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Esta semana, los ciudadanos de Estados Unidos eligieron a los integrantes de la Cámara de Representantes y a un tercio del Senado de ese país. Y hace dos años eligieron como presidente a Donald Trump. Esas elecciones obviamente tienen un impacto grande sobre ese país, pues reconfiguraron sus relaciones de poder. Pero, al ser Estados Unidos el país más poderoso del mundo, esas elecciones tienen igualmente un impacto global pues definen, a veces en forma irreversible, el destino del planeta.
Pongo un solo ejemplo de esa afirmación: en 2000 se enfrentaron George Bush y Al Gore. Fueron unas elecciones muy reñidas y, al final, a pesar de que Gore ganó el voto popular, Bush resultó elegido presidente por unos pocos votos en el colegio electoral: 271 contra 266. Y en esa victoria de Bush, la votación en Florida era decisiva porque el triunfador se llevaba los 25 delegados del colegio electoral de ese estado. Bush ganó por menos de 700 votos en Florida, esto es menos del 0,01 % de la votación de ese estado.
Si Gore hubiera tenido 700 votos más en Florida, habría sido el presidente de Estados Unidos y el destino del planeta sería distinto. Probablemente no hubiera habido guerra en Irak, pero, más claramente aún, y tal vez más importante para los desafíos del planeta, el problema del cambio climático sería distinto. La razón: Bush tenía una visión muy limitada de la gravedad del calentamiento global y tenía fuertes compromisos con intereses petroleros; todo esto lo inhibió de promover o tomar medidas fuertes para enfrentarlo. Por el contrario, Gore no solo tenía muy claro el desafío del cambio climático, sino que tenía un fuerte compromiso en combatirlo, por lo que hubiera puesto toda su voluntad y todo el poder de Estados Unidos para lograr acuerdos globales en ese tema. Además, como hace 18 años el calentamiento global no era tan grave y no existía tanta división en Estados Unidos sobre el tema entre republicanos y demócratas, es probable que la elección de Gore habría permitido que el mundo hubiese adoptado e implementado, hace años, un acuerdo robusto para enfrentar el cambio climático.
Entonces 700 votos en Florida definieron el destino del mundo, tal vez para siempre, pues algunos científicos consideran que ya es muy difícil evitar que el calentamiento global supere los 1,5 grados, que es el objetivo mínimo para evitar catástrofes ambientales irreversibles.
Esta votación en Florida es un buen ejemplo de la teoría del caos o del efecto mariposa, según la cual, dadas ciertas circunstancias, el simple aleteo de una mariposa puede ocasionar un huracán devastador. 700 votos en Florida cambiaron el mundo, infortunadamente en la dirección equivocada. Pero además de ilustrar la teoría del caos, esa elección presidencial pone en evidencia un desequilibrio fundamental: aunque la elección del presidente o del Congreso de Estados Unidos afecta a todo el mundo, nadie, fuera de los ciudadanos de ese país, tiene derecho a participar en esa decisión. ¿No es esto una clara injusticia? ¿No deberían tener los ciudadanos de todo el mundo (y no solo el señor Putin) alguna incidencia en las elecciones en Estados Unidos?
Estas preguntas pueden parecer absurdas, a tal punto estamos acostumbrados a que los derechos políticos dependan de ser nacional del país implicado. Pero si tomamos en serio el ideal democrático, según el cual uno tiene derecho a participar en las decisiones que lo afectan, tal vez habría que pensar en luchar para que existan derechos políticos cosmopolitas, que nos permitan a todos participar en decisiones trascendentales, como puede ser la elección del presidente y del Congreso de Estados Unidos.
* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.
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