.
Viendo una vida como la de Giovanny, nadie puede desconfiar de la juventud, ni dudar de lo que ella puede hacer con su pasión y con su audacia. Solo creadores como él salvarán todo lo que hay que salvar, solo jóvenes como él, en todas las actividades y las disciplinas, podrán reconstruir este país deshecho y celebrar una alianza nueva con el mundo. En vano intentará la muerte borrar estos esfuerzos, y en vano intentarán los poderes vanidosos y estériles apagar este fuego: es algo profundo que arde en los corazones, lleno de bondad, de belleza y de respeto por los valores más altos de la condición humana.
Tal vez él en su discreción y su sencillez no entendería el tono en que estoy hablando. A mí me dio tanto, que nunca acabaré de agradecérselo. El dolor es grande, porque los dioses saben golpear donde más duele, pero la fulminación también ilumina. Y aunque esta ausencia no tiene consuelo, también hace visibles muchas cosas que no nos dejaba ver el curso de los días. Él estaba empeñado en trazar un camino, y no habrá mejor manera de honrarlo que seguir ese camino, continuar con la misma amplitud, con la misma generosidad, sus tareas.
Lo demás, don Giovanny, es lo que queda en el alma, lo que ya es parte de la linfa y la sangre, ese día de sol junto a la Esfinge, los molinos de Creta, tú trayendo a Pereira año tras año a los poetas del mundo entero, tú caminando solo bajo los bosques rojos de arces de Trois Rivières, o una tarde entre la selva y el mar yendo hacia el río Guachaca, esas conversaciones que nunca terminan.
No esperaste a la noche: un amanecer de penas y esfuerzos, una mañana de amor y de sueños, un mediodía de audacias y de grandes acciones, fueron la vida. Gracias, amigo del alma, por el hermoso tiempo que nos diste. Como escribió para siempre Hölderlin: “El frío y la noche cubrirían la Tierra, y el alma se hundiría en la miseria, si los dioses no enviaran de vez en cuando al mundo a uno de estos jóvenes para rejuvenecer la marchita vida de los hombres”.