Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
No alcanzo a escuchar su nombre, pero sí me queda claro el mensaje de una mujer que da su testimonio a la radio desde su Chocó inundado: “No queremos mercaditos. Queremos soluciones”. En el norte de Bogotá hay miedo por una nueva emergencia en la autopista y se discuten las salidas para una vía que se construyó sobre humedales. Aquí, allá y en muchos lugares más se requieren salidas de fondo para problemas que se agravan con la crisis climática. Hay que concertar y buscar soluciones viables y urgentes. Es hora de hablar de adaptación y mitigación. Son dos palabras que han usado los ambientalistas desde hace años y que se sienten urgentes cuando hay personas resistiendo horas sobre un vehículo atrapado en la inundación o cuando una familia pierde su hogar y queda sumida en la incertidumbre de futuro. Se sienten urgentes cuando los ríos desbordados se llevan puentes, casas y cultivos y se declara un desastre nacional porque las lluvias habituales esta vez llegaron con más fuerza y con mayor capacidad de daño.
Mitigar es tomar decisiones para frenar el calentamiento global. Adaptarse es prepararse para los picos de clima extremo que ya están aquí. No son teorías ni pronósticos apocalípticos, son desastres reales que ya están ocurriendo y la solución pasa por acciones locales, nacionales y globales. Lo triste de este momento de la historia es que cuando más se requiere trabajo colectivo, es cuando más dificultades se enfrentan porque los fundamentalismos, la desinformación, los liderazgos tóxicos impiden avanzar. Hay que sumar esfuerzos para enfrentar las emergencias climáticas, pero estamos sumergidos en monólogos a gritos en donde poco se conjugan los verbos escuchar, entender, concertar.
La autopista Norte en Bogotá es una muestra: la vía se hizo sobre humedales hace 75 años. Hubiera sido mejor que no la hicieran, pero la hicieron; era otro momento, había prioridades distintas. Ya está ahí y hoy se debe enfrentar el reto con salidas eficientes, sostenibles y reales, sin que primen las posiciones fundamentalistas. Otro tanto hay que decir sobre las decisiones de fondo que se requieren en el Chocó y otras regiones en donde se ha privilegiado la respuesta a cada crisis sin avanzar mucho en acciones de largo plazo, en la prevención de riesgo y en la reubicación de poblaciones donde se requiere. Los gobiernos locales y nacional, con sectores privados y expertos, deben trabajar de la mano para enfrentar lo que se nos viene: la crisis climática llegó para quedarse mucho tiempo. Lo extraordinario se vuelve cotidiano y las peleas no ayudan.
Coincide la declaratoria de desastre nacional en Colombia con la cumbre mundial de cambio climático, la COP29, en Bakú, capital de Azerbaiyán. Desde allí varias alertas: el planeta se sigue calentando y este 2024 batirá un nuevo récord; no hay mucho avance en lo ya pactado, el debate sobre financiación tiene muchos obstáculos y la política no ayuda. No es gratuito el temor que hay en la cumbre por el triunfo de Donald Trump. En su anterior mandato sacó a Estados Unidos del acuerdo de París que busca frenar el cambio climático. Una de sus promesas de campaña fue “perforar, perforar, perforar”, en referencia al fortalecimiento de la producción petrolera. No es el único en contravía de las alertas científicas. El autoritarismo y los nacionalismos extremos se expanden por el planeta cuando más se requiere sumar entre distintos porque estamos literalmente montados en la misma barca.
Ojalá en nuestros asuntos locales los líderes logren dirimir diferencias y entender que las grandes crisis requieren cabeza fría, capacidad de entender y mucha, mucha colaboración de todos. Mientras escribo cae granizo y hay otra vez inundaciones en Bogotá. Pienso en lo que puede estar pasando en el Chocó. Allí las lluvias cambian la vida de miles.