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Michael Ryan, director de Emergencias Sanitarias de la OMS: “Es importante poner este asunto encima de la mesa: el COVID-19 podría convertirse en otro virus endémico en nuestras comunidades, y estos virus pueden no irse nunca”.
La confirmación debería empujarnos a afrontar la situación con más perspectiva y a pensar en cada familia y en cada gobierno cómo vamos a convivir —que no malvivir— con la presencia del virus. Una cosa es planear encerrarnos unas semanas, otra muy distinta hacerlo sin fin a la vista; una cosa es que el Estado ayude a hogares y firmas a sobreaguar un par de meses, otra muy distinta es creer que lo puede hacer por siempre; una cosa es que convivamos unos meses con colegios y universidades con clases virtuales, otra muy distinta es que cancelemos de manera perenne ese pilar social; una cosa es aplazar unos meses unos exámenes médicos o un tratamiento odontológico y otra diferente es aparcarlos hasta que haya vacuna; una cosa es que dejemos de ver a nuestros seres queridos temporalmente, otra muy distinta es un proyecto de vida sin abrazarlos.
Algunos han propuesto que debemos movernos hacia restricciones inteligentes. Por ejemplo, hemos aprendido que la letalidad del virus está concentrada en personas que ya tenían otras condiciones médicas. Como esas condiciones están correlacionadas con la edad, una forma de aligerar las restricciones es confinando a los adultos mayores, planeando una reapertura por edades. Si bien es mejor tener prohibiciones parciales que absolutas, creo que habríamos de movernos hacia un mundo donde las familias y los individuos y no el Estado decidan el mejor proceder.
Algunos adultos mayores decidirán que lo que corresponde es encerrarse a esperar una vacuna; habrá hogares con riesgos muy bajos de que el virus tenga consecuencias en sus miembros, pero que tendrán miedo y querrán confinarse; en otros hogares un solo miembro con riesgo alto podría hacer deseable que todos se confinen. Para todos estos hogares debería ser posible que sus niños o universitarios asistan a clases virtuales y los empleadores deberían, hasta donde sea posible, facilitar que los empleados en esos hogares puedan hacer sus tareas de manera virtual. El transporte, los mercados, bancos y almacenes deberían tener una franja horaria en el que las reglas de distanciamiento social se apliquen con rigor, para permitirles a esos miembros de la sociedad tener espacios más seguros.
Pero también habrá hogares sin miembros en riesgo, abuelos que a pesar de su edad no quieren una vida alejados de toda interacción social y de los juegos con sus nietos, enfermos que —con el tiempo contado— no quieren pasarlo aislados de sus seres amados, familias a las que les genera urticaria montar proyectos de vida alrededor del miedo.
El reto como sociedad es hacer compatibles esas dos elecciones. Puede ser que el virus sea endémico. Pero debemos rebelarnos contra los llamados a que con su paso se lleve estornudo a estornudo a otro compañero que no debe nunca dejar de ser endémico y por el cual tantos de nuestros ancestros dieron su vida: nuestra libertad.
@mahofste