Nada fácil convertirse en parte de la noticia que se debe reportar, pero ahí estoy con una breve mención en la denuncia publicada por la revista Semana sobre las carpetas abiertas a periodistas, políticos, defensores de derechos humanos. Soy una “perfilada” y decía en estos días que al pronunciar la palabra en voz alta no le encontraba mucho sentido, aunque sí es como tener una marca tatuada en la frente. Soy una persona de interés para los organismos de inteligencia. Muchos mensajes de solidaridad que agradezco, otros no tanto y varios que me dijeron: el que nada debe nada teme. Es cierto que nada debo, pero sí temo. Porque en Colombia los que nada deben son amenazados, chuzados, hostigados, deshonrados, matoneados, desplazados y… asesinados. De inocentes está plagado el camino de nuestras agresiones de todo tipo. Por eso temo, aunque no debo.
Nada tengo que ocultar en mi vida. Lo sabrán los que llevan varios años escudriñando a ver qué encuentran para desprestigiarme. No obstante, aparecer con una carpeta abierta en los archivos de organismos de inteligencia da miedo. Porque, contrario a lo que debía ser, aquí a veces la autoridad no nos da seguridad sino miedo. No siempre, no todos. Hay muchos hombres y mujeres del Ejército que se juegan la vida cada día por nuestra seguridad. A ellos, gracias; a los otros que asustan y perfilan a periodistas, mejor que cambien de oficio porque no han entendido su deber. Me pregunto qué tienen de mí, qué quieren de mí, qué temen de mí. Creo que en esa última palabra puede estar la clave para entender el interés que les generamos estas personas “perfiladas”, “encarpetadas”, observadas: ¿qué temen? ¿Por qué inteligencia militar se toma ese trabajo con periodistas y defensores de derechos humanos? ¿Qué tienen ellos para ocultar? ¿Por qué le temen al trabajo que hacemos como para convertirnos en objetivo de investigación?
He pensado mucho en la persona que tuvo el encargo de organizar mi carpeta. Lo imagino un joven que quiso servir a la patria y, contrario a su sueño de ser héroe, tuvo que dedicar horas y horas a husmear en una vida ajena. ¿Le inquietarían las muchas fotos de mi gata Matilde en mi cuenta de Instagram? ¿Habrá tenido acceso a mis conversaciones privadas? ¿Se habrá interesado o aburrido con mis interminables charlas sobre periodismo, política o literatura? ¿Se habrá sorprendido porque a veces digo palabrotas que no uso al aire y porque me quejo de todos y de todo? ¿Mis contactos que le interesaron serán mis amigos de izquierda o los de derecha? ¿Habrá marcado con rojo mis relaciones cercanas con personas cristianas o tal vez las ateas? Imagino a ese joven convertido en voyerista por orden de alguien que lo atropella a él también. Alguien que lo degrada, lo envilece. Me gustaría conocer a esa persona que organizó mi carpeta, tomar un café con ella, ponernos al día ya que sabe mucho de mí y yo nada de ella. Me gustaría que me contara lo que encontró, lo que descubrió, lo que me hizo sospechosa. Me gustaría saber quién ordenó la vigilancia y para qué.
Además de la carpeta, me ha generado gran sorpresa ver que hay quienes aplauden los seguimientos a periodistas. Como si vulnerar los derechos individuales fuera un asunto menor y la libertad de prensa no fuera un activo de todos. Mientras colegas amables me pedían declaraciones que no quise dar porque sigo tratando de cuidar mi vida privada aunque alguien haya decidido encarpetarla, otras personas muy agresivas me escribieron en Twitter: “Por algo sería”. Me pregunto por qué hemos llegado al punto de justificar los atropellos con ese desparpajo. Así llegamos a creer que hay razones válidas para las amenazas, las muertes, la violencia. Que sigan buscando y escarbando, que además de palabras al viento nada más encontrarán en mi vida. Nada debo. Sin embargo, sí temo. Y con ese temor seguiré haciendo mi trabajo como siempre.
Nada fácil convertirse en parte de la noticia que se debe reportar, pero ahí estoy con una breve mención en la denuncia publicada por la revista Semana sobre las carpetas abiertas a periodistas, políticos, defensores de derechos humanos. Soy una “perfilada” y decía en estos días que al pronunciar la palabra en voz alta no le encontraba mucho sentido, aunque sí es como tener una marca tatuada en la frente. Soy una persona de interés para los organismos de inteligencia. Muchos mensajes de solidaridad que agradezco, otros no tanto y varios que me dijeron: el que nada debe nada teme. Es cierto que nada debo, pero sí temo. Porque en Colombia los que nada deben son amenazados, chuzados, hostigados, deshonrados, matoneados, desplazados y… asesinados. De inocentes está plagado el camino de nuestras agresiones de todo tipo. Por eso temo, aunque no debo.
Nada tengo que ocultar en mi vida. Lo sabrán los que llevan varios años escudriñando a ver qué encuentran para desprestigiarme. No obstante, aparecer con una carpeta abierta en los archivos de organismos de inteligencia da miedo. Porque, contrario a lo que debía ser, aquí a veces la autoridad no nos da seguridad sino miedo. No siempre, no todos. Hay muchos hombres y mujeres del Ejército que se juegan la vida cada día por nuestra seguridad. A ellos, gracias; a los otros que asustan y perfilan a periodistas, mejor que cambien de oficio porque no han entendido su deber. Me pregunto qué tienen de mí, qué quieren de mí, qué temen de mí. Creo que en esa última palabra puede estar la clave para entender el interés que les generamos estas personas “perfiladas”, “encarpetadas”, observadas: ¿qué temen? ¿Por qué inteligencia militar se toma ese trabajo con periodistas y defensores de derechos humanos? ¿Qué tienen ellos para ocultar? ¿Por qué le temen al trabajo que hacemos como para convertirnos en objetivo de investigación?
He pensado mucho en la persona que tuvo el encargo de organizar mi carpeta. Lo imagino un joven que quiso servir a la patria y, contrario a su sueño de ser héroe, tuvo que dedicar horas y horas a husmear en una vida ajena. ¿Le inquietarían las muchas fotos de mi gata Matilde en mi cuenta de Instagram? ¿Habrá tenido acceso a mis conversaciones privadas? ¿Se habrá interesado o aburrido con mis interminables charlas sobre periodismo, política o literatura? ¿Se habrá sorprendido porque a veces digo palabrotas que no uso al aire y porque me quejo de todos y de todo? ¿Mis contactos que le interesaron serán mis amigos de izquierda o los de derecha? ¿Habrá marcado con rojo mis relaciones cercanas con personas cristianas o tal vez las ateas? Imagino a ese joven convertido en voyerista por orden de alguien que lo atropella a él también. Alguien que lo degrada, lo envilece. Me gustaría conocer a esa persona que organizó mi carpeta, tomar un café con ella, ponernos al día ya que sabe mucho de mí y yo nada de ella. Me gustaría que me contara lo que encontró, lo que descubrió, lo que me hizo sospechosa. Me gustaría saber quién ordenó la vigilancia y para qué.
Además de la carpeta, me ha generado gran sorpresa ver que hay quienes aplauden los seguimientos a periodistas. Como si vulnerar los derechos individuales fuera un asunto menor y la libertad de prensa no fuera un activo de todos. Mientras colegas amables me pedían declaraciones que no quise dar porque sigo tratando de cuidar mi vida privada aunque alguien haya decidido encarpetarla, otras personas muy agresivas me escribieron en Twitter: “Por algo sería”. Me pregunto por qué hemos llegado al punto de justificar los atropellos con ese desparpajo. Así llegamos a creer que hay razones válidas para las amenazas, las muertes, la violencia. Que sigan buscando y escarbando, que además de palabras al viento nada más encontrarán en mi vida. Nada debo. Sin embargo, sí temo. Y con ese temor seguiré haciendo mi trabajo como siempre.