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Con “nadadito de perro”, el primer mandatario del país busca satisfacer gustos personales y beneficiar a su partido (CD) con decisiones negativas para nuestra frágil democracia, además de congraciarse con los gringos al pretender reanudar las aspersiones de cultivos ilícitos.
Duque cuenta con el récord histórico de viajes —anteriores a la pandemia— en la costosa nave presidencial. Tiene también el récord como parlanchín en un costoso programa televisivo diario, con promesas incumplidas, mutis ante masacres, asesinatos de líderes sociales y un bla, bla, bla que ya pocos escuchan.
Las consabidas mañas para asignar amigotes como directivos de entidades de control buscan además llenar jefaturas de la burocracia oficial con ayuda de congresistas alcahuetas atraídos por la hipócrita promesa de abolir la “mermelada”. Pero con sus taimados silencios oculta alteraciones o intentos de afectar la esencia democrática, como el reciente caso de unificar elecciones dizque para ahorrar recursos oficiales.
El desastre financiero, alimentado por la pandemia, pretende corregirse con otra de las recurrentes leyes de reforma tributaria, disimuladas con nombres promisorios, reafirmando impuestos reducidos para ricachones, exonerando bancos, exprimiendo a la clase media, ampliando el IVA para productos de consumo frecuente con promesas de devolución a sectores populares imposibles de cumplir. Todo esto, imaginado por el embaucador ministro de Hacienda con la complacencia presidencial, en medio de más de la mitad de la población económicamente activa en la informalidad, el rebusque, la pobreza y la miseria.
Los improvisados nombramientos de ministros de Defensa han provocado costosos errores con masacres, alimentados por una Fuerza Pública requerida de controles para evitarlos, junto con asesinatos y corruptelas. La tradicional ausencia —legítima— del Estado en más de la mitad del territorio nacional, controlado por grupos criminales, no ha contado siquiera con amagos de estrategias políticas, policiales y militares para darle legitimidad a su presencia.
Tal ausencia ha propiciado deforestaciones para que políticos y “empresarios” se apropien de extensos territorios convertidos en haciendas ganaderas, que además destruyen flora y fauna, sin que el Gobierno se inmute para proteger el medio ambiente en uno de los países más biodiversos del planeta. Además, el primer punto del Acuerdo de Paz: solución al histórico problema de tierras, no se ha tocado, pues afectaría a poderosos terratenientes, comenzando por Uribe y su familia. Una reforma rural sería de gran ayuda para frenar las deforestaciones.
La prolongada polarización de la opinión pública, inducida por el “presidente eterno” y su cerrera oposición al proceso de paz, se alimentó con la supuesta amenaza de que traería el castrochavismo. Ello indujo a Duque —en su primer año de gobierno— a buscar destruir la JEP a toda costa.
Y, por si fuera poco, en nombre de la Defensa Jurídica del Estado, Camilo Gómez hizo un desplante inimaginable ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, instancia a la que acudió la periodista Jineth Bedoya —luego de dos décadas de desidia estatal— para buscar justicia por la violación y torturas que padeció en la cárcel Modelo y fuera de ella, con complicidad oficial.
¿Será casualidad que se haya invadido el espacio político nacional con decenas de aspirantes a la Presidencia para suceder a un presidente advenedizo (el que dijo Uribe)?