No es lo mismo la extrema derecha que la derecha, como no es lo mismo la extrema izquierda que la izquierda. El intento permanente por equiparar estas tendencias desde las orillas opuestas no permite entender la realidad ni los riesgos que las posiciones extremas representan. En una democracia es no solamente aceptable sino necesario tener una variedad de ideologías y planteamientos políticos que, siendo distintos, partan del respeto a la existencia de los que tienen ideas diferentes. Los extremistas, por lo general, suelen ser partidarios de la desaparición de los que son distintos y quieren minar desde adentro la democracia. Ese es el riesgo.
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Escribo esta columna después de las elecciones para el Parlamento Europeo. A pesar de las deficiencias que podamos tener en la distancia para comprender las políticas internas de países complejos, es bueno estar atentos a lo que pasa allí. Son democracias de vieja data en las que viene creciendo en los últimos años una tendencia extremista que pone en peligro los mínimos acuerdos democráticos y la dosis de estabilidad relativa lograda después de la Segunda Guerra Mundial.
Las elecciones del pasado domingo para designar a los miembros del Parlamento Europeo nos afectan porque lo que en esa instancia se decida impacta en los 27 países que forman la Unión Europea, que es hoy uno de los poderes políticos y económicos más fuertes del planeta, con capacidad de incidir en temas globales. El Partido Popular Europeo, que puede considerarse de derecha tradicional y algunos de sus líderes catalogan de centro, obtuvo el mayor número de escaños. Sin embargo, hubo un crecimiento importante de votos por la extrema derecha en Francia, Italia, Austria, Alemania, entre otros países. No hubo un cambio sustancial en la composición del parlamento, pero sí una tendencia que genera alerta.
Como bien lo explicó El Espectador en nota editorial, dependerá de las alianzas que se hagan para saber si el Parlamento dará un giro hacia la derecha extrema que ganó terreno o se mantendrá en la defensa del europeísmo y buscará alianzas en ese sentido con partidos moderados de derecha y de izquierda para enfrentar el riesgo que representan los extremos. Apostar por el radicalismo significa poner en jaque la existencia misma de la Unión Europea. De ahí la importancia de entender que, más que derecha o izquierda, el reto ahora es entre quienes respetan las reglas de juego de la democracia y quienes no lo hacen y quieren patear el tablero con consecuencias imprevisibles o catastróficas. Los partidos tradicionales democráticos deben revisar hoy sus propuestas y liderazgos porque es claro que hay descontento masivo en momentos de crisis. ¿Responde la democracia a las necesidades de la mayoría?
Los partidos de extrema derecha agitan las banderas contra la migración, son xenófobos y anti-derechos. Son además nacionalistas en momentos en que el planeta requiere trabajo coordinado para enfrentar retos de primer nivel que no tienen fronteras: el cambio climático, la economía globalizada, la desinformación, la tecnología, la Inteligencia Artificial. Todos estos asuntos necesitan concertación, diálogo y pactos por encima de las naciones. Lo mismo pasa con las guerras promovidas por líderes autoritarios que deben enfrentarse con acuerdos internacionales en defensa de las reglas de juego, el DIH y los organismos multilaterales con todas sus deficiencias. Algunos comentaristas subrayan que Vladimir Putin, ese que extrañamente apoyan algunos líderes de izquierda en América Latina, celebra y promueve el ascenso de la ultraderecha en Europa que conviene a su agenda guerrerista. Más que entre derecha o izquierda la disyuntiva de hoy está entre democracia y extremismo. Y no pasa solamente en Europa.
