Del Plan al plan

Hernando Gómez Buendía
12 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.
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Hasta los niños saben que un plan consiste en escoger las acciones que llevan a lograr el objetivo deseado.

Eso también lo saben los economistas, que han complicado el cuento con una serie de modelos, estilos, niveles, etapas, programas, herramientas, recursos, restricciones y otras perlas que siembran el terror entre los pobres estudiantes de pregrado, posgrado y posdoctorado que aspiran a trabajar en el Departamento Nacional de Planeación (DNP).

La cuestión se enreda más si uno piensa que no toda la gente desea las mismas cosas, que hay muchos modos de llegar a un objetivo y, ante todo, que el que planea puede tener mucha o muy poca capacidad para lograr las cosas que pretende.

Por ejemplo, en los países comunistas la planeación consistía en que el gobierno le dijera a cada campesino y cada fábrica cuánto debía producir, de qué color y con cuánto presupuesto. La planeación militar de un país serio consiste en fabricar exactamente el número de aviones necesarios para cumplir las misiones necesarias. En un país que quiere desarrollarse, la planeación consiste en escoger los sectores prioritarios y estipular precisamente las reglas y los subsidios que necesitan para llegar a las metas, también precisas, que les sean asignadas.

Pero Colombia no es comunista, ni es seria, ni quiere desarrollarse, aunque el pobre Carlos Lleras se inventara el DNP con la ilusión de que sí lo queríamos. Y de este modo los técnicos del DNP llegaron a las juntas directivas de las empresas oficiales para ayudar a que la plata se invirtiera con algo más de sensatez —y menos de mermelada—. Fue la labor meritoria del DNP y la del Plan Nacional de Desarrollo hasta hace 20 o 30 años.

Ahora el Plan es cosa muy distinta. Es una especie de kermesse o de bazar de cada cuatro años, donde el ministro de Hacienda mete goles, los congresistas meten contragoles, los ministros enchufan sus discursos, el presidente vende como Pacto por Colombia, Pacto por la Equidad, que consta de otros 16 pactos, los pobres técnicos “sustentan” en su argot inagotable e insoportable, los abogados convierten en parágrafos y micos, las ONG (con ruido) y los gremios (con ruido selectivo) protestan o celebran, los periodistas se vuelven un ocho… y por supuesto usted termina pagando más impuestos.

El Plan se vuelve un plan. Y en este caso el plan consiste en que el pobre Carrasquilla logre salir del hueco, así sea abriendo huecos en el suelo para exprimir el petróleo y aunque haya terremotos, cobrándonos a todos para tapar el hueco que abrió Electricaribe, cortando las pensiones de los pobres que no existen, pero ayudan al negocio de Sarmiento y al Sindicato Antioqueño, construyendo Tribugá aunque mate las ballenas… y así con otros planes que sumados o revueltos el Congreso aprobó a los pupitrazos y que todos llamaremos nuestra “hoja de ruta”, la “carta de navegación” o como Lleras decía y manda el artículo 339 de la Constitución, nuestro “Plan Nacional de Desarrollo”.

Cada país se parece a lo que es.

* Director de la revista digital “Razón Pública”.

 

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