Sin querer toqué un punto sensible de mi gremio. Publiqué un trino que ha tenido más interpretaciones de las que hubiera podido imaginar y que no tenía ningún destinatario en particular como creyeron algunos. Era un mensaje de desahogo en medio de unos días difíciles. A veces me siento perdida en este mundo de vértigo y ese día me pasó. Ante temas y personajes que venían como protagonistas de la agenda pública desde el fin de semana anterior, me pregunté otra vez por qué me cuesta conectarme con “las tendencias”. Me preocupaba de manera especial nuestro papel en un momento de calentura social como el que vivimos y escribí: “No me interesa entrevistar ni a la hija de la delincuente que se fugó ni al señor que quiere suplantar a la autoridad en las marchas. Creo que tengo un problema. Algún siquiatra que me ayude. Ahora sí toqué fondo.”
Agradezco a quienes mandaron mensajes amables, a los que me criticaron con respeto y a los médicos que salieron en mi ayuda. Recojo el comentario de un colega quien me dijo que el tema es de fondo y amerita debate serio y no un trino con sarcasmo. Acepto la crítica y por eso esta columna y las muchas páginas escritas sobre ética periodística. Alguien me recordó que yo había entrevistado a Pablo Escobar y que no entendía mi “doble moral”. Preciso: no querer entrevistar a un personaje en particular en un momento coyuntural no significa, como interpretaron algunos, que yo creo que nadie los deba entrevistar. Para mí no hay personajes ni temas vedados en el periodismo. Hay que hablar hasta con el diablo si tiene información pertinente en algún momento. Todo depende del contexto, de la línea editorial, de lo que se considere importante, de lo que se busque con la entrevista y de cómo se hace. Creo en la libertad editorial como valor sagrado en una democracia y literalmente me haría matar por defenderla, para seguir ejerciendo un periodismo libre y para que mis colegas puedan entrevistar a quienes yo no pongo en mi agenda. Eso es pluralismo, eso es democracia. No entender la importancia de la diversidad como valor esencial es lo que nos ha llevado a matarnos durante tantos años y a desatar tantos odios. Que haya periodismo para todos es lo mejor.
Otro asunto es el sano y necesario debate que debemos hacer en el gremio sobre lo que hacemos y la responsabilidad social que tenemos. He escrito en varias oportunidades sobre la importancia de mirar hacia adentro y dar ese debate. No podemos reclamar nuestro derecho a denunciar a todos y pedir una solidaridad de cuerpo para que nadie nos cuestione ni nos pregunte sobre lo que hacemos. Proteger la libertad de prensa es también cuidarla de nosotros mismos, de los periodistas, que a veces nos excedemos y pecamos porque somos seres humanos hechos de la misma materia de todos los demás. No somos intocables. Hay que dar espacio para la crítica seria a los medios, hay que hablar en voz de alta de nuestros problemas. Hacerlo permite valorar aún más el buen trabajo que hacen cientos de colegas.
En estos tiempos de blanco y negro se ha puesto de moda agredir a la prensa y es bueno recordar que buen periodismo sí hay. Está por todas partes: en medios tradicionales y grandes como este en donde usted me lee y que ha sido referente por décadas. También hay buen periodismo lejos de los reflectores, en las regiones, en proyectos digitales, en iniciativas individuales y colectivas. En honor a ese periodismo, y a los colegas que han muerto para que podamos informar, la tarea hay que hacerla bien. En un mundo en donde el mercado es dios y todo lo regula, el periodismo no puede entregarse a publicar simplemente lo que se vende y es viral. Ese es mi concepto, es lo que intento hacer, pero no creo que sea lo único válido. Tengo demasiado respeto por el periodismo que se hace en Colombia como para creer que hay una única manera de informar. Bienvenida siempre la diversidad.
Sin querer toqué un punto sensible de mi gremio. Publiqué un trino que ha tenido más interpretaciones de las que hubiera podido imaginar y que no tenía ningún destinatario en particular como creyeron algunos. Era un mensaje de desahogo en medio de unos días difíciles. A veces me siento perdida en este mundo de vértigo y ese día me pasó. Ante temas y personajes que venían como protagonistas de la agenda pública desde el fin de semana anterior, me pregunté otra vez por qué me cuesta conectarme con “las tendencias”. Me preocupaba de manera especial nuestro papel en un momento de calentura social como el que vivimos y escribí: “No me interesa entrevistar ni a la hija de la delincuente que se fugó ni al señor que quiere suplantar a la autoridad en las marchas. Creo que tengo un problema. Algún siquiatra que me ayude. Ahora sí toqué fondo.”
Agradezco a quienes mandaron mensajes amables, a los que me criticaron con respeto y a los médicos que salieron en mi ayuda. Recojo el comentario de un colega quien me dijo que el tema es de fondo y amerita debate serio y no un trino con sarcasmo. Acepto la crítica y por eso esta columna y las muchas páginas escritas sobre ética periodística. Alguien me recordó que yo había entrevistado a Pablo Escobar y que no entendía mi “doble moral”. Preciso: no querer entrevistar a un personaje en particular en un momento coyuntural no significa, como interpretaron algunos, que yo creo que nadie los deba entrevistar. Para mí no hay personajes ni temas vedados en el periodismo. Hay que hablar hasta con el diablo si tiene información pertinente en algún momento. Todo depende del contexto, de la línea editorial, de lo que se considere importante, de lo que se busque con la entrevista y de cómo se hace. Creo en la libertad editorial como valor sagrado en una democracia y literalmente me haría matar por defenderla, para seguir ejerciendo un periodismo libre y para que mis colegas puedan entrevistar a quienes yo no pongo en mi agenda. Eso es pluralismo, eso es democracia. No entender la importancia de la diversidad como valor esencial es lo que nos ha llevado a matarnos durante tantos años y a desatar tantos odios. Que haya periodismo para todos es lo mejor.
Otro asunto es el sano y necesario debate que debemos hacer en el gremio sobre lo que hacemos y la responsabilidad social que tenemos. He escrito en varias oportunidades sobre la importancia de mirar hacia adentro y dar ese debate. No podemos reclamar nuestro derecho a denunciar a todos y pedir una solidaridad de cuerpo para que nadie nos cuestione ni nos pregunte sobre lo que hacemos. Proteger la libertad de prensa es también cuidarla de nosotros mismos, de los periodistas, que a veces nos excedemos y pecamos porque somos seres humanos hechos de la misma materia de todos los demás. No somos intocables. Hay que dar espacio para la crítica seria a los medios, hay que hablar en voz de alta de nuestros problemas. Hacerlo permite valorar aún más el buen trabajo que hacen cientos de colegas.
En estos tiempos de blanco y negro se ha puesto de moda agredir a la prensa y es bueno recordar que buen periodismo sí hay. Está por todas partes: en medios tradicionales y grandes como este en donde usted me lee y que ha sido referente por décadas. También hay buen periodismo lejos de los reflectores, en las regiones, en proyectos digitales, en iniciativas individuales y colectivas. En honor a ese periodismo, y a los colegas que han muerto para que podamos informar, la tarea hay que hacerla bien. En un mundo en donde el mercado es dios y todo lo regula, el periodismo no puede entregarse a publicar simplemente lo que se vende y es viral. Ese es mi concepto, es lo que intento hacer, pero no creo que sea lo único válido. Tengo demasiado respeto por el periodismo que se hace en Colombia como para creer que hay una única manera de informar. Bienvenida siempre la diversidad.