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En respuesta al editorial del 30 de agosto de 2020, titulado “La desaparición forzosa es la que debe desaparecer”.
La precisión en el lenguaje es una habilidad que he admirado en los periodistas, dedicados a la labor de escribir, empleando el lenguaje adecuado para cada situación y mucho más si se precisa en un buen titular que condensa el contenido del texto incitando a su lectura.
Cuando leo ese titular del editorial me pregunto si la desaparición forzosa es la que debe desaparecer o si es la desaparición forzada la que debe desaparecer. Ambos términos están empleados en el texto, en el titular y dentro del cuerpo. El diccionario define las dos palabras como adjetivos, en la acepción de denotar una cualidad del sujeto: desaparición. Entonces surge la necesidad de una primera precisión. Ambas (forzosa y forzada) tienen relación con una fuerza ejercida sobre un ser humano y esa fuerza es proveniente del exterior de la persona.
Hay dos elementos para aclarar: de una parte, la desaparición y, de otra, la característica de cómo ocurrió, de qué origen o naturaleza es esa fuerza.
¿Para quién se convierte en un problema la desaparición, quién reclama a un ser que ha desaparecido? No son los desconocidos, para quienes no es importante del desaparecido, sino para su entorno familiar, amistades y compañeros de trabajo o actividades, los que pueden definirse como aquellos en quienes tiene sus efectos. Cuanto más cercano afectivamente, más afectación producirá la desaparición de una persona.
La llamaríamos una respuesta forzosa si se trata de una respuesta a una fuerza externa carente de voluntad que no puede controlarse y obliga a proceder de una determinada manera, como podría ser, por ejemplo, la situación de una vivienda a la que se prevé le pueda caer un alud de tierra. En esta circunstancia será forzoso que el morador de esa vivienda se cambie, de forma ineludible debe dejar de vivir en ella para evitar estar allí si llegara a ocurrir el alud, si decide preservar la vida.
Y si se trata de la presión ejercida por otra persona, la situación resulta forzada, como respuesta a la voluntad de otro que se aprovecha de su posición o condición de poder, como puede ser un cargo o un arma. Precisar si esa fuerza es ejercida por alguien intencionalmente conlleva para quien la sufre la condición de ser forzado, que para el caso se trata desaparecido por la fuerza.
Una acción forzosa conlleva la voluntad propia del sujeto, se da desde la libertad de decidir, quizá decidir algo que no se desee en el interior, pero se hace necesario en atención a la valoración de otros factores.
Una situación forzada no es una acción de voluntad propia, sino la imposición de la voluntad de otro externo por medio de la fuerza, de allí: desaparición forzada.
De esa manera no existiría desaparición forzosa, porque una persona no puede ejercer fuerza contra sí mismo hasta hacerse desaparecer (la vida), esto sería un suicidio, ahí queda el cuerpo como evidencia. Existe la desaparición forzada porque otro, con voluntad diferente, ejerce fuerza, me desaparece del entorno y luego desaparece el cuerpo.
En ese desaparecer el cadáver y la respuesta a ¿qué pasó? está la esencia del drama de tratarse de una desaparición forzada. Esa escena de salir vivo de su medio y la desaparición de un cuerpo al que no pueden hacerse unas exequias es lo que fundamenta la calamidad de los allegados del desaparecido.
Lo que describe el editorial es el fin de ese drama para unas familias en un mar de casos similares.
El clamor del editorial es: “La desaparición forzada es la que debe desaparecer”.