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Una y otra vez, en múltiples torneos internacionales, con triunfos contundentes, con juego impecable en la cancha, las futbolistas colombianas han mostrado su valor, su grandeza y la capacidad de crecer a pesar de que todavía no es suficiente el apoyo. La selección femenina ha pasado a cuartos de final en el mundial de Australia y Nueva Zelanda y con ese logro no solamente nos ha dado una alegría que necesitábamos con urgencia, también vuelve a gritar que el fútbol femenino es igual, y muchas veces mejor, que el masculino y ya es hora de que eso se reconozca más allá del aplauso y los gritos después de un gol.
En el estadio de Melbourne, 30.000 personas vieron el juego en el que Colombia le ganó a Jamaica para pasar a cuartos de final. El público está ahí: la Fifa reportó que antes de terminar el mundial, cuando se estaban disputando los partidos para pasar a cuartos de final más de 1’300.000 personas habían asistido a los estadios, superando el número de aficionados del mundial anterior. Esas graderías llenas y vibrantes son respuesta clara a quienes dicen que el fútbol femenino no gusta o “no es igual” al de los hombres.
Goles de antología, juego bonito, una hinchada firme, unas deportistas entregadas que son hoy la esperanza de América Latina en este torneo. Si faltaban razones –y no era así–, el desempeño en este mundial, más allá de lo que venga, nos debe comprometer en Colombia a seguir en la batalla para que haya por fin igualdad en el respeto, el pago, el patrocinio y el respaldo al fútbol femenino. ¡Ya es hora! se lo ganaron a pulso.
¿No será el momento de ofrecer a nuestras futbolistas una liga adecuada en la cual puedan jugar, entrenarse, prepararse para estos torneos internacionales? Hay que reforzar los clubes femeninos desde las divisiones menores, armar semilleros, descubrir talentos. Muchas niñas ven hoy a Manuela, Linda, Catalina, Mayra y demás jugadoras como ídolos a seguir. Muestran que no hay camino vedado y que se vale soñar.
A estas jugadoras les ha tocado guerrear para enfrentar la discriminación. Han superado todo tipo de dificultades, desde lesiones graves y enfermedades que las han sacado de la cancha por meses hasta problemas para entrenar y el temor de no poder seguir porque los obstáculos son constantes. Suele suceder: a las mujeres nos toca ser doblemente mejores, demostrar más, ser más... y seguir ganando menos. El talento de estas futbolistas es inmenso y no se trata solamente del juego.
Ellas han sido grandes también en el liderazgo y en el manejo de las emociones propias del fútbol para enfocarse en los resultados. Las lecciones que ha dado en este campeonato Catalina Usme nos interpelan a todos: hizo un llamado a manejar el triunfo o la derrota como momentos que pasan para no dejarse llevar por ellos. Tiene la mirada en la meta final, que es ganar un campeonato mundial, por eso no se amilana frente a selecciones con más historia, como lo dejó claro cuando enfrentaron a Alemania. Eso es LIDERAZGO, así con mayúsculas. Lecciones de vida que nos deja como legado en este mundial.
La evolución del fútbol femenino en los últimos años ha sido inmensa y, aunque ha venido ganando respaldo, falta más. El apoyo no se corresponde todavía con los resultados que dan las deportistas. La hinchada viene respondiendo y debe hacerlo más en los torneos nacionales, los patrocinadores deben reaccionar con mayor decisión porque es buen negocio apoyar el fútbol femenino y los directivos tienen que dejar de ver a la liga femenina como de menor nivel. Tal vez es hora de un relevo generacional y de género en una dirigencia que, si bien ha dado pasos en el sentido correcto, sigue atada a una mirada vieja y machista de un deporte que hace tiempo dejó de ser tierra de ellos. A estas mujeres hay que decirles: gracias por permitirnos soñar. Merecen mucho más que aplausos.