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Definitivamente, seguir llamando “democracia” a este simulacro criollo es un abuso con los ciudadanos y con el lenguaje. Hablaré, tapándome la nariz, de la reciente elección del presidente del Senado. Que un tipo como Arturo Char lleve nueve años de senador es ya en sí mismo un adefesio, pues es evidente que alguien así, un simpático profesional, cuya aspiración —según ha dicho en alguna entrevista— era más bien ser cantante, pone en ridículo al Senado, a la clase política de su región y a los electores de la Costa, que supuestamente votaron “libremente” por él. Lo de Arturito no es el trabajo legislativo sino la rumba. Se le nota a leguas y se ve en las cifras de su gestión como senador, donde no brilló por nada original o creativo, sino todo lo contrario: por sus 149 ausencias que equivalen a 37 días de cada legislatura, la cual es ya bien corta (¿cuántas de estas faltas habrán sido guayabos?), con excusas médicas a tutiplén, ausencia en las plenarias, dormición a ceja levantada en los debates donde, según testimonios de colegas, ni participa ni tiene mayor idea, pues sólo está ahí para votar por los intereses de su familia. Una lección de democracia para darle al mundo. Es lógico que Arturo se aburra siendo senador, si a él lo que le gusta es la música, el canto, la pachanga. Que su familia haya decidido sentarlo ahí es un sacrificio enorme para él. Un chistecito que, de paso, a los colombianos nos cuesta $32 millones mensuales.
Y ahora, ante la estupefacción de la ciudadanía, ese prodigio de indisciplina y tesón es elegido presidente del Senado. Una verdadera cachetada al país. Si no fuera tan grave, sería como para echarse a reír. No estamos lejos del emperador Calígula que nombró senador a su caballo. Pero es que se vienen decisiones grandes y su clan familiar ha crecido en aspiraciones: ya no se contentan con ser caciques del voto costeño, ya no son suficientes los billones de ganancias de sus empresas. Son ávidos y quieren todo el territorio. Como su apetito creció, el clan necesita una nueva dentadura y maxilares reforzados. Por eso la Presidencia del Senado es clave para conseguir lo que se viene: nuevo procurador, nuevo defensor del Pueblo, control sobre las medidas económicas de la pandemia. Y el premio mayor, del que ya hablan, al final: la Presidencia de la República para su hermano Alejandro. Por increíble que parezca, haciendo un rápido cálculo, podrían lograrlo con facilidad. De ser ciertas las acusaciones de Aida Merlano sobre la compra de votos en la Costa, que involucran al clan Char, cada millón de sufragios cuesta apenas $50.000 millones de pesos. Una plata que se consigue y se recupera fácil teniendo control sobre una parte de las finanzas del Estado. La Procuraduría ya dijo que “el retorno” de la corrupción en contratos es del 900 %, así que habría inversores entusiastas.
Si Macías, el presidente de “la jugadita”, subió al más alto Himalaya del ridículo haciéndose dar todas las condecoraciones del país, incluyendo la Cruz de Boyacá —que desde ese momento vale lo mismo que una tapa de Pony Malta—, esto de Char promete ir mucho más allá, pues las condecoraciones que pretende su clan pueden tener repercusiones mucho más graves y duraderas.