A usted que tiene un computador, un celular o una suscripción en papel y puede leer esta columna, le pido que por un minuto intente pensar cómo sería su vida si su ingreso mensual fuera de $331.688 o menos. Ese es el indicador del DANE que muestra cuándo comienza la pobreza para una persona. Piense cómo pagaría su vivienda, su comida, el transporte, la salud. Piense dónde viviría, cómo distribuiría ese ingreso. ¿A qué le daría prioridad? La comida primero, seguramente. ¿Para qué comida le alcanzaría? No piense en los pobres en masa, como se hace siempre, piense en usted con ese ingreso, porque una persona por debajo de la línea de pobreza tiene las mismas necesidades básicas que tiene usted. Un minuto, no le pido más.
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A usted que tiene un computador, un celular o una suscripción en papel y puede leer esta columna, le pido que por un minuto intente pensar cómo sería su vida si su ingreso mensual fuera de $331.688 o menos. Ese es el indicador del DANE que muestra cuándo comienza la pobreza para una persona. Piense cómo pagaría su vivienda, su comida, el transporte, la salud. Piense dónde viviría, cómo distribuiría ese ingreso. ¿A qué le daría prioridad? La comida primero, seguramente. ¿Para qué comida le alcanzaría? No piense en los pobres en masa, como se hace siempre, piense en usted con ese ingreso, porque una persona por debajo de la línea de pobreza tiene las mismas necesidades básicas que tiene usted. Un minuto, no le pido más.
21 millones de personas en Colombia tienen ese ingreso mensual o menos, según el DANE. A una cifra que ya era crítica, la pandemia sumó más de tres millones de personas que cayeron en el abismo porque sus ingresos mínimos las tenían en situación vulnerable. Ni que decir de la pobreza extrema. Piense por un minuto que en su familia el ingreso por persona es de $145.004 o menos. Cuesta trabajo hacerlo. Yo lo intento y no logro saber cómo se hace para seguir viviendo, para seguir respirando. Pienso en aquellos que han intentado el rebusque de mil maneras. En los que han caído en el gota a gota porque no encuentran otra forma de ponerse en pie. En el año de pandemia ese negocio ilegal, que explota la miseria y la desesperación de los más vulnerables, creció 39 %.
Los subsidios ayudaron porque en momentos de emergencia un mercado o $120.000 pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte. Dicen los expertos que perdimos 12 años de avance en la batalla contra la pobreza. Si no hubiera sido por los subsidios, tal vez hubieran sido dos décadas perdidas. Ayudaron, pero, está claro, los subsidios no son suficientes. La pandemia sacó a la luz las grietas de nuestra estructura económica y social. Cuando es tan difícil escalar en la pirámide social, cuando nacer pobre es casi una condena de pobreza eterna, todo se hace difícil y un subsidio, por salvador que sea, no soluciona el problema de fondo. Hay que seguir apostando por ellos mientras logramos encontrar alternativas de estudio, trabajo y futuro para los jóvenes, mientras encontramos salidas estructurales.
Escribo sobre la pobreza mientras aún no se acaban de decantar las informaciones sobre los primeros días de un paro que va más allá de una reforma tributaria que se cayó llevándose también al ministro de Hacienda. Se demoró el Gobierno en escuchar y eso ha costado muchas vidas. Se ha demorado el Estado en atender unas necesidades de muchos sectores excluidos durante años. Algunos dicen que eso justifica la violencia. Yo no creo que la justifique, pero creo que los problemas sociales explican algunas de las razones de esto que nos sacude hoy. No se trata de “unos vándalos” y ya. Tampoco, de manos oscuras que mueven hilos políticos. Por supuesto que todos pescan en el río revuelto y hay violencia grave condenable que se debe castigar con las leyes y el uso proporcionado de la fuerza, pero son cientos de miles los manifestantes que han salido pacíficamente a expresar su descontento.
Es la pobreza, la exclusión. Eso explica por qué tanta gente sale a las calles, desafiando el virus y las balas: muchos no tienen nada que perder. Son jóvenes sin futuro, sin alternativa. Vivimos un punto de quiebre muy grande. Tal vez lo más impactante es ver a la gente en las calles muy lejos de todos los liderazgos. Hay crisis institucional. Los ciudadanos sienten que el Estado no los representa. Los voceros sociales y políticos incendian o se quedan cortos, los medios de comunicación también. Si no escuchamos a la gente en la calle, si no hay respuesta para ellos, no habrá salida.