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Ya en otras ocasioes advirtió la atalaya del peligro del concepto de tolerancia en el que se regodean las democracias de nuestro tiempo.
Hace unos días, una manada de estultos que se dicen skinheads linchó a un joven que jugaba en un parque de la capital. Después de un partido lo esperaron a la salida de un túnel y lo atacaron con piedras y ladrillos; le rompieron el hueso de la nariz. Por las lesiones sufridas le dieron treinta y cinco días de incapacidad.
Supongo que el infame suceso estará en la memoria de todos, pero amerita una reflexión. No se trata sólo de que la noción de tolerancia sea complaciente, sino de que cuando se lleva a su más exagerado extremo resulta contradictoria y nociva. Complaciente porque bajo su veste de bondad esconde el desprecio que se siente por el otro; “soy tolerante” puede significar “dejo que hagan para que me dejen hacer”. De esta manera no se tiene en cuenta al otro, y lo que parecía un bien no hace sino seguir erosionando el ya fracturado entramado social (es decir, una sociedad en la que el otro no cuenta, una sociedad fría y egoísta en la que, según antiguo decir, “el hombre es lobo para el hombre”). Vista así, la tolerancia no sería más que indiferencia disfrazada.
Y es contradictoria y nociva la noción en la medida en que la tolerancia pura (el tolerar todo) termina por negarse a sí misma, pues supone tolerar a los intolerantes. Se cae entonces en una burda antinomia que se vuelve contra la sociedad, porque se termina tolerando clanes, grupos y sectas cuyo principal o único fin es no ser tolerante con otros grupos, clanes o sectas.
¿Por qué tolerar a quienes con su intolerancia hacen inviable el vivir en sociedad? No sólo se trata del discutible trasfondo ideológico de estos cabezas rapadas —¿cuál raza aria en este país mestizo?, (como todos)—, sino que se trata de algo quizás más grave: se trata de una permisividad inadmisible y nociva. ¿Por qué tolerar a los que tienen por fin matar a los negros, o a los morados, o a los amarillos? Da igual el color.
Si se entiende el argumento, se entiende el peligro de la tolerancia pura y no se comprende la permisividad que muestra el Estado frente a grupos que atentan contra la sociedad civil y que imposibilitan (de llevar sus discutibles propósitos políticos a una práctica cabal) la convivencia en sociedad. No puede permitirse tal perversión en virtud de una idea equivocada de tolerancia. No podemos caer en la trampa y en el chantaje de que a la autoridad se le llame represión.
Por lo demás, me asombra, eso sí, que un Estado que no permite abrir los establecimientos públicos después de las tres de la mañana, en este país de trasnochadores; un Estado que no deja vender cigarrillos menudeados, en este país de salarios mínimos; un Estado que prohíbe caminar sobre las vías férreas, ya llenas de orín y de olvido; un Estado que no permite deambular bajo grave alteración de la conciencia, en este país tan aficionado a la juerga..., me asombra, digo, que un Estado de este tipo, tan adicto a prohibir, ni siquiera se haya planteado la cuestión.
*@Los_Atalayas