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En estos días de minga, un terrateniente de la industria ganadera compartió en sus redes sociales la fotografía de un grupo de indígenas a bordo de lo que parece ser un camión o una chiva. El filtro explicativo que sugirió fue el siguiente: “Observen bien las botas y uniformes de los «indígenas» que van camino a Bogotá”.
Si el grupo de indígenas tiene botas y uniformes, entonces se trata de guerrilleros. Esa es la premisa. Cualquiera que haya lidiado con guerrillas y tenga malos recuerdos podría sugerir, quizás, algo parecido frente a las prendas de ropa. Pero que los retratados en la foto sean o no indígenas está en comillas en el mensaje original. Es decir que se hacen pasar por indígenas y en realidad son guerrilleros.
Más que la referencia a las botas y uniformes, lo que ilumina la forma de mirar de José Félix Lafaurie es la negación de los indígenas (el gesto violento de las comillas) y la desmesurada importancia visual que les da. Ante sus ojos los indígenas son invisibles y sin embargo no puede dejar de verlos. Son invisibles e hipervisibles. Que este representante de una buena porción del uribismo vea guerrilleros por todas partes es bastante convencional; en lo que no se insiste lo suficiente es en su incapacidad de ver más allá del racismo.
En vez de indignarnos (que también) y denunciarlo por estigmatizador (tampoco es el único), vamos a tomárnoslo por unos segundos en serio. Digamos que eso es exactamente lo que vio. Más allá de la mala leche del representante de los ganaderos, el mensaje y su forma de relacionarse con la imagen ofrecen una oportunidad: la posibilidad de ver el mundo con los ojos de un uribista pura sangre del ala más reaccionaria.
Lo que José Félix Lafaurie nos ofrece es una ventana a la cultura visual del uribismo de algunas élites rurales. Y lo racista que es.