¿Crisis global?

Salomón Kalmanovitz
11 de febrero de 2018 - 08:03 p. m.
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La semana pasada hubo una caída fuerte de las bolsas de las mayores economías del mundo. Se trató de una reacción a noticias buenas en Estados Unidos: los salarios estaban aumentando por encima de la inflación en un mercado laboral apretado, el recorte tributario debía ser un aliciente adicional para el gasto privado y el Congreso llegó a un acuerdo para aumentar sustancialmente el gasto público, dándoles gusto tanto a los republicanos belicistas como a los demócratas en materia social. Es obviamente una política fiscal procíclica cuando la economía no la requiere.

Los economistas halcones alertan sobre una espiral inflacionaria, mientras los mercados reaccionan nerviosamente ante la normalización de la política monetaria, esperando que la Reserva Federal aumente sus tasas de interés rápidamente. Desde 2008, los bancos centrales del mundo inundaron de liquidez sus economías para combatir una intensa recesión. Entre 2008 y 2015, la Reserva Federal entró en terreno desconocido al mantener sus tasas en cero y aumentar aún más la liquidez por medio de la compra de títulos. Era el momento de tener una política fiscal contracíclica, pero pudo más la mezquindad partidista que le negó al presidente Obama las partidas presupuestales necesarias para despertar a la economía de su doloroso letargo. Según Paul Krugman, fue mucho más nociva la austeridad fiscal durante la recesión que las actuales políticas expansivas en una fase próspera. Sí es notoria la inconsistencia de los guardianes de la ortodoxia fiscal.

La recuperación es un hecho en las mayores economías globales. Europa, Japón, China, el Este asiático, y ahora Estados Unidos, aceleran su crecimiento, lo cual ha incidido en una recuperación moderada de los precios de las materias primas que nos ha beneficiado también. Mientras a Europa le falta para llegar al pleno empleo y apretar su política monetaria, la Reserva Federal dirigida por Janet Yellen comenzó a hacerlo suavemente desde hace dos años. Trump nombró un nuevo director que por primera vez en la historia no es un profesional de la economía sino un abogado, ciertamente leal al magnate, pero sin la solvencia para encarar nuevas circunstancias con buen juicio y aplomo. Por contraste, Ben Bernanke, quien sorteó exitosamente la gran crisis financiera de 2008, había escrito un libro sobre la Gran Depresión de los años 30 y era un experto en teoría y política monetaria.

La razón por la cual la política fiscal expansionista puede ser dañina es que requiere de altas tasas de interés para enfriar una economía sobreestimulada, que pueden quitarle espacio a la inversión privada y encarecer el endeudamiento del propio gobierno, que debe treparse considerablemente. De acuerdo con The Economist, el déficit fiscal alcanzará a ser el 5 % del PIB en 2019. El recorte de impuestos le devuelve a los empresarios 1,5 % del PIB, mientras que el gasto en defensa aumenta en US$80.000 millones y el gasto social en US$63.000 millones, sumando otro 0,7 % del PIB; en tope de todo, falta un plan de inversión en infraestructura, que será anunciado por la Casa Blanca la próxima semana.

El riesgo inflacionario no es grande porque ya no existen sindicatos que logren grandes aumentos salariales, la competencia internacional mantiene los precios bajos, mientras que los aumentos de productividad que provienen de la revolución digital, como los robots, reducen los costos de las empresas.

 

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